José Ovejero
Alfaguara, 2009.
ISBN: 978-842042240-4
398 págs.
19,50 €.
Jabo H. Pizarroso
La historia de la literatura del siglo XX está llena de tipos insignificantes. Protoliterarios en el XIX, el XX asistió a la eclosión de dos cosas: el antihéroe y el punto, sí, el punto. Antihéroes los han llamado algunos. Héroes de nuestro tiempo también, aunque suene a eufemismo negativo. El antihéroe por antonomasia es Alonso Quijano, que no sabemos por qué extraña posesión maligna o por qué inquieta perversión siempre se está reencarnando en otros personajes, transmigrando de época en época, de país en país, y de novela en novela. Así se convirtió en Israel Potter de la mano de Melville una vez, (lean la edición publicada en Mono Azul editora, no es por nada) y en el guardés que vigila rigurosamente trenes bajo la firme mirada de un hombre que se cayó de su balcón cuando daba alpiste a sus palomas y que atendía al nombre de Bohumil, Hrabal para más señas.
Como no podía ser menos, el espítitu del hombre manchego más universal y salvajemente cómico que ha habido nunca, ha parido a un hijo legítimo al dar a la imprenta esta novela divertida, inteligente, sarcástica, maravillosa y eficaz, que ha escrito José Ovejero, sin más señas, que las tiene y muchas, pero no mezclemos autoría con obra, cuando hay obras como ésta que no necesitan ni el tinto ni el aliento de biografías rocambolescas para erigirse con fuerza dentro de los anaqueles atiborrados y en medio del panorama tristón y rácano en diversión y desmitificaciones que hoy por hoy cosecha como jornalero sin yugo la novelística actual española.
La comedia salvaje narra la historia de un héroe de nuestro tiempo que siempre es el tiempo de la guerra civil española, alguien destinado a ser desde su insignificancia y desde su estulticia utilizada el salvador de un conflicto. La estrategia narrativa y el plot point que principia la trama de esta novela no puede estar más ajustado a estos cánones de comedia barbara y clásica a lo Lubitsch basándose en el estereotipo de hombre común y de pocas alturas. Ambientada en nuestro magma fundacional, la guerra civil española, de la que todavía hay que seguir escribiendo, es nuestro far west, nuestra explosión narrativa por antonomasia, donde se conjugan épica, miedos, cobardías, furias, dolor, maldad y muerte, historia y memoria, relata la historia de Benjamín, un pobre hombre que ha recibido una misión de manos del presidente de la República: detener la guerra.
En ese empeño se encontrará con Julia, mujer a la que conoce en un socavón provocado por un bombardeo y juntos irán de un lugar a otro a través de un pais en guerra, donde carlistas y falangistas se matan frente a un puchero de churros y chocolate, donde un cura pederasta se saca los ojos defendiendo su inocencia y su amor a los críos, o donde en una taberna de unos y de otros una suiza en medio de la nada, republicanos y falangistas juegan al macarra a hostia limpia en base a la carta más alta, juego en el que incluso sacrifican sus dedos. Escenario hilarante que parte de una guerra y parte una guerra.
Hay de todo. Sería demasiado inventariar y demasiado miserable por mi parte establecer un justo panorama de la cantidad de elementos e historias que se entremezclan en su camino hacia Madrid ante los ojos de este tipo llamado Benjamín. Pero me pueden las ganas y tengo que mencionar una de las escenas, la que se centra en El Comité Antiimperialista Revolucionario Latinoamericano, esto le encantaría a Bolaño, compuesto por un chileno, un colombiano, un mexicano, un argentino, un paraguayo y un cubano que se pierde tres veces al día. Sí, también ellos están en la guerra civil. Han venido a salvar a España de los españoles, a hacer de España un país independiente cuando echen a todos los españoles de aquí. El guiño es formidable. Quieren conquistar España como hizo Cortés con los aztecas, aunque España esté civilizada según Benjamín, que no lo está según ellos porque todavía hay “idólatras que siguen sacando el santo en procesión para que llueva” (...)”Este país lo que necesita es sangre nueva. Gente que mire hacia adelante y no hacia atrás, que deje de pensar en el Cid y en los Reyes Católicos y en la puta madre que parió a Don Pelayo”. Los españoles son los indios que van a conquistar los miembros de este magnífico comité. “Los indios, se le oye gritar al argentino, nos emboscaron los indios igual que a Orellana”, cuando recibe una andanada de tiros de un grupo de milicianos.
¿Benjamín el inútil, el confuso, el perdido, el cobarde, podrá acabar su misión?
En la comedia salvaje uno tiene siempre la sensación de estar metido de lleno en una obra de teatro perfecta. Con Benjamin tenemos la sensación siempre de asistir a una actuación, un performance, una comedia salvaje en toda regla, sin cuarta pared, de la que él, por huevos, tiene que ser el protagonista, y en la que nosotros por narices, nos lo pasamos en grande con él, una comedia en la que le obligan a ser el protagonista porque él tiene una misión, una misión a la que le ha encomendado el mismísimo Don Manuel, Azaña por supuesto, no podría ser otro don nadie más que Azaña, tan don nadie y tan confuso como Benjamín, el protagonista, ese tipo insignificante originario de Vitoria, que no tiene patria porque ni es español por ser vasco ni es vasco porque es de Álava, vaya un sitio para haber nacido.
Y eso es así porque todo el mundo aquí, en esta comedia, en esta novela hilarante, estupefacta a veces, sembrada de genialidades y de diversión a raudales, escrita con ese magisterio con el que escriben los escritores que saben cuál es el poder generador y degenerador de la literatura hecha comedia y hecha sarcasmo y hecha como hay que hacerse, es así porque en este libro todo el mundo cuenta su historia, cuenta lo que le ha pasado para saber cuál es la causa última de su situación presente, momento de encuentro siempre con Benjamín. Son todos, en el fondo, mediante este recurso, personajes del propio Benjamín, incluso más allá de éste, personajes del propio narrador que inventa a su vez a Benjamín anciano o joven siempre frente al mostrador de una relojería mientras suena el móvil en nuestra época.
Una novela que es una reflexión hilarante sobre la guerra y sobre nuestra guerra civil y que reflexiona también sobre la invención y la realidad, sobre la escritura a la que siempre sobresalta la memoria con sus carcajadas y sus sombras que aquí son luces. No es nada gratuito y es algo que apuntala esta posible interpretación de la novela de Ovejero el hecho de que en el momento en el que Benjamín, el difuso e insignificante Benjamín principia su misión tras el descalabro de su avioneta, la descripción de este momento se establezca así, “Un mundo imaginario se desplegaba ante él, una sucesión de montes pedregosos de los que se habían adueñado las lagartijas y los alacranes”
En el fondo José Ovejero no podía transmitir mejor que lo ha hecho el sentido último de una guerra que no es otro que una comedia salvaje, un terremoto de dolor insensato protagonizado por un puñado ingente de malnacidos que a los hombres corrientes y molientes les mueve a risa, les mueve a carcajearse a mandíbula batiente. Adios a las armas con fundamento, como diría Benjamín, el pobre seminarista alavés que tiene que detener una guerra.
Y en todo el libro yace el cuerpo incorrupto e insepulto de El Quijote. Todo el libro es un homenaje nuevo, fresco y lleno de ternura inteligente a la obra de Cervantes, hasta la pira que antecede al final, un remedo fantástico, el auto de fé por el que está novela se inmola en aras del espíritu del manco de Lepanto. Cuando un grupo de nacionales seleccionan los libros de una biblioteca que están dispuestos a quemar y discuten sobre las bondades de quemar unos u otros, porque como bien dice uno de ellos, “te recuerdo que nuestra selección debe regirse por criterios ideológicos, no por la calidad, qué poco rescataríamos de la literatura española si usásemos sólo la calidad como criterio". Ironía más puñetera y perfecta que esta no he visto en mucho tiempo. Genial. Pero ese nacional que ha hablado de esa forma sigue y dice sobre el autor de Niebla cuyo destino libresco está dirimiendo con otros, “¿Sabes lo que ha dicho Don Miguel hace poco? Que si los nacionales vencemos España se convertirá en un país de imbéciles. Como si no lo fuese ya. Pero seamos generosos con él, hay que conceder que tiene cojones.”
El mito de la guerra civil se hace presente, se descuartiza, se libera toda esa energía acumulada y se convierte en territorio mítico de la mano de Ovejero. La Comedia Salvaje es la propuesta y antipropuesta en plano de comedia que enfrenta el despelote creativo y clarificador de la guerra civil, a la seriedad benetiana de Herumbrosas Lanzas, pero al paso de muchos años, cuando los neardhentales por fin han acabado por colonizar tierra española, Max Aub y Ernesto mediante.
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