04 junio 2013

Oda al otoño

Se pierde la señal

Joan Margarit

Visor, 2013. Colección “Visor de Poesía”

ISBN: 978-84-9895-843-0

170 páginas

12 €

Edición bilingüe a cargo del autor



Antonio Rivero Taravillo

Si, como se afirma, la poesía no vende, los libros de Joan Margarit (1938) constituyen la excepción a esa maldición o regla. No serán desde luego cifras elevadas que reporten pingües regalías a él ni beneficios abultados a la editorial, pero desde luego es innegable que los lectores del género siempre están atentos a la publicación de una nueva entrega de este poeta. Afortunadamente, en lo que llevamos de siglo esto ha sucedido varias veces, la más reciente con Se pierde la señal, aquí en versión castellana del propio poeta que, como ya es habitual acompaña al original catalán ya publicado en la editorial Proa.

La memoria es la principal protagonista de este libro de composiciones en general breves, quiere decirse intensas. “Envejecer, morir, / es el único argumento de la obra”, escribió Jaime Gil de Biedma en sentencia que parecen confirmar los versos de Margarit, que lejos de ser rupturistas ahondan en su poética. Con la experimentada volatilidad del tiempo y el perdón que la edad enseña a conceder, “Una estructura” recuerda a un título anterior, Cálculo de estructuras y la profesión ejercida de arquitecto. Aquí hay un envejecer sereno y digno de un estoico de la Tarraconensis que en la madurez que comienza el último tramo de la vida sabe estar Misteriosamente feliz (otro libro anterior) y que se expresa en versos como estos: “Sents el convenciment de que estàs vivint / uns anys sense esperançes que ja són / els més feliços de la teva vida.” (“Y tú estás convencido de vivir / unos años que, aun sin esperanzas, / son ya los más felices de tu vida.”). No obstante, en “El gran parterre” parece contradecirse a sí mismo cuando sostiene la necesidad de cierta amnesia para la dicha: ”Recordar és això: deixar passar / una oportunitat de ser feliç.” (“Recordar es eso: dejar que pase / una oportunidad de ser feliz.”

La presencia recurrente de los padres alcanza una cota de emotividad poco común en “Sis anys” (“Seis años”), que es un gran ejemplo de cómo el poeta, como un deportista de riesgo, bordea a menudo lo patético pero lo elude con precisión milimétrica. No hay red en ese salto mortal, y si la hay es invisible, porque la teje la inteligencia, que no se deja empañar por lo sensiblero.

Hay también poemas sobre las herramientas del poeta y sobre la propia poesía. “Dignitat” nos dice de la lengua en la que empezó a escribir su poesía: “El castellà m’ofega i no l’odio. / No en té la culpa d ela seva força: / de la meva foblessa, encara menys.” (“Me ahoga el castellano y no lo odio. /  No tiene culpa alguna de su fuerza / y menos todavía de mi debilidad.”) En “Educació” escribe: “La poesia es la primera lògica. / Ha parlat sempre del mateix i, en canvi, / el que diu sempre és nou, tant como ho és / la sortida del sol o el cel de nit.” (“La poesía es la primera lógica. / Ha hablado siempre de lo mismo, / y, en cambio, lo que dice resulta ser tan nuevo / como el amanecer o el cielo de la noche.”).

Como gatos panza arriba, Yeats y Cernuda se rebelaron con rabia contra el envejecer. Como perro noble tendido ante una chimenea, Margarit lo acepta como algo natural, sin renunciar al deseo pero conforme consigo mismo y con la plenitud serena de los años maduros. Qué hermosa palabra catalana, la 'tardor', para el otoño. En el de su vida, como en la oda de Keats (a quien nombra en un poema), Margarit podría decir que él y su poesía están ahora en la “estación de nieblas y plena abundancia.” Y qué frutos nos da: “Después de cenar”, “Gente en la playa”, “Brindis” o “Nubes blancas en el aire azul” consiguen la emoción con sus palabras donde otros, en los que no se alía al corazón el cálculo, naufragan en la palabrería o en sentimientos íntimos que, mal expresados, son públicos ridículos.

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