Miguel García-Posada
Algaida, 2010
ISBN: 978-84-9877-353-8
264 páginas
14 €
Jesús Cotta
Este libro se presenta como “un viaje interior a través de los recuerdos”, presididos por la presencia y la casa de Isabel, tía del narrador, el cual es primero un niño, luego un muchacho y, por último, un joven que pasa los veranos en esa casa, en el pueblo andaluz de Fuentes, junto a la costa, cercano a la “ciudad fluvial”, que no puede ser otra que Sevilla. Durante esos veranos y bajo la protección suave e intensa de su tía, el narrador despliega su mirada infantil, adolescente y, por fin, adulta, sobre una galería interesantísima de personajes, con los que aprende los juegos de niño, sus juegos de adolescente y sus andanzas de adulto, hasta que al fin comprende el porqué esa mujer que de niño lo fascinaba no era como las demás personas del pueblo. El libro presta especial atención a las tradiciones religiosas de Fuentes, a la mano de hierro que sobre él ejercían el guardia civil, el párroco y la familia dominante, a la explosión de los instintos que, pese a los opresivos conceptos de honor y honra, dominaban los cuerpos y los corazones, a las bellas tradiciones religiosas populares que llenaban los atardeceres de velas y de mantos de la Virgen… No hay un argumento lineal, sino un interesantísimo despliegue de situaciones concretas, de personajes finamente descritos con detalles verosímiles y personalísimos que los hace comprensibles en tres líneas. En esa variedad está el gusto de la novela, que no cansa jamás, pues esos personajes de pueblo siempre acaban sorprendiendo.
Destaco especialmente la belleza con que el novelista describe el descubrimiento de lo erótico y esa manera ágil, elegante y desenfadada de describir a los personajes mediante su actuación.
Dos son los protagonistas de esta novela: Isabel y Fuentes. Isabel es la dama roja, la europea de corazón, la cristiana sin Iglesia, que tenía que bregar en un pueblo dado al chismorreo y asustado por la sombra de la guerra. El protagonista está sediento de las valoraciones que ella hace de todo lo que ocurre: los presos políticos que llegan hasta allí huyendo de la explotación, las filípicas que desde el púlpito arrojaba el párroco, las sodomías impunes que con menores realizaba Cristino, más adepto que nadie al régimen. Si alguien desea conocer cómo una mujer amiga de la libertad, de la fraternidad, de Francia, de lo liberal e indulgente, culta, podía sobrevivir durante años en una España donde todo eso era considerado peligroso y sospechoso y en un pueblo donde el chismorreo y el qué dirán llegaban al extremo de que en las peluquerías se apuntaban las fechas de las bodas para controlar luego las de los partos, déjese llevar de la mano del narrador hacia los misterios humanos de Fuentes. El segundo protagonista es el pueblo, que ha dado amantes voraces a Ava Gadner, bienvenidas a José Antonio, alfileres y joyas a la patrona, ahogados al río fangoso y aleonado y una experiencia personal impagable al narrador, que es quien es por Fuentes. Quizá los malos de la película sean demasiado malos. El autor no les concede apenas una nota de simpatía. Pero no resultan envarados ni falsos, sino totalmente reales y tienen todo el aire de haber existido realmente en la vida del autor.
Lo mejor del libro es sin duda esa capacidad del autor para interesarnos en la trama a la vez que nos regala un estilo literario de calidad y que a cada tanto nos asombra con su belleza, sin asomo de tipismos ni de realismos mágicos tan trillados ni de reivindicación política, sino tan sólo con la autenticidad de quien cuenta algo hondo y personal que, sin embargo, acaba interesando a todo el mundo. El libro está plagado de frases gloriosas como ésta: No hay asesinato tan premeditado como la pena de muerte; y de párrafos tan arrebatadoramente líricos como este: Dúctiles, ligeros, casi alados, fluíamos por el agua a la luz de la luna, luz protectora, que alumbraba como un sol nocturno. Bañarnos de noche añadía un encanto especial, le otorgaba al baño una dimensión de acto ritual, de descubrimiento de la vida en sus fuentes primeras. Nos bañábamos desnudos y eso incrementaba la percepción de la gloriosa inmaterialidad de nuestros cuerpos. Y todo ocurría en un pueblo, donde la luz del sol, la niñez, la tradición inveterada lo hacía todo mucho más intenso, un pueblo que, gracias a la pluma de excelente narrador y mejor prosista Miguel García-Posada, ha quedado inmortalizado en mi colección de sitios favoritos.
Lo mejor del libro es sin duda esa capacidad del autor para interesarnos en la trama a la vez que nos regala un estilo literario de calidad y que a cada tanto nos asombra con su belleza, sin asomo de tipismos ni de realismos mágicos tan trillados ni de reivindicación política, sino tan sólo con la autenticidad de quien cuenta algo hondo y personal que, sin embargo, acaba interesando a todo el mundo. El libro está plagado de frases gloriosas como ésta: No hay asesinato tan premeditado como la pena de muerte; y de párrafos tan arrebatadoramente líricos como este: Dúctiles, ligeros, casi alados, fluíamos por el agua a la luz de la luna, luz protectora, que alumbraba como un sol nocturno. Bañarnos de noche añadía un encanto especial, le otorgaba al baño una dimensión de acto ritual, de descubrimiento de la vida en sus fuentes primeras. Nos bañábamos desnudos y eso incrementaba la percepción de la gloriosa inmaterialidad de nuestros cuerpos. Y todo ocurría en un pueblo, donde la luz del sol, la niñez, la tradición inveterada lo hacía todo mucho más intenso, un pueblo que, gracias a la pluma de excelente narrador y mejor prosista Miguel García-Posada, ha quedado inmortalizado en mi colección de sitios favoritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario