Cuando se publicó el 'best seller' de Katherine Pancol Los ojos amarillos de los cocodrilos se anunciaba en su faja: "Una novela que no deja a nadie indiferente". Y nuestro estadista José M. López no iba a ser menos. Obligado a leer dicha obra para evitar un conflicto familiar playero, el crítico se tuvo que terminar tragando gran parte de los prejuicios que tenía. He aquí la vergonzante pero divertida crónica de aquel caluroso verano rodeado de suegras y cocodrilos...
José M. López
Como todos sabemos, el verano es época propicia para saborear, por
fin, toda una lista de libros apetecibles a los que teníamos pensado hincar el
diente durante el invierno pero que, por diferentes causas, no tuvimos el
tiempo necesario para leer. Debo confesar que nunca he sido un aficionado
radical a la playa, pero, con el tiempo, y debido, en parte, a que mi pareja sí
lo es, he aprendido a enmarcar una de mis actividades preferidas, la lectura,
en ese extraño entorno de sombrillas, arena y chiringuito. Es más, yo no me
limito, a pesar de la tendencia general, a leer en la playa libros livianos y
de poco peso. He aprendido, con el tiempo, a compaginar aquel contexto lúdico y
soleado con plúmbeas y apasionantes lecturas de esas de desgarrarte el seso.
Poco a poco, toda aquella irritante coyuntura que rodeaba mis estancias en la
costa se ha ido transformando en un entrono apacible, e incluso potenciador de
la concentración necesaria para una agradable tarde de lectura: lo que antes
era el fastidioso grito de una madre a su hijo, se torna ahora en ronroneo de
fondo necesario para mi abstracción; el antiguo sopor de la canícula es ahora una idónea sensación
térmica que me mantiene alerta ante las vicisitudes de la narración; hasta
necesito, cada quince o veinte minutos, la interrupción producida por el golpe
de una pelota de playa que me golpea furtiva como un necesario descanso tras la
lectura de ciertos párrafos de especial intensidad. Bueno, pues aquella mañana
de julio bajaba yo a la playa, mi libro cómodamente colocado entre el protector
solar y las paletas, para empezar a disfrutar de mi primera lectura estival,
pero, amigo Sancho, con los hados, o, más bien, con la familia, nos tuvimos que
topar.
Cuando llegué a la arena, la familia de mi novia tenía ya
perfectamente erigida su empalizada de sombrillas y sillas de playa. Ya hacía
algunos años que me habían otorgado el privilegio de penetrar en ella, pues
antes tenía que conformarme con acampar en los alrededores, como soldado
advenedizo que aspira a conseguir ese honor. Pues bien, una vez dentro, y tras
montar mi propia infraestructura defensiva, me dispuse a sentarme y a relajarme
con mi ansiada lectura. Pero entonces observé a mi suegra leyendo una novela en
cuya portada había un extraño dibujo de un cocodrilo con un ojo amarillo. Como
no podía ser de otra forma, me dispuse a preguntarle por el libro, y ella
contestó con un ciceroniano laudo hacia él. Tras ello, y como imponen las
normas de cortesía, yo solté un “bueno, pues habrá que leérselo”. No di yo más
importancia al asunto, hasta que la tarde siguiente mi novia se acercó con el
cocodrilo de ojos amarillos en la mano y me dijo: “toma, mi madre ya se lo ha
terminado, dice que te lo presta”. ¡Maldita cortesía, maldita familia y
malditos hados! Tenía que posponer mi lista de lecturas ansiadas en pos de una
novela de la que ya había oído hablar, y
sobre la que, debo decirlo, volcaba todos y cada uno de mis prejuicios
literarios: éxito de ventas, autora de mediana edad, extremadamente 'cool' y,
además, francesa. Vamos, una novela de
mujeres para mujeres, y, encima, con
título absurdo que nada tenía que ver con su argumento. Bueno, lo mejor
sería acabar con ella cuanto antes, pero, oh Dios, otra nueva bofetada terminó
de descorazonarme: tenía cerca de seiscientas páginas.
Con sumo cuidado me fui adentrando en la historia de Jo, una mujer
casada y con dos hijas, que nunca ha tenido la entereza de valerse por sí
misma, de dar rienda a sus sueños y poner en práctica toda una serie de
proyectos que le apasionan y aterran a la vez. Esta mujer se ve abandonada por
su marido, por lo que no le queda más remedio que encarar la vida, y
estrangular de una vez sus miedos e inseguridades. Al principio, me mostraba
reacio ante una historia que me parecía tópica y perfectamente diseñada para un
tipo de lector/a muy concreto. Sin embargo, poco a poco, y ayudado por la
calidez de una prosa nada torpe, me fui interesando por la protagonista, que si
bien al principio me pareció estereotipada y anodina, va ensanchándose con el
devenir de las páginas, y cobra una profundidad y calidez humanas
considerables. La débil ama de casa que empieza la novela nada tiene que ver
con la mujer que encontramos al final del relato. Jo se ha convertido, como la
dama medieval que protagoniza la novela
que ella misma escribe, en una heroína cotidiana, a la que hemos acompañado
desde el principio, nos hemos reído con ella, hemos sufrido por ella, e
incluso, debo reconocerlo, nos hemos emocionado con ella. La narradora ha
podido conmigo, me ha manipulado, y me ha obligado, a mi pesar, a encariñarme
de esta antiheroína, de esta Woody Allen a la francesa.
La autora sabe perfilar la personalidad de su protagonista haciéndola
interesante más que por sus virtudes, por sus defectos. Y estas características
que en Jo son profundamente femeninas, trascienden lo particular y se vuelven,
en mi opinión, universales, lo que provoca que no me sienta excluido para nada
de la historia, y permite que, a pesar de las circunstancias propias del sexo,
termine identificándome con esta mujer bondadosa y algo bobalicona.
Sin embargo, y a pesar de que toda la novela gira entorno de la
protagonista, encontramos una amplia fauna de personajes no siempre cincelados
con la misma fortuna. Muchos de ellos, sobre todo los personajes masculinos,
son tipos de una personalidad plana, meros monigotes caracterizados normalmente
por un solo defecto. El amante de su hija, por ejemplo, es el típico donjuán
patético y engreído; su padrastro, un primitivo nuevo rico de carácter simplón;
sus hijas, una la cariñosa y sensible, la otra la harpía con visos de futura 'femme fatale'.
Otro de los aspectos que, en mi opinión, lacra la historia, es su tono
excesivamente 'naif'. A pesar de la crueldad de algunas situaciones, siempre hay
una amiga para consolar a la protagonista o un caballero andante de jersey de
cuello alto que termina salvándola. Hay que reconocer que el excesivo
“buenismo” de algunos personajes y la desmesurada sensiblería de algunas
escenas no hicieron más que apuntalar los prejuicios que albergaba antes de
acercarme al libro.
Sin embargo, y pesar de estos vicios propios de toda obra que aspira a 'best seller', tengo que reconocer que ese inicio de verano, mientras
me embriagaba el olor a la brisa salada y a filetes empanados, disfruté con la
lectura de este libro. Y es que, a veces, un personaje salva una novela. Y debo
admitir que la escritora da vida en el libro a una protagonista con un grado de
humanidad tal, que, meses después de haber leído la novela, no estaba seguro de
si el personaje de Jo pertenecía a una novela, lo había visto en alguna serie,
o es que realmente había conocido a esa mujer.
Al final, y una vez terminada la novela, me di cuenta de que su
lectura no había resultado una
experiencia tan traumática como esperaba. Cerré el libro y observé con los ojos
entornados a esa extraña gente que me rodeaba y que yacía tostada sobre sus
toallas. Enterré un poco más mis pies en
la abrasante arena y, me quedé dormido acunado por la extraña melodía que
conformaban el romper de las olas sobre la orilla y el agudo silbato del
vendedor de cuñas de Sanlúcar.
1 comentario:
Desde Sanlúcar siempre hemos abogado por la buena literatura y el control del colesterol. Nos preguntamos sin embargo, si la mención a Sancho de la reseña no hubiera ido más acertadamente dirigida a "Dulcinea".
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