
Aire Nuestro
Manuel Vilas
Alfaguara, 2009
ISBN: 978-84-204-2199-5
272 páginas
18 €
Daniel Ruiz García
Vamos a ponernos un poco frívolos. Nos situamos en que el hecho nocillero es el resultado de la eclosión creativa de un grupo de artistas con unas sensibilidades éticas y estéticas compartidas. Un poner: como la gente de Der Blaue Reiter en Munich, allá por 1910, o, más cercano y literario, como la Generación española del 27. Un grupo rompedor, con bastante espíritu iconoclasta (ejem), dispuesto a trastocar nociones creativas y conceptuales que ellos consideran absolutamente trilladas y desfasadas (ejem otra vez), y que nos han conducido a una situación de cansancio estético donde ya no cabe la novedad.


Esa generación tiene todos los aliños necesarios para operar como cualquier generación que se precie. Se reúnen en mesas redondas a las que se invitan a ellos mismos, lanzan proclamas incendiarias que por supuesto defienden invariablemente la muerte del padre, tienen su correspondiente ideólogo (Eloy Fernández Porta), su crítico de altos vuelos (Vicente Luis Mora), su obra cumbre aglutinante (Nocilla Dream, Agustín Fernández Mallo). Después llega el momento que le llega a toda generación: el instante de apearse, la repetición cansina, el tópico, demasiadas obras para una bolsa con tan poco fondo. El mainstream editorial que hinca el tenedor, buscando negocio donde hay ruido (Quosque tandem abutere Alfaguara patientia nostra?). Y claro, inevitablemente, la obra manierista, la que marca el punto definitivo de inflexión, de desinflamiento, de emborronamiento de las formas, de epitafio. La obra extraña, esa que suele cerrar todas las generaciones, y que en este caso recae sobre el libro que nos ocupa. Aire Nuestro, Manuel Vilas.
Pongámonos un poco serios ahora. La historia más extendida sobre el modo en que John Lennon y Yoko Ono se conocieron, y la más alimentada por la maledicencia de los numerosos biógrafos de este tándem, apunta a una implacable seducción por parte de la asiática. Aprovechando la visita del músico a una exposición montada por Ono, la japonesa jugó al desconcierto con Lennon. En cuanto lo vio aparecer por la sala, y sin conocerlo de nada, a Ono se le ocurrió depositarle como quien no quiere la cosa una notita en la mano. La nota sólo decía: “Respira”. A partir de ese momento, Ono empezó a camelarse a Lennon a base de notitas desconcertantes durante toda la velada. Así, cada cuarto de hora la artista le dejaba caer una nueva nota, a cuál más desconcertante. “Piensa”. “Sueña”. “Mira la luz”. Cosas así. Ya sabemos cómo terminó esa historia. Give Pace a Chance, encamamientos infinitos en el Dakota y todo lo que se cuenta y mucho más que no se puede contar.

Lennon, que seguía conservando su rudo espíritu de teddy boy, nunca fue demasiado lumbreras. Hacía poco tiempo que había proclamado sentirse más famoso que Jesucristo, y poco después se dedicó a cagarse en su padre a base de primal screams. Es por eso que el rollo de las postalitas de Yoko Ono le pareció lo más sofisticado del mundo, la cosa más sugerente con la que se había topado. Se sintió obnubilado por el brillo del momento. Se deslumbró porque probablemente no sabía que Ono era más bien una artista mediocre, desde luego nada innovadora, ya que todos esos happenings y performances y environments y demás ferralla postmoderna tenían ya, sólo que de otra forma y con otro estilo, más de medio siglo.
El libro de Manuel Vilas, Aire Nuestro, me ha recordado a aquel célebre cerco de Ono a John Lennon. Porque es indudable que estamos ante un libro seductor. No hay más que ver el ruido mediático que ha generado, la cantidad de adhesiones que circulan por la red, los respaldos tan altisonantes y ruidosos que ha concitado por todos los sitios. Y no me cabe duda de que es un libro distinto. Pero sorprendentemente, para mi propia desazón, después de terminar el libro (¿novela?, ¿cuentos?, ¿poemas en prosa?), me quedo con una extraña sensación. Una sensación antipática. Definitivamente, pienso, no he entendido el chiste.
Vale. Comprendo todo eso de profundizar en el propio sentido de la metáfora. La idea de que la metáfora se construye sobre imágenes convencionalmente asumidas y reconocibles por todos, y de que es posible cambiar la estructura de la metáfora sustituyendo los modelos de referencia por nuevos modelos absolutamente distintos, y provocando así extrañeza, conceptos distintos, novedad. Pero no creo que esto sea nuevo. Porque es un principio que ya estaba en Breton y en los surrealistas. En cuanto a la idea de redefinir la biografía de los iconos, poniendo, no sé, a Elvis ejerciendo de terrorista fantasma, o a Luis Cernuda reencarnado, en fin, son detalles de un chiste a los que no encuentro la gracia. Como tampoco se la veo a poner a circular a personajes del papel couché como Paulina Rubio o Carla Bruni, o al Príncipe Felipe, o a Aznar y González, o al propio autor multiplicado con otros nombres, o cambiado de sexo y llamándose Manuela Vilas. Tampoco le veo el sentido a meter fotos que no dicen nada al texto, y resultan absolutamente gratuitas. Por encima de todo, hay algo que me incomoda bastante: el soporte de toda la estructura de tramas, esa especie de televisión del futuro donde la programación funciona a la manera de capítulos.
Reconozco que la primera notita, un primer capítulo en el que Johnny Cash viaja por España acompañado por Mariscal, me resultó bastante interesante, incluso vibrante, muy rítmico. De ahí me quedo con un aspecto que es a mi juicio lo más salvable del libro. La capacidad de Vilas para construir, en determinados momentos, imágenes y situaciones de gran potencia poética. No he leído su poesía, pero estoy convencido de que debe ser un fabuloso poeta (un inciso: creo que es algo que le ocurre también a otros nocilleros: funcionan mejor como poetas que como prosistas). También le reconozco un estilo bastante ágil, una forma de narrar muy americana, que no se detiene en lo accesorio y favorece una lectura rápida. Lástima que, una vez superada la sorpresa de la primera nota, el resto resulta, por lo general, bastante tedioso. Construir un texto tan libre tiene esas servidumbres: acaba siendo tan libre que se libera hasta del propio lector. No existe pacto entre lector y texto, porque el texto va por otro lado. Acaba resultando tan libre que igual podría incorporar, qué se yo, un prospecto de un paliativo de lombrices, o la tabla periódica, o el inventario del suministro doméstico mensual de Carrefour.
Como lector, Aire Nuestro es un libro que me incomoda, y que incluso me enfurece. Los mimbres de partida, si perdonamos la extravagancia del planteamiento general, me parecen buenos. Los referentes más serios de Vilas me resultan muy estimulantes. Johnny Cash, Elvis, Sergio Leone, Superman, podrían haber dado mucho juego. Sin embargo el resultado me parece absolutamente deforme, estéril, sin pie ni cabeza. Pura casquería icónica, un desguace en el que no logro encontrar ninguna pieza de utilidad.
Yoko Ono embelesó a Lennon. Con eso de las notas se lo llevó al huerto, cuando lo cierto es que Lennon tuvo ocasión de bailar con las más macizas y pudo haberse quedado con la Reina de la Fiesta. Si bien es verdad que después acabó pidiéndole a la japonesa un tiempo de reflexión y de distancia, que aprovechó muy oportunamente con su asistente personal, May Pang (por cierto: qué obsesión por lo asiático). Probablemente, Lennon llegó a sentirse asfixiado por tanta intensidad. A lo mejor es que, después de todo, detrás de aquellos papelitos y todo el tinglado de pirotecnia conceptual que propugnaba Ono no había mucho más.
Por último, un ruego para Vilas. Por favor, en la próxima, mete una foto de éste. Así por lo menos, aunque no me entere del chiste, seguro que me río.
