Guarani purahéi / Cantos guaraníes
VV. AA.
Impronta,
2012
ISBN: 978-84-940205-6-8
72
páginas
10
€
Edición
de Cristian David López y José Luis García Martín
Antonio Rivero Taravillo
Quien
visite las cataratas del Iguazú, entre la Argentina y el Brasil, se encontrará
con unos simpáticos animales que le disputarán la comida o que desfilarán en sosegada
hilera ante él como un tren antediluviano de mercancías con su cargamento de
exotismo. Son los coatíes. También verá una selva espesa a la que se encaminan
tras la pitanza. Tal vez se tope con otros mamíferos como los osos hormigueros
o los tapires en medio de la fronda. Y allí, en una alta rama, un tucán
huidizo; un tucán de verdad, de pluma y vuelo, no en una ilustración como las
que los bebedores de cierta cerveza de Dublín estamos acostumbrados a disfrutar
en la mercadotecnia añeja de la marca.
A
menos de catorce kilómetros de distancia (de las cataratas, quiero decir; no
del río Liffey, al que todos los caminos me conducen siempre) se halla la
frontera del Paraguay, el país del que proceden los cantos de este libro y la
lengua que los teje y que bautiza con más líquido (incluso vapor) del que se
acostumbra a aquel impresionante conjunto de saltos de agua. “Agua grande” es precisamente
lo que significa Iguazú en guaraní. Es el mundo que conoció en la cercana
provincia argentina de Misiones Horacio
Quiroga, muchos de cuyos cuentos huellan el territorio de los antiguos compositores
de estos cantos, autores anónimos para los que nunca fue importante el sentido
de propiedad sobre las palabras y cuyos nombres, en cualquier caso, habrá
engullido el follaje hace ya mucho tiempo.
La
lengua indígena, de transmisión oral, tuvo un primer cultivo como lengua
escrita durante la época de las misiones jesuíticas, momento en que se
normalizó el idioma y pasaron a la tradición elementos procedentes de la cosmovisión
cristiana, como los demonios (que los hay en diferentes culturas) pero sobre
todos los ángeles, que nacen del raigón judeocristiano y revolotean por algunos
de los poemas antologados en este tapiz de versos. Hoy, el guaraní es lengua
cooficial del Paraguay, y es hablado por casi toda la población del país
La
belleza de estos poemas no se debe solo a la fauna que conjuran (jaguares,
colibríes, los ya mencionados tapires) sino sobre todo a la poesía que
encierran, con la presencia de los sueños, el amor y el desarraigo. Sin ser
extensa la muestra, son varios los ejemplos que se pueden citar de cada una de
estos temas. En “Canto del jaguar” hallamos lo inquietante onírico: “En la
noche, de un salto, / entro en el corazón / de los que duermen / y no
despiertan nunca.” En el poema “El verano” leemos que en el paraíso siempre se
goza de esta estación para a continuación matizar: “Pero también allá / hay
ángeles traidores / que abren la puerta a las alimañas / del invierno / como tú, mi niña, cuando
sonríes a otro / en medio del verano.” En “Más humanos”, finalmente, se
presentan diferentes animales con actitudes propias de nuestra especie, y la
voz del poeta cierra la composición con estos versos: “Con lápices de colores /
yo lo voy dibujando todo / para que mi niño / en este cuarto oscuro, / en estas
calles sucias / sin árboles ni cielo / sepa que allá en su país / hay hermosos
animales / más humanos que el hombre.”
En
alguna ocasión, la voz es femenina, como en tantas tradiciones populares. Así
sucede con “La fiel servidora”. Pero predominan los guerreros, los cazadores, como
el poeta venatorio que se lamenta en “Cuando tú me querías”. Tras dibujar un 'locus' o 'tempus amoenus' en que volvía con grandes piezas y era celebrado por
los niños y había fiesta en la aldea y se danzaba, dice: “Ahora cazo sapos / y
murciélagos negros / y hago encantamientos / y acaricio serpientes / y vivo en
la oscuridad.” Y añade en la estrofa con que concluye: “Cuando tú me querías, /
yo era el rey del mundo. / Ahora que no me quieres, / soy el señor de los
infiernos.”
El
joven Cristian David López (Lambaré,
Paraguay, 1987) es poeta en las dos
lenguas representadas en esta edición bilingüe y el reconocido José Luis García Martín lo es en
español, así como traductor de varios idiomas entre los que no se hallaba hasta
ahora el guaraní. El primero habrá proporcionado el conocimiento de primera
mano de los originales, y el segundo el acabado, la calidad rítmica, marca de
la casa que ya viene demostrando desde
hace lustros en versiones de poetas orientales o de diversa y plurilingüe
estirpe. Lo que firman juntos aquí son eso, versiones, “recreación personal de
poemas tradicionales” como dicen ellos; y lo cierto es que se leen tan bien que
parecen desde siempre escritas no en la lengua que siguen utilizando seis
millones de personas en territorios que no conocen el mar, sino en esta otra,
transatlántica, que ya alcanza los quinientos (con los que se solapan los hablantes
de aquella). Pequeño y grácil, este libro que liba en el néctar de una colorida
flor, sabe a poco y se lee casi vertiginosamente. Me pregunto si es libro o
colibrí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario