Alejandro Luque realiza hoy un verdadero esfuerzo crítico para justificar su amor adolescente por la literatura de Mario Benedetti. De hecho, nuestro estadista ofrece en la presente reseña tantísimos argumentos que casi nos ha convencido a todos de que Primavera con una esquina rota es una novela no sólo meritoria sino de lectura recomendable. Y confiamos desde aquí que este cántico a la obra del uruguayo sirva para que la amiga de la madre de nuestro estadista le devuelva el ejemplar que prestó en su día y nunca recuperó.
Alejandro Luque
Quienes me conocieron a los 17 años pueden acreditar dos cosas: que lo
de mis rizos en cascada no es una leyenda urbana, y que fui uno de los más
fervorosos, por no decir "hartibles", divulgadores de la obra de Mario Benedetti
que hayan conocido. Durante mucho tiempo me dediqué a reunir minuciosamente
toda su bibliografía –poesía, relatos, novelas, teatro, crítica, periodismo–,
vi cuarenta veces El lado oscuro del corazón, acudí a todos los cursos de
verano en los que participaba e incluso llegué a ir a Alicante en autobús
(cuando Mariluz todavía no había nacido) para asistir durante una semana a una
serie de clases magistrales impartidas por él y no despegarme en todo ese
tiempo de su vera. Sí, el uruguayo me parecía el no va más, la síntesis
perfecta de sensibilidad, compromiso y exigencia literaria, hasta el punto de
que llegué a imitarle en poemas en los que voseaba y usaba localismos
montevideanos.
Con el tiempo, claro, estos criterios fueron modificándose
significativamente. Empecé a detectar carencias, a acusar el abuso de
edulcorante en muchos de sus textos, a cansarme del tono 'naïf' de sus poemas
(incluyendo la conmoción ante el horroroso comienzo de aquel que decía “Cuando
Ayrton Senna se inmoló en Imola...”) o del dogmatismo de sus opiniones, y a
acercarme, como suele ser natural, a otros maestros. Defender a Benedetti dejó
de ser 'cool', mientras que Borges u Octavio Paz -tan mal vistos entre el
progrerío en el que me movía- sí empezaban a serlo. Seguí leyendo los nuevos
libros que iba sacando hasta el final de su vida, pero ya con más sentido de la
lealtad que verdadero interés.
A la hora de elegir una novela que me haga dar la cara –aun a riesgo
de que el rubor me invada– he evitado la tentación de señalar La tregua,
que sigue pareciéndome en algunos aspectos muy interesante, y me he decantado
por la menos defendible Primavera con una esquina rota, la primera que
leí, la primera que me cautivó, la que me pidió prestada una amiga de mi madre
y no me devolvió jamás. La obra, como recordarán, se articula a través de
capítulos narrados alternativamente por distintos personajes: Santiago,
revolucionario apresado y sometido a todo tipo de abusos por los milicos;
Graciela, su mujer; Don Rafael, su padre; Beatriz, su hija; Rolando, viejo
conocido del matrimonio, que se convertirá en amante de Graciela mientras el
esposo está preso; y el propio Mario Benedetti, que narra en primera persona su
experiencia como exiliado.
Hay algo que ni siquiera los más corrosivos detractores de Benedetti
pueden negarle: la posesión de un estilo propio e inconfundible. Lo malo
es que ese tono se infiltra absolutamente por todas partes, de tal suerte que
todos los personajes, la niña, el abuelo y cómo no el propio escritor, acaban
hablando exactamente igual. Pecado mortal que sigue echando a perder tantas
novelas, pues uno de los atributos esenciales de un buen personaje es que tenga
su propia voz, armonizada con la voluntad de estilo del autor.
También puede echársele en cara a Benedetti cierta idealización de los
personajes, pero eso me parece un reproche secundario. El uruguayo me parece
una buena lectura para adolescentes (y para adultos necesitados de cierta base)
porque en algún momento todos necesitamos saber quiénes son los buenos y
quiénes los malos. Ya habrá tiempo para matizar esas diferencias, para tratar
de comprender al adversario o las razones por las cuales algunos países toman
inquietantes derroteros. Pero ahí se trataba de contar, y de hacerlo alto y
claro, que una serie de sangrientas dictaduras latinoamericanas persiguieron,
encarcelaron, torturaron, saquearon y dispersaron en el exilio a sus opositores
políticos, violaron a sus mujeres, vendieron a sus hijos, durante décadas. Todo
eso no es, que yo sepa, objeto de discusión histórica, y Benedetti supo ver que
la novela era el vehículo adecuado para plasmarlo, como los poemas lo fueron
para enarbolar consignas en la calle, y los artículos periodísticos para
polemizar políticamente.
Hay dos motivos más para ensayar una defensa del autor de La
muerte y otras sorpresas. Uno es su esfuerzo por hacerse inteligible para
todos, por “socializar” la literatura más allá incluso de lo que lo hicieron García
Márquez o Cortázar. Si a alguien le parece empresa sencilla, le invito a que
pruebe en casa a escribir a la vez llano pero estiloso, y con un resultado tan
ameno para la abuela como para el sobrino cani. El otro argumento se
refiere a una poderosa impresión que me asaltó cuando viajé, hace ya unos años,
a Montevideo: observando a los transeúntes en el Mercado del Puerto o en la
Plaza Independencia, comprobé que no se parecían a los personajes de Onetti, ni
a los de Felisberto Hernández, ni a los de Mario Levrero, sino a los grises,
melancólicos y sentimentales burócratas que habitan las páginas de Mario
Benedetti.
Tanto tiempo después, no tengo ánimos para recomendar novelas como
ésta a quienes me piden consejo, pero tampoco las rubricaría con ningún 'vade
retro'. Creo que a Benedetti, como a los primeros maestros, hay que leerlo para
huir pronto de él. Y por qué no, volver después sobre sus páginas, y comprobar
que algo de su talento, de sus valores y de su fe en la literatura siguen en
pie, a pesar de todo.
3 comentarios:
Creo que todo esto de la sospecha benedetiana pasará, y se volverá a la evidencia de que Benedetti es un grande. Particularmente me quedo con el Benedetti poeta de los primeros tiempos (Poemas de la Oficina, Poemas del Hoy por hoy) y con el Benedetti relatista, pero entre sus novelas las hay muy buenas, qué carajo. "El cumpleaños de Juan Ángel es obra maestra. Así que aplaudo tu decisión.
Yo también creo que el tiempo hará limpieza en su obra -publicó demasiado, me temo-, y resaltará al mejor Benedetti como un imprescindible de las letras hispanas, pero para eso también habrá que apartar al Mario más cursi y afectado, que también existió... Pero me alegra tenerte de mi lado en la defensa de El cumpleaños y otras obras grandes. Entre esto y Txarrena vamos a tener tema para varias birras, ¡no te tardes mucho en bajar por la Alameda!
Hola:
Me gustó leer este artículo. Queríamos tanto a Benedetti, es verdad. Yo tengo dos libros firmados por él.
La tregua me gustó much0 (me da miedo volver a leerla), y como dice Daniel libros de poemas como Poemas de la oficina los leo ahora y se siguen sosteniendo y su propuesta estética me gusta.
Pero, que duro fue aquel día que leyendo una antología de cuentos, La sirena viuda, el bueno de Benedetti se me cayó de las manos. En realidad, en un primer momento, sentí como si fuese yo el que le había fallado a él.
Un autor para recomendar a los adolescentes. Yo lo hago en el colegio donde trabajo, aunque sea el profesor de Economía y no de Literatura.
saludos
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