No es que leer a Gabriel García Márquez sea, en principio, algo de lo que avergonzarse, pero indudablemente El amor en los tiempos del cólera es su obra más controvertida entre los críticos. Catalogada por muchos como un texto ñoño, propio de un culebrón, nuestro estadista Jabo H. Pizarroso se atreve a confesar su adicción a esta novela y cómo su recuerdo aún perdura.
Jabo H. Pizarroso
"El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas",
Gabriel García Márquez (El amor en los tiempos del cólera)
Tras vestirse de Liquiliqui venezolano, recibir el Nobel en el año
1982, y fotografiarse con el Felipe González de la pana
transicionera y la bodeguita preburbuja inmobiliaria, el Gabo se encerró en su
casa de Cartagena de Indias y le metió mano a la novela que soñaba con escribir
desde hacía grande tiempo atrás.
El amor en los tiempos del cólera es a Gabo lo que Las mejores intenciones es a Bergman, o La forja de un rebelde a Barea. Gabo busca a sus padres en este
libro y trenza una historia de amor melodramática, un culebrón latinoamericano,
algo que bien podían haber firmado Dago García o incluso Fernando Gaitán, el libretista de Café con aroma de mujer, o Betty, la fea, un relato enraizado en una historia de
amor oculto entre dos personas que dura toda la vida, y que empieza y acaba como lo hacen los boleros... "¿Y hasta cuando cree usted que
podemos seguir en este ir y venir del carajo?- le preguntó. Toda la vida-,
dijo."
Fermina Daza fumando
cigarrillos mentolados en un baño de porcelanas porcelanosas de nácar mientras Juvenal Urbino desrrama a un loro que se le
ha escapado a una palmera real, y Florentino Ariza desvirga a una colegiala de
trenzas meándricas y kilométricas antes de hacerle el amor y antes de
devolverla a la escuela en medio de un caribe de calimas, Úrsulas, Aurelianos y
Coroneles que no tienen quienes les escriban. Esta obra del Gabo, decimonónica
y daguerrotípica, donde las colchas de cama, los abalorios, las estancias, las
galerías de las casas y los alientos huelen a mora y a alcanfor, huelen a
trementina y a acetona, es un
melodrama suavón, simple, cursi y lleno de orfebrería literaria 'made in' garcía-marquez-pop. Según el Gabo es su mejor libro. Y yo estoy de acuerdo con
él. García Márquez aquí homenajea ese género del amor y la lágrima que llena
las televisiones de medio mundo desde los años ochenta y que viene firmado por
escritores y escritoras de latinoamérica. La historia de un hombre que jura
amor eterno a una mujer a la que esperará durante toda la vida para seguir
demostrándole que le amó en ella, que le amó en todas y en otras, y que le
sigue amando, es un libro para adolescentes en las nubes, para chavales y
chavalas con pájaros azules en la cabeza.
Neutralizado y extasiado por la prosa de Gabo, me aventuré en este
libro antes de meterme al Faulkner de Mientras agonizo entre pecho y espalda como si
de una botella de whisky se tratara, y convertirme en un pez. Me metí en este
libro seudobarroco, seudoalucinante, antes de follarme vivo, lectoramente
hablando, a Reinaldo Arenas y antes de Lezamiarme o ser uno con Víctor Hugues, y estar investido
de poderes en un siglo de las luces carpenteriano, antes de Eliseo Diego y Jesús Díaz, antes de estar borracho pero acordarme
con Viscarra, y me
metí en esa prosa repetitiva del Gabo, esa prosa que no cambia mucho desde que
se asienta para la eternidad en Cien años de Soledad, o felicidad como le vi corregir una vez aquella
cubierta de cátedra, hasta que noté que la picadura del culebrón El amor en los tiempos del cólera no se quitaba ni con Faulkner, ni con Monterroso, ni con Camus, ni con Anais Nin, ni con cualquier otro
antídoto parecido.
Con él único quizá con el que se atemperó la fiebre coleriana, con el
único con el que esa fiebre bajaba algunos grados y me permitía ver, y respirar
y entrar en otras estancias de otras luces y otros olores y otras flores, fue
con Thomas Bernhard y fue con Baroja, pero era eso, y era otra
vez y nuevamente Gioconda Belli,
que es un García Márquez mujer y sandinista, o Ana Istarú que es un Gabo centroamericano, o
incluso César Vallejo,
que es un pregabo, pero pasó el tiempo y ya desde el centro justo del caimán,
desde Camagüey e incluso desde Isla de Pinos, pude gritar y reír Roque
Dalton, pude exclamar también Desnoes, Roberto Arlt, Cortázar, Pizarnik, y Raúl Hernández Novás, pero siempre
quedará en mi retrogusto literario un amargo y maravilloso sabor de almendra
que me llevará sin cita previa, con nocturnidad, alevosía, y dolo hasta esta
novela que comienza de una manera inolvidable y que es para mí como una
letanía, un rezo, una sura de almuecín, una oración susurrada al oído, un algo
que no sucumbe al olvido ni derrumba el tiempo,… Era inevitable: "El olor de las
almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados."
1 comentario:
Hola Jabo:
Yo igual que fui fan de Benedetti, también lo fue de Gabo. Creo que he leído todas sus novelas, y tengo un buen recuerdo de El amor en los tiempos del cólera, aunque su análisis temporal fuese mucho menos arriesgado que el de El otoño del patiarca, por ejemplo; su prosa siempre me pareció muy rica, muy vigorosa y musical. No sé que opinaría si leyese ahora El amor en los tiempos..., pero sí que tengo un buen recuerdo de ese libro.
Si el siguiente estadista confiesa que leía a Bukowski y le gustaba, me acabáis de matar.
Saludos
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