Uno de nuestros estadistas más indómitos, José Martínez Ros, nos confiesa su fascinación por la Trilogía Millenium de Stieg Larsson y por el personaje de Lisbeth Salander, en particular. Producto de consumo muy alejado de los gustos naturales del Sr. Martínez Ros pero que, en un ejercicio de malabarismo crítico, se nos justifica su valía cultural, no vinculada estrictamente con la literaria. ¿Os convencen sus palabras?
José Martínez Ros
Si esta reseña estuviera acompañada de una banda sonora, de un tema
musical, elegiría en primer lugar la canción que le da título de la muy
particular cantante, escritora y actriz norteamericana Emily Autum. Mi segunda opción sería bastante más castiza, el
pequeño clásico de Def Con Dos A.M.V. (Asociación de mujeres violentas): “Llora Susana cuando viene del metro / por las barbaridades que le grita siempre un viejo.
/ Hoy son guarradas, mañana tocamientos. / ¡Es que vas provocando con esos vaqueros! / "Los hombres son así, no les hagas mucho caso,
/ nunca cambiarán y hay que soportarlos", / le dice su madre, ¡mamá felpudo!, / mientras se maquilla los hematomas /que firma
su marido cuando llega un poco / bebido. "Y debes aprender / a bajar la mirada y asumir como normal / el
acoso y la humillación cotidiana / del mundo hombruno, mundo peludo, / y aguántales, que el universo es suyo".
/ Pero hay mujeres que ya están hartas…”.
Los hombres que no amaban a las
mujeres no era, 'a priori', una novela que despertara mi interés. Es probable
que nunca lo hubiera leído si no llego a encontrar un ejemplar en casa de mis
padres, durante una visita estival. Quizás se lo había dejado olvidado una de
mis hermanas, pero el caso es que tenía una tarde libre y nada que leer, así
que lo abrí, un poco por azar; y finalmente, esa tarde, absorto en la
folletinesca historia tramado por el sueco Stieg
Larsson, descubrí a un nuevo ídolo literario.
No nos equivoquemos: la mayor parte de los grandes personajes de la
historia de la literatura proceden de grandes novelas; por lo menos, casi todos
mis favoritos. Dan (de Mientras agonizo), Ana Karenina, Kim, el periodista afroamericano Fate de 2666… Pero hay
unos cuantos casos particulares que no se corresponden a esa regla. Por
ejemplo, a pesar de su fama, ningún lector atento de Julio Verne puede llegar a considerarlo algo más que un simpático
muñidor de fábulas científicas, sobre todo si se le compara con los titanes
literarios del XIX. Sin embargo, ¿no resultan inolvidables el tenaz y valiente
correo ruso Miguel Strogoff o el
enigmático capitán Nemo? ¿Quién
osaría comparar a Conan Doyle con Charles
Dickens? Pero, ¿quién no pondrá a Shelock
Holmes a la altura de cualquiera de los más célebres personajes
dickensianos?
Stieg Larsson, por lo que
sabemos, fue un hombre bueno y honesto, un periodista convencido de que su
profesión tiene una responsabilidad ante el resto de la sociedad, la de
denunciar los aspectos más sucios, las desigualdades, crímenes y ofensas que la
mayoría se niega a ver. También era un acérrimo defensor de los derechos de la
mujer. Según su viuda, cuando era apenas un adolescente vio como algunos
muchachos que conocía abusaban, violaban, a una chica. No se atrevió, por
miedo, a denunciarlos, no hizo nada. Luego, buscó a esa chica, le pidió perdón
inútilmente; los remordimientos le acosaron toda su vida. La vergüenza, según Karl Marx, es un sentimiento
revolucionario. Tal vez no sea capaz de convertir en un gran escritor a alguien
que no lo es, pero, al parecer, en el caso concreto de Larsson, hizo que creara a un gran personaje: Lisbeth Lasander.
Porque Stieg Larsson, digámoslo
desde ya, fue un escritor mediocre. No sé qué tal redactaba los famosos
reportajes de denuncia que lo hicieron bastante conocido en su Suecia natal,
pero como prosista literario no merece ni un aprobado bajo. La mayor parte de
la famosa trilogía (en su plan original, iban a ser diez novelas:
lamentablemente, una temprana muerte lo hizo posible) está escrita con una
prosa granítica, rutinaria, carente de personalidad; la estructura es
defectuosa y repetitiva; asimismo, el autor parece desconocer la más mínima
noción de elipsis y abruma al lector con páginas y páginas de datos e
información prescindible.
Y sin embargo, Millenium
funciona. Y el mérito pertenece a su protagonista, la joven Salander, a la que
no dudo en considerar uno de los grandes personajes de la literatura reciente.
Aunque su compañero de aventuras, el periodista Mikael Blomkvist -un obvio
autorretrato idealizado del propio Larsson-
se gana de inmediato las simpatías de lector,
aunque la variada gama de malvados, corruptos y psicópatas que recorren las
novelas resultan tan odiosos como divertidos, es Lisbeth quien lo hechiza y lo
hace pasar página tras página. Menuda, inteligentísima -a pesar de sus
problemas para comunicarse con el resto de seres humanos, poseedora de una
memoria fotográfica, bisexual, llena de piercings y tatuajes, incluido el
famoso dragón de su espalda, una de las muchas razones por las que resulta
memorable es por su obstinada defensa de su propia dignidad e independencia;
pase lo que pase, Lisbeth no se deja pisotear, ni dejará nunca que lo hagan con
otros si ella puede hacer algo para impedirlo. Si hay que citar un claro
precedente literario, deberíamos recordar a la (también fantástica) señorita
Smila de La señorita Smila y su especial
percepción de la nieve, de otro novelista escandinavo (muchísimo mejor
escritor que Larsson), Peter Hoeg, igualmente audaz, compleja,
ensimismada y brillante; y mucho más atrás, a los cientos de personajes de
ficción, desde nuestro señor Don Quijote de la Mancha, pasando por tantas
creaciones de de autores como Víctor
Hugo, Dumas, Orwell o Malraux, que se han negado a aceptar la injusticia cotidiana, el
abuso de los poderosos, la opresión y la crueldad y han decidido aceptar la
responsabilidad de restablecer la justicia, aunque con ello pongan en peligro
su propia existencia. Lo que convierte a Lisbeth en un personaje aún más
reivindicable y transgresor, cuando los últimos éxitos literarios dirigidos al
público femenino -y os señalo a vosotras, sosas, bobas y, sobre todo, pasivas protagonistas
de Crepúsculo o 50 sombras de Grey-, parecen retroceder hacia modelos femeninos que
ya deberían estar más que superados, hacia la princesita indefensa a la espera
de un caballero andante.
Por cierto, aunque la versión cinematográfica de David Fincher es muy superior, en los aspectos técnicos, que la
sueca, para mí Lisbeth Salander siempre tendrá los rasgos de la actriz Noomi Rapace.
2 comentarios:
Los personajes de Crepúsculo y Grey no te van a oir, más que nada porque son personajes, no personas. Es como si yo me dirigiera a esos personajes masculinos incosistentes de noveluchas de cuarta, películas y videojuegos... Si te diriges a las mujeres que leen eso tampoco creo que se asomen a este blog nunca.
La crítica, creo yo, debería ir dirigida a las autoras -autores, que no tengo ni idea de quienes son- de esas (llamémosle) obras. Y ni siquiera merece la pena, están en otra dimensión y me temo que van a permanecer allí mucho tiempo, ellas y las continuadoras/es del bodrio.
Saludos
He contado en la reseña hasta ocho errores lingüísticos de concordancia, acentuación, repetición o impropiedad léxica. ¿Ésa es la mejor manera de criticar a un escritor?
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