Se pierde la señal
Joan Margarit
Visor, 2013. Colección “Visor de Poesía”
ISBN: 978-84-9895-843-0
170 páginas
12 €
Edición bilingüe a cargo del autor
Antonio Rivero
Taravillo
Si, como se afirma, la poesía no vende, los libros de Joan Margarit (1938) constituyen la
excepción a esa maldición o regla. No serán desde luego cifras elevadas que
reporten pingües regalías a él ni beneficios abultados a la editorial, pero
desde luego es innegable que los lectores del género siempre están atentos a la
publicación de una nueva entrega de este poeta. Afortunadamente, en lo que
llevamos de siglo esto ha sucedido varias veces, la más reciente con Se pierde la señal, aquí en versión
castellana del propio poeta que, como ya es habitual acompaña al original
catalán ya publicado en la editorial Proa.
La memoria es la principal protagonista de este libro de
composiciones en general breves, quiere decirse intensas. “Envejecer, morir, /
es el único argumento de la obra”, escribió Jaime Gil de Biedma en sentencia que parecen confirmar los versos
de Margarit, que lejos de ser rupturistas ahondan en su poética. Con la
experimentada volatilidad del tiempo y el perdón que la edad enseña a conceder,
“Una estructura” recuerda a un título anterior, Cálculo de estructuras y la profesión ejercida de arquitecto. Aquí
hay un envejecer sereno y digno de un estoico de la Tarraconensis que en la
madurez que comienza el último tramo de la vida sabe estar Misteriosamente feliz (otro libro anterior) y que se expresa en
versos como estos: “Sents el convenciment
de que estàs vivint / uns anys sense esperançes que ja són / els més feliços de
la teva vida.” (“Y tú estás convencido de vivir / unos años que, aun sin
esperanzas, / son ya los más felices de tu vida.”). No obstante, en “El gran
parterre” parece contradecirse a sí mismo cuando sostiene la necesidad de
cierta amnesia para la dicha: ”Recordar
és això: deixar passar / una oportunitat de ser feliç.” (“Recordar es eso:
dejar que pase / una oportunidad de ser feliz.”
La presencia recurrente de los padres alcanza una cota de
emotividad poco común en “Sis anys” (“Seis años”), que es un gran ejemplo de
cómo el poeta, como un deportista de riesgo, bordea a menudo lo patético pero
lo elude con precisión milimétrica. No hay red en ese salto mortal, y si la hay
es invisible, porque la teje la inteligencia, que no se deja empañar por lo
sensiblero.
Hay también poemas sobre las herramientas del poeta y
sobre la propia poesía. “Dignitat” nos dice de la lengua en la que empezó a
escribir su poesía: “El castellà m’ofega
i no l’odio. / No en té la culpa d ela seva força: / de la meva foblessa,
encara menys.” (“Me ahoga el castellano y no lo odio. / No tiene culpa alguna de su fuerza / y menos
todavía de mi debilidad.”) En “Educació” escribe: “La poesia es la primera lògica. / Ha parlat sempre del mateix i, en
canvi, / el que diu sempre és nou, tant como ho és / la sortida del sol o el
cel de nit.” (“La poesía es la primera lógica. / Ha hablado siempre de lo
mismo, / y, en cambio, lo que dice resulta ser tan nuevo / como el amanecer o
el cielo de la noche.”).
Como gatos panza arriba, Yeats y Cernuda se
rebelaron con rabia contra el envejecer. Como perro noble tendido ante una
chimenea, Margarit lo acepta como algo natural, sin renunciar al deseo pero
conforme consigo mismo y con la plenitud serena de los años maduros. Qué
hermosa palabra catalana, la 'tardor',
para el otoño. En el de su vida, como en la oda de Keats (a quien nombra en un poema), Margarit podría decir que él y
su poesía están ahora en la “estación de nieblas y plena abundancia.” Y qué
frutos nos da: “Después de cenar”, “Gente en la playa”, “Brindis” o “Nubes
blancas en el aire azul” consiguen la emoción con sus palabras donde otros, en
los que no se alía al corazón el cálculo, naufragan en la palabrería o en
sentimientos íntimos que, mal expresados, son públicos ridículos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario