14 julio 2010

Cultivar versos

El peso que nos une

David Hernández Sevillano

Editorial Hiperión, 2010

XXV Premio Hiperión de Poesía

ISBN: 978-84-7515-964-3

69 páginas

9 euros


Juan Carlos Sierra


Tras un par de poemarios –Uno más uno no es dos frente al espejo y Razones de más-, David Hernández Sevillano publica su tercer libro El peso que nos une bajo la sombra protectora y prestigiosa del Premio Hiperión de poesía.

El libro que nos ocupa en esta reseña huele y sabe a veces a la naturaleza con la que convive el autor en su residencia segoviana de Vegafría, en él se respira de vez en cuando el aire rural y sencillo de la vida retirada y sus poemas invitan a contemplar el mundo en su cotidianidad, en sus pequeños pero determinantes detalles.

No obstante, no se trata de una poesía campestre, rústica; es decir, sacada de los terrones resecos y angulosos del lenguaje olvidado y en desuso de aperos y yuntas, sino más bien lo contrario. Se aprecia –y se agradece- en David Hernández Sevillano el apego a la sugerencia, la indagación en las fronteras últimas de la semántica, el manejo en ocasiones arriesgado de la imagen. A pesar de estas destacadas virtudes, en el debe del lenguaje hay que señalar algunas discordancias y errores menores de sintaxis cometidos muy probablemente en beneficio de la medida exacta del verso.

Aunque la estructura de El peso que nos une queda bien fijada desde el poema introductorio ‘A modo de inicio’ –auténtico texto programático del libro- y en las cuatro secciones que lo conforman, la sensación que le queda al lector una vez concluido el poemario es la de dispersión. Me explico.

Hay libros de poesía que se escriben desde la abducción o la obsesión, de tal manera que todos los poemas no son más que el resultado de la indagación minuciosa en torno a un asunto muy determinado. Pero existe otra manera de escribir un poemario que podríamos denominar ‘por acumulación’: uno va escribiendo versos, tomando apuntes, completando inquietudes y, finalmente, apilando poemas que con el tiempo le descubren una estructura que no sospechaba.

Parece que el primer método –más orgánico- puede llevar a mejor puerto, aunque no necesariamente; lo que está más claro en este sentido es que quizá la lectura del poemario ‘obsesivo’ brinda al lector una sensación de redondez que le niega la dispersión de la segunda estrategia compositiva.

No sé exactamente en qué parámetros se habrá movido David Hernández Sevillano a la hora de pensar y escribir El peso que nos une, pero el resultado de su lectura, el poso que los poemas dejan en el lector –o al menos en este lector que aquí escribe- me hace intuir que se trata de un libro que se ha ido componiendo juntando versos sueltos e inquietudes dispersas que han encontrado un hilo conductor: las variadas y diferentes preocupaciones del alma humana comunes a todo ser, se encuentre éste a un lado o al otro de la escritura.

Por eso, una vez concluido el último verso de El peso que nos une, uno tiene la sensación de haber leído sobre muchos asuntos –la memoria de la niñez, el amor, la asunción de las derrotas, la trascendencia de lo cotidiano…-, pero no acaba de quedar claro cuál es exactamente la intención del libro.

O también puede pasar que uno no esté a la altura del texto.

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