11 junio 2013

Lo que sólo el viento oyó

Vidas conjeturales

Fleur Jaeggy

Alpha Decay, 2013. Colección "Alpha Mini"

ISBN: 978-84-92837-60-1

80 páginas

9 €

Traducción de Mª Ángeles Cabré



Manolo Haro


A M.P. que me lo susurró en el viento.

Las seres que constituyen la materia literaria de estas Vidas conjeturales coincidieron en ocupar alguna franja del poliédrico siglo XIX. Thomas de Quincey, John Keats y Marcel Schwob transitaron por un siglo donde se citaban el láudano, la tuberculosis, el viaje, el spleen de la vida moderna y las dolencias propias de un tiempo donde la fría determinación científica estaba enterrando el consuelo espiritual que se desvanecía o se mistificaba. Aunque las corrientes subterráneas de los artistas románticos primero, después los simbolistas y, por último ya en el siglo XX, los vanguardistas salvaran algo que el materialismo cientifista acabaría por hacer desaparecer.

Serán, pues, tres vidas excesivas puestas al calor de la imaginación y el talento de Fleur Jaeggy, traductora de Quincey y Schwob al italiano, esposa de Roberto Calasso (si se me permite el dato matrimonial) y colaboradora de otro talento vivo –quizás algo más dudoso que los anteriores para algunos–, Franco Battiato (si se me permite el detalle musical). ¿Por qué Jaeggy reúne a tres nombres como los citados arriba en este precioso volumen? Aparte de por el amor natural que nos despiertan los seres a los que les dedicamos nuestras noches e insomnios, pienso que los tres presentan rasgos indudablemente comunes en sus biografías y obras: ejecutaron su escritura al calor de unas circunstancias en las que la enfermedad les otorgó luces y sombras; se obstinaron en construir una literatura que a la larga se convertiría en un influyente semillero de influencias para autores que más tarde los superarían en entradas bibliográficas dentro de la historia de la literatura; y, junto a alguna manifiesta genialidad o talento (políglotas, conocedores hasta abismos inexcrutables de los clásicos o una manifiesta erudición), tuvieron amores que limitaban con lo que una familia burguesa de la época podría considerar como “deseables”.

Tal vez pocos secretos queden por saber de los años de estos monstruos en el planeta. Cualquier interesado puede encontrar hoy día suficiente bibliografía en torno a la tríada de artistas; sin embargo, existe un rescoldo invisible en la vida de los hombres de mérito, una serie de instantes que sólo podemos conjeturar pero que, una vez avivados por la fantasía, posiblemente regalen una hermosa guirnalda de luz en la noche de los tiempos. Eso es lo que precisamente hace Fleur Jaeggy cuando pone a Thomas de Quincey bajo la protección de Ann, una prostituta londinense a la que no volvió a encontrar en su madurez para agradecérsele tanta atención; o  cuando nos muestra el emblema de  una lira con cuatro cuerdas con la que Keats sellaba sus cartas para Fanny Browne; o cuando recrea la contratación del chino Ting por parte de Marcel Schwob, que lo encontró con ese afán orientalista tan decimonónico en un pabellón de la Exposición Universal de París, allá por el 1900.

Las Vidas conjeturales de Jaeggy siguen casi el mismo patrón formal y de contenido que las Vidas imaginarias del propio Schwob, brazo de río por donde navegarán el Borges de Historia universal de la infamia o, en fechas más cercanas a nosotros, el Pierre Michon de Vidas minúsculas. Es evidente que todas estas obras no dejan de ser un ejercicio literario con el que llenar los agujeros del tiempo. Al indiscutible valor de todas las obras citadas, he de sumar que la obra que nos ocupa se lee con un continuo escalofrío de placer por lo que se dice o por lo que se deja de decir. La aceleración que le confiere la autora a estas condensadas biografías, con una clara capacidad de evocación y de emocionar al degustador de estas prosas, nos coloca ante una obrita de la que se puede disfrutar con delectación en muy poco espacio de tiempo. Este “impresionismo biográfico” ejecutado con una escritura de pincelada lírica, aunque sin caer en sucedáneos efectistas de prosa poética de relumbrón, puede sugerirnos que sigamos buscando a esta suiza en las librerías patrias.

2 comentarios:

Porerror dijo...

Muy interesante, buen Manolo! Lo único que no te permito es que dudes del talento de Franco Battiato.

Manolo Haro dijo...

Mi querido Porerror, en ningún momento de esta reseña se duda del talento inigualable y gran Battiato. No me lo permitiría a mí mismo. Un saludo.