Escucha esto
Alex Ross
Seix Barral, 2012
ISBN: 978-84-322-0947-5
624 páginas
23 €
Traducción de Luis Gago
Rafael Suárez Plácido
Alex Ross es el principal
crítico musical del semanario The New
Yorker. Diría, y no creo que me equivoque, que eso supone ser el más
influyente crítico musical del mundo. Antes había escrito sus textos para The New York Times o para el London Review Of Books y ya conocíamos,
en España, el imprescindible ensayo El
ruido eterno (Seix Barral, 2011), en el que trazaba una historia de toda la
música, la música clásica, la música popular y sus fronteras a veces
imprecisas, a lo largo del siglo XX. Dejaba claro que, en su opinión, se trató
de un gran siglo para la música. De hecho, una de las premisas de las que parte
en este, su segundo libro, Escucha esto,
es que nada está más alejado de la realidad que la idea de que la música
“clásica” se haya estancado en el siglo XX o, lo que sería aun más alarmante,
que esté a punto de desaparecer.
Lo que sí es cierto es que
la mayoría del público que “consume” música clásica en Estados Unidos es de
raza blanca y avanzada edad, y de clase media-alta/alta. Recuerdo hace no
demasiado tiempo la lectura de Ciudad
abierta (El Acantilado, 2012), el brillante debut novelístico de Teju Cole,
un joven escritor norteamericano de raíces nigerianas. Hay una escena casi
escalofriante en la que el protagonista entra en el Carnegie Hall para escuchar
un concierto de la Filarmónica de Berlín, dirigida por Simon Rattle. La pieza a
ejecutar es la Novena Sinfonía de Mahler, una de las obras esenciales del siglo
XX: es espectacular cómo Cole traza un paralelismo entre los años en que Mahler
fue desplazado de la dirección de la Ópera de Viena, en parte por el
antisemitismo de la época en la Alemania de principios de siglo, y el presente
en una sala de conciertos, casi en cualquier sala de Estados Unidos. Casi todo
el público es de raza blanca y de edad muy avanzada: “Pero la música de Mahler
no es blanca ni negra, vieja ni joven, e incluso está abierta la cuestión de si
es específicamente humana o acorde con vibraciones más universales.”
Sí, Alex Ross es
periodista, pero no sólo es eso: escribe bien, sabe de lo que habla y, supongo
que su prestigio internacional, tanto el suyo como el de los medios en los que
trabaja, le permiten una cierta autonomía a la hora de escoger sobre qué
escribe. Escribe sobre música igual que podría hacerlo sobre cualquier otra
materia relacionada con las artes, de hecho son constantes las referencias
literarias, pictóricas, teatrales o, incluso, arquitectónicas. Pero escribe sobre
música porque ama la música y previamente ha hecho sus pinitos como músico y
como compositor: de hecho estudió Composición en Harvard, de la mano de Peter
Lieberson. Fue evolucionando, muchos dirían que “involucionando”, de la música
clásica, a la que llegó según confiesa en estas páginas de la mano de una
versión de la Heroica de Beethoven,
dirigida por Leonard Rubinstein, que adquirió su madre de segunda mano siendo
aún un niño, al rock de Sonic Youth, Bob Dylan o Radiohead. Entre estas
coordenadas, incluso saliéndose de ellas por el lado más clásico (Purcell,
Monteverdi) y también por el más popular (Bjork, Pere Ubú o Public Enemy) y con
arrebatos tipo John Cage, transitan los veinte ensayos que podemos leer en Escucha esto, su segundo y monumental libro
publicado en Seix Barral a finales de 2012.
Son veinte ensayos que
previamente han sido publicados en el semanario The New Yorker en versiones más reducidas. Los divide en tres
partes. En la primera trata aspectos más generales de la música o de su biografía,
como su personal y ejemplar paso de la clásica al pop o, también con ese
carácter de “no hay nada nuevo bajo el sol”, de cómo la sensación casi
apocalíptica que se vive actualmente en el mundo de la música ya se vivió a
principios del siglo XX, cuando empezó a tener éxito la música grabada. La
mayoría de los puristas amantes de la música entendían que estábamos ante el
final de la música. Claro, es inevitable citar el ensayo de Walter Benjamin
sobre la obra de arte en la época de la reproducción técnica y la pérdida del
aura que rodeaba a muchas obras de arte, en el sentido de algo que sólo podía
ocurrir una sola vez o contemplarse en un sitio: aquí y ahora. Lo cierto es que
Benjamin, como bien señala Ross, no pretendía entonar con esto un lamento ante
la pérdida del aura artística, sino todo lo contrario: aplaudir la posibilidad
de que el arte llegue a más sitios y que lo haga en más ocasiones.
La segunda parte del libro
es el núcleo central de este. Son catorce ensayos sobre figuras relevantes de
la música. Van alternándose propuestas más clásicas, como Mozart, Schubert,
Verdi o Brahms, con iconos del pop, como Radiohead, Bjork o Nirvana (el único
ensayo del libro dedicado a un músico que no le gusta, y no le gusta nada, es
el de Kurt Cobain), o con otras figuras menos populares pero esenciales para
entender que la música es imprescindible si queremos diseñar un mundo mejor (Esa-Pekka Salonen, Marian
Anderson, Mitsuko Ochida o John Cage).
De todas formas, no todo es
tan atractivo en este libro. A veces, encontramos el deseo de cerrar debates,
que ya estaban de por sí cerrados, mediante recursos kitsch y sentimentaloides,
propios del peor periodismo. Por ejemplo, cuando escribe sobre Esa-Pekka
Salonen y su estreno con la Filarmónica de Nueva York, en febrero de 2007,
leemos: “el público respondió con un entusiasmo más incondicional de lo
habitual para un estreno de un concierto de abono en Nueva York.” Ahí podría
haber acabado la referencia y nos habría convencido plenamente de lo bien que
trabaja Salonen, pero hay algo más: ”Se vio cómo una pareja de ancianos se
cogían de la mano durante un movimiento lento.” Fragmentos así salpican el
libro, aunque los aciertos son tantos que los podemos dejar de lado. Es más,
podemos, incluso, escuchar a la Filarmónica de Los Ángeles, dirigida por
Gustavo Dudamel (que ha sustituido al citado Salonen al frente de esta) y
escuchar su recientísima edición de la Novena de Mahler, la composición que
escuchó el protagonista de la novela de Teju Cole en el Carnegie Hall, y
podemos así ratificar que el mundo puede ser un poco mejor si escuchamos esta
música ni blanca ni negra, ni joven ni vieja, si acaso podemos permitirnos
dudar que sea humana o que recoja vibraciones más universales.
3 comentarios:
Enhorabuena por la elección de este libro y por tu estupenda reseña, Rafael. Conozco a muy pocos críticos culturales que contagien tan bien el entusiasmo por un arte como lo hace Alex Ross. No sé a ti, pero a mí sus libros, y en especial éste, me insuflan la alegría de quien, por encima de todo, de sus eruditos conocimientos sobre el tema incluso (y que nunca expone con pedantería), ama la música. Un abrazo
"El ruido eterno" me parece un libro fundamental, de esos que hay que leer sí o sí.
Como dice Cora, el principal activo de Ross como escritor es transmitir su pasión por la música y explicarla, que es algo muy difícil. Creo que era Frank Zappa el que decía que "escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura". Pues yo creo que Ross sería capaz de hacer que los edificios meneasen el culo...
¡Qué apropiada disyuntiva: "sí o sí"! Y además aplicada al adjetivo fundamental. Y de sobrada originalidad...
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