Geometría y angustia. Poetas
españoles en Nueva York
VV.
AA.
Fundación
José Manuel Lara, 2012. Colección "Vandalia"
ISBN:
978-84-96824-95-9
336
páginas
19,90
€
Edición
de Julio Neira
Antonio Rivero Taravillo
Aunque
no fue publicado en vida de su autor, Poeta
en Nueva York (1940) es el Rubicón (con la mezcla de aguas del East River y
del Hudson) que delimita como una baliza el interés por la megalópolis
estadounidense en nuestra poesía. Antes de ese libro hay textos de desigual
valía y difusión; después, el inevitable magnetismo de un título emblemático y
poderoso, que puede llegar a erigirse no tanto como acicate como obstáculo:
remontar el gigante Federico García
Lorca, también él mismo un rascacielos.
Como
bien señala Julio Neira en su extensa y documentada
introducción "Fabulosa como un Leviatán" (palabras que toma de Luis Cernuda en Ocnos), varios factores han contribuido a que Nueva York haya
concitado toda una montaña de poemas: el exilio de la Guerra Civil, la oleada
de jóvenes poetas profesores que fueron allí a ganarse la vida y, de paso,
salir de un país alicorto durante los años del franquismo, la relativamente generalización
de los viajes por avión, el prestigio literario adquirido por la urbe y, hace
poco más de una década, el suceso de impacto mundial, contemplado por no pocos
en directo, que fue el atentado terrorista contra el World Trade Center.
Una
y otra vez hace mención Neira en su estudio preliminar al capitalismo
deshumanizador del que es protagonista Wall Street, sinécdoque de Manhattan y,
en suma, de toda Nueva York, y de cómo muchos poetas han reaccionado a esa
contradicción entre la riqueza rampante y la reptante miseria de la gran
ciudad, casi siempre desde posturas independientes (como José Moreno Villa), a veces afines al marxismo (Rafael Alberti) e incluso, caso
curioso, desde un falangismo como el del poeta onubense Jesús Arcensio, un raro que para muchos será uno de los
descubrimientos de este libro. "El planteamiento es coherente con el
obrerismo del ideario joseantoniano de este poco conocido autor, que pretendía
una revolución contra la opresión capitalista y la defensa del valor individual
de los trabajadores", observa Neira. Y habría que añadir que Arcensio
poesía un extraño tinte profético, por lo que respecta a la caída de las torres
gemelas. En el poema aquí incluido escribe: "De tus escombros de sangre,
ya con sangre / saldrán los hombres -rojos, negros, blancos- / en hermandad de
pulso y oraciones. / De entre tus derrumbados rascacielos, / vuelo alzarán la
flor, la mariposa, el ave..."
Muchas
cosas se han dicho de la ciudad que conocemos como "la gran manzana",
y aquí hallamos varias de estas fórmulas de variada expresividad e invención: "El
marimacho de las manos sucias" la llama Juan Ramón Jiménez, "el mayor
decorado de los siglos de los siglos" Abelardo
Linares o "la gran cosmópolis", Rubén Darío. Neira, que también ha firmado recientemente una Historia poética de Nueva York (Cátedra),
como todo antólogo se ha visto obligado a escoger y deja claro su criterio: "La
calidad y relevancia de los poemas de Juan Ramón Jiménez, Federico García
Lorca, Rafael Alberti o José Hierro
justificarían una presencia más amplia en el índice, pero son sobradamente
conocidos y he preferido que dejaran espacio a otros textos mucho más difíciles
de encontrar, bien por la juventud de sus autores bien por su publicación fuera
de los canales de distribución habituales".
Solo
lamento que "Réquiem" de Hierro, aunque es mencionado por Neira, no
forme parte de la selección. Con el fondo de bajo continuo del rito en latín, se
trata de uno de los poemas más conmovedores del santanderino, escrito tras la
lectura en un periódico neoyorquino de la esquela de un compatriota llamado
Manuel del Río, cuyo cadáver está depositado en la funeraria: "Y en
D'Agostino lo visitan / los polacos, los
irlandeses, / los españoles, los que mueren / en el week-end." Pero no es
un poema para citar versos aislados.
"La
llegada", "Geografías", "La ciudad del cheque",
"Culturas y "Despedida" son las cinco secciones que cobijan los
textos (algunos en prosa como los del juanramoniano "Espacio") de las
varias decenas de poetas representados, que llegan hasta alguno nacido en los
años ochenta, como Nacho Escuín.
Dejando aparte lo más insustancial y postalístico (permítaseme el neologismo),
que lo hay, también hallará el lector momentos de íntimo lirismo, como lo que
se entrevé en la relación clandestina de uno de los grandes ya citados o en la
pincelada final del malogrado José Elías,
quien, tras serle solicitadas noticias y detalles de un viaje a NY confiesa que
los otros nada entenderían: "Pues yo hubiera callado el nombre clave / de
mis desorientadas andanzas", el nombre que pronuncia nada más regresar
asiendo por primera vez el teléfono. Y no falta tampoco la fina observación,
uno de los ingredientes de la buena poesía. Así, la profusión de rótulos
luminosos de Broadway hace que Juan Ramón Jiménez se pregunte ante la visión de
la luna entre dos rascacielos: "¿Es la luna, o es un anuncio de la
luna?". Y siguiendo con la mirada a lo alto: "Nuestro apego a la
tierra / hoy se afianza, en este carecer / de un vértigo hacia arriba",
descubre Lorenzo Oliván.
Pero
también hay otros tonos. En su habitual versículo que tan bien se presta a lo
narrativo se presenta el extenso "Nueva York" de Manuel Vilas procedente de Resurrección,
con el exceso, la virulencia y la incorrección política o moral que son ya
marca de la casa. Y con toque de humor, jugando con la proporción, escribe Rafael Guillén al sobrevolar en avión
la ciudad: "Como es de noche, desde aquí no veo / a los negros. Da risa. /
Si yo fuera gaviota, dejaría / caer un huevo sobre Brooklyn. Pienso / lo fácil
que fue aquello / de Hiroshima. Inclino el ala izquierda / y se encogen de
miedo veinticinco / rascacielos. Con el dedo meñique / podría desviar el East
River".
No
faltan el jazz, Walt Whitman, el recuerdo del propio García Lorca, el metro,
los museos, Central Park o el cinematográfico puente de Brooklyn. No sé si la
distribución comercial de este libro alcanzará a los Estados Unidos, pero yo
creo que se vendería entre los españoles ilustrados (algo que cada vez más va a
tender a ser un pleonasmo) que estén de paso. Lo comprobaré en la Barnes and
Noble de Union Square o en The Strand la próxima vez que pase por allí a darme
un garbeo. Uno, como el autor de Nadie
conoce a nadie, puede afirmar, o casi: "Me llamo Juan Bonilla / y vivo
en las afueras de New York / (para ser más exactos en Sevilla)." Y,
naturalmente, también yo escribiré mi poema. No iba a ser menos.
2 comentarios:
Jaja! Genial Bonilla. Qué poca vergüenza...
Muy buena idea la de reunir estos poemas de nuestros "españoles por el mundo" más literarios. Coincido con Fran G. Matute, el poema de Bonilla es la bomba.
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