Alejandro Luque
Malaparte, vidas y leyendas
Maurizio Serra
Tusquets, 2012. Colección "Tiempo de Memoria"
ISBN: 978-84-8383-430-5
560 páginas
24 €
Traducción de Juan Manuel Salmerón
Quien haya intentado alguna vez escribir una aproximación biográfica
de cualquier personaje, sabrá que el principal escollo no reside, por lo
general, en la falta de datos, sino en la dificultad para verificar aquellos de
los que disponemos. La vida de los hombres es un marasmo de pistas falsas y de
subjetividades que no siempre resulta fácil distinguir. Y si se trata de un
hombre como Curzio Malaparte, experto en jugar con todas las barajas, campeón
de la ambigüedad y de la reescritura de sí mismo, el empeño puede ser titánico.
Lo es, sin duda, el que Maurizio Serra ha llevado a cabo en Vidas
y leyendas, acertadísimo título por contener las siete felinas existencias de
este escurridizo personaje, uno de los escritores más fascinantes de la Italia
del siglo XX, y también sus versiones apócrifas, sus falsificaciones
interesadas y toda la mitología que generó a su alrededor. Si bien se ganó la
posteridad en dos libros (¿eran novelas, reportajes?) memorables, Kaputt y
sobre todo La piel, Malaparte gastó buena parte de sus esfuerzos en la
escritura de su obra maestra, su propio guión vital, éste que Serra desentraña
con dos instrumentos básicos: uno, un conocimiento profundo no sólo de la obra
malapartiana, sino de la época en que vivió. Y en segundo lugar, un permanente
cuestionamiento de todo.
“Era incapaz de engañar, porque para eso tendría que haber aceptado la
realidad”, afirma el biógrafo, y con eso está dicho casi todo. Ni se llamaba
exactamente Curzio, ni se apellidaba Malaparte; ni su famoso confinamiento en
Lípari –una reprimenda de Mussolini– fue como lo contó, ni su divorcio con el
fascismo fue tal… Sí estuvo en Rusia, y en Etiopía, y en China, “donde el
socialismo se juega su última oportunidad”, aunque hay dudas de que lo recibiera
Mao para contarle que admiraba sus Técnicas de golpe de Estado… Y sólo la
enfermedad y la muerte le impidieron culminar su sueño de recorrer Estados
Unidos, de Nueva York a San Francisco, en una gira triunfal en bicicleta. Pocos
intelectuales como él merecen la manoseada denominación de testigos del siglo;
pocos reflejan también la ambigüedad moral, ideológica y artística de su
tiempo.
Narcisista, políglota, veterano duelista, pendenciero –a punto estuvo,
al parecer, de liarse a puñetazos con su admirado Albert Camus en una
discoteca–, poeta irregular pero prosista de un poderío abrumador, periodista
dotado de un envidiable olfato y una ambición vigorizante, así es el retrato
que Serra hace de nuestro personaje, sin eludir algunas cuestiones íntimas de su
personalidad, como su desmedido amor por los perros y su extraña relación con
las mujeres, a las que al parecer seducía de un modo fulminante, pero de cuyo
contacto físico nunca llegó a disfrutar en plenitud. También aborda su paso de
la literatura al cine, a lo Pasolini aunque sin tanta fortuna, y refleja a la
perfección el desfile político que se produjo ante su lecho de agonía, en una
clínica pagada por la Democracia Cristiana, y su tardía e irónica conversión al
catolicismo, según ha explicado el biógrafo, “para no tener que ir a una
clínica pagada por el Partido comunista”.
Si la vida, o las vidas, de Malaparte dan para una novela, es una
novela de enredo, con un personaje central de una complejidad casi mareante, y
desde luego nada edificante. Más o menos como el tiempo que le tocó vivir. ¡Ah!
Para disfrutarla no hace falta haber leído Kaputt ni La piel, pero
resulta muy difícil no verse tentado a leerlas o releerlas después de pasar la
última página de esta biografía.
Muss / El Gran Imbécil
Curzio Malaparte
Sexto Piso, 2013
ISBN: 978-84-15601-17-3
152 páginas
17 €
Traducción de Juan Ramón Azaola
Mientras leía estos textos de Curzio Malaparte, no podía evitar
imaginarme una obra de teatro, un largo monólogo, lleno de giros y digresiones,
en el que un bufón se dirige al cuerpo sin vida, ultrajado, colgado por los
pies en la milanesa plaza Loreto, del dictador al que sirvió. Ese es, 'grosso
modo', el contenido de Muss. Retrato de un dictador y El gran
imbécil, aunque como todo lo que tenga que ver con el escritor de Prato, pueda
prestarse a muchas interpretaciones.
Como bien explica Francesco Perfetti en el prólogo de esta edición,
todo empieza con el proyecto de escribir la biografía de Mussolini, pues no hay
escritor afín a una dictadura que no sienta como misión más o menos ineludible
retratar para la posteridad a su gran guía. El voluble Malaparte, según explica
su biógrafo Maurizio Serra, mantiene con el fascismo una suerte de “amor no
correspondido”. Profesa el culto a la fuerza, y ve en la figura de Il Duce no
sólo una oportunidad para el despertar de Italia, sino para sus propios
intereses, que marcan su alejamiento del régimen conforme van viéndose
frustrados. En esto llega el caso del confino, la detención y reclusión en
la colonia penitenciaria de Lípari durante casi dos años. Éste será el gran
argumento del autor para presentarse en adelante como mártir del antifascismo,
y el gran giro que sufre Muss, un texto que en su primer borrador empieza
como exaltación del sátrapa y acaba volviéndose feroz invectiva.
¿Cuál es el argumento del drama? Obviamente, la relación del
intelectual con el poder, el modo en que aquél coquetea con éste, y también
cómo el abrazo del poder puede hacer crujir los huesos del intelectual cuando
alguno pierde el paso del baile. “Tú no sabes cuánto te he odiado, Muss.
Cuántas veces te he escupido a la cara en mi celda de Regina Coeli, en la celda
nº 461 del 4º Corredor, con aquel olor a chinches y a moho…”. Poco importa que
sepamos que el escritor no sufrió un presidio tan angustioso, aunque para
alguien tan libre como él cualquier cerco sería claustrofóbico. A quien oímos
es al actor en plena representación, justo antes de dar el golpe maestro: se
vuelve y dirige su discurso hacia el patio de butacas, es decir, hacia sus
compatriotas.
“La mala fe del pueblo italiano le lleva a fingir que cree en cosas,
en personas, en ideas, en las que no cree, y a actuar en consecuencia. Tal era
la mala fe de Mussolini (…) El italiano finge creerse sentimental: y no lo es.
Romántico: y no lo es. Idealista: y no lo es”. Continúa una larga perorata en
la que Malaparte va apretando nervios de la italianidad, dando a entender una
idea cruel: un dictador es un producto de su pueblo, un reflejo de los peores
atributos de la masa. Claro que el escritor, desde el escenario, pretende
olvidar –y que olvidemos– que también él participó en la glorificación del
Duce.
Llega entonces uno de los más fascinantes pasajes de este libro, el
relato del encuentro de Malaparte con el asesino de Mussolini, en la plaza
Colonna de Roma. “Era el asesino estúpido, banal, típico de la crónica negra de
los años de posguerra en Italia (…) Le mató no como se mata a un hombre, sino
como se roba algo de dinero de un cajón”. Naturalmente, Malaparte lo inventa todo,
pero lo inventa muy bien, y encamina su imaginación hacia el terreno que le
interesa: después de manifestar su odio hacia el tirano, ensaya un ejercicio de
compasión similar al que haría en La piel.
Tras este intenso relato, llegamos a El Gran Imbécil, que entra
de lleno en el terreno de la caricatura, pero una caricatura tan ácida y
rabiosa que roza lo grotesco, si no fuera porque lo grotesco se parecía mucho
al modelo original. No deja Malaparte, desde luego, de soltar patadas en las
espinillas a los italianos, ese pueblo cobarde que necesitó de la ayuda
extranjera para desalojar a Mussolini del poder, y cuando lo hizo, fue de
aquella manera innoble y violenta…
Ésa es la obsesión que mueve estos escritos de Malaparte: el atroz fin
de Mussolini, la frustración porque ninguno de sus fieles hubiera tenido la
deferencia de darle una muerte honrosa. “Si yo hubiese sido uno de los suyos,
no hubiera vacilado en dispararle”, escribe. Y de la imposibilidad de matar al
Padre, al único consuelo posible: el escarnio jocoso, que de paso le colocaría
del lado de los buenos en la nueva coyuntura. “A los tiranos no hay que
matarles, hay que burlarse de ellos. No hay que cubrirles de sangre, sino de
ridículo”.
¿Se puede decir algo más de este gran histrión? ¡Telón! ¡Aplausos!
[Publicado en M'SUR]
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