Diario de las especies
Claudia Apablaza
Barataria, 2010
ISBN: 9788492979028
176 páginas
13,50 euros
Carolina León
Si cualquiera de nosotros está mínimamente atento a la narrativa que nos proponen los escritores y escritoras con aproximadamente tres décadas de edad, se habrá encontrado más de una vez con el fenómeno que trata de verter al libro problemas y anomalías de los formatos digitales: el blog, entre ellos, pero no como el único de ellos. ¿Es Diario de las especies un caso más de esto? Lo es y no. Tengo que decir que ese gesto de trasvase de poéticas "digitales" es a priori un "Frankenstein". Un blog es creación personal, posteriormente ampliada con las participaciones de los lectores, los cuales jugarán con los temas y los alcances (a no ser que los comentarios estén cerrados); por tanto, es también creación colectiva. En el blog, el escritor encuentra con frecuencia una vía alternativa de investigación o reflexión (de forma paralela a las investigaciones que desarrolla en soledad) y, en ese sentido, ¡sí!: por fin éste puede dejar de sentirse tan solo en su tarea. En algunos casos, por último, también se ha podido utilizar como "diario secreto en voz alta", amparándose en el anonimato. De todo ello se aprovecha la escritora chilena.
¿Qué pasa cuando nos llevamos estos problemas al libro? Que la meta-reflexión literaria sucede demasiado pronto, sin haber hecho una suficiente interiorización de los problemas insertos en estos lenguajes. Y que el escritor devuelve el contexto digital en otro formato (eso no es culpa suya, todavía el libro cotiza un poco) y trata de trasvasar ciertos códigos poco o nada emulables en la página impresa. Baste decir: el hiperenlace. Una novela podría funcionar en forma de guión de cine, aunque el guión sea en sí un texto esclavo. En cambio, se hace durillo imaginar un formato digital que ha perdido la facultad del hipertexto. Por ésta y otras razones, algunos de estos intentos cuajan mal.
La novela de Claudia Apablaza es un blog. Desde el principio hasta el final. Un blog de temas literarios y metaliterarios, uno en que su autora se pregunta por la biografía, por la relación con los textos fundacionales de ella misma, por la biblioteca (que se erige por sí en una presencia casi tangible en el libro) y la creación de la propia voz. Aunque falten los hipervínculos, dentro hay un discurso. No está ella, solamente, sino todo un coro de voces, como en el de una obra teatral, y eso hace de este texto algo ya de por sí digno. La protagonista principal, digamos la autora del blog, expele propuestas; otros las contestan, saltan por encima o dibujan elipsis imposibles. La reflexión metaliteraria se extiende desde los soliloquios al debate, aunque en el ínterim el debate refleja mucho de lo que es hoy un blog literario: una hidra. También se aplaude.
Así, el principal tema que podría ser el de la identidad, se rompe y se fragmenta (eso es lo que todos somos, fragmentos). Lo digital es un juego. Pero no lo es menos lo real. La autora/escritora del blog es arrastrada a "la biblioteca" y llega a pasar las noches allí entre otros insomnes, entre libros, toqueteos y encuentros sexuales. Después, eso redunda dentro del ruido digital, y las ondas siguen esparciéndose.
Es un libro, a últimas, triste. En sus teorías sobre la comunicación en la red, los gurús de la comunicación 2.0 nos hablan de "la gran conversación", de un nuevo nivel en la interacción humana. Apablaza pone en evidencia que no hay tal conversación, que la soledad metafísica (con ese onírico viaje de patos y vuelos como broche final, lleno de enigma) es estructural. Y ningún juego ni tecnología nos saca de ella.
A menudo, cuando leo experimentos con el meta-contexto digital me sonrojo y me digo (en jerga chilena, nacionalidad de Apablaza): "Le salió trucho". A Diario de las especies se le pueden reconocer algunos peros (situaciones apuntadas y poco desarrolladas, algunos temas insertados que no son acogidos dentro del tronco y podrían haber dado juego), pero en definitiva se centra en la reflexión biografía-vida-literatura y, en eso, está manejado con valentía, sin red. Ahí queda: una novela híbrida, con un juego interesante de códigos y una prosa destacable por la profusión de sugerencias y cargas semánticas. Apetecible, como lectura, para todo aquel que busque nuevas preguntas (no respuestas, que de ésas no hay) a los problemas del escritor del siglo XXI. No pido más.
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