Jean Moréas
Pre-Textos, 2010
ISBN: 978-84-92913-57-2
128 pág.
12,50 euros.
Prólogo, traducción y notas de Javier Vela.
Alejandro Luque
Hermoso libro éste, por fuera –como es vieja costumbre en el sello Pre-Textos– y por dentro. Pero no se trata de la hermosura de las obras cerradas, en las que no parece faltar ni sobrar una coma, sino de la seducción de lo escrito casi a vuelapluma, como si a pesar de los decenios transcurridos -un siglo largo- la tinta siguiera fresca. Al parecer, cuando vio la luz por primera vez en Éditions de la Plume, podía leerse en sus primeras páginas esta advertencia: “Esta edición jamás será reimpresa”. Esta ambición sería por suerte traicionada mucho después por Transbordeurs, y ahora se hace accesible por primera vez en español.
Antes de abordar la obra, hablemos un momento de su autor: Jean Moréas, pseudónimo de Ioannis Papadiamantopoulos (Atenas, 1856-París, 1910), fue escritor afrancesado y crítico de cine, pionero del simbolismo y posteriormente fundador de la llamada Escuela Románica, para acabar entregado con armas y bagajes al clasicismo decadentista. Podría decirse que es un puente entre Verlaine, que ejerció sobre él notable influencia junto con Baudelaire, y Valéry. Algún dibujo y alguna fotografía lo representan con rostro orondo bajo el bombín, monóculo y mostacho frondoso, con las puntas curvadas hacia arriba: la imagen del hombre del XIX que, como Chesterton o Twain, ya ha puesto un pie en la modernidad.
El contexto de El viaje de Grecia es el del largo proceso de emancipación del dominio turco por parte de la República Helénica. Hace mucho que Byron ha encontrado su fin en las ciénagas de Missolonghi, pero todavía se libraban combates para liberar Tesalia o el Epiro. Y he aquí que el elegante Moréas, sombra familiar de los cafés parisinos, agitador de la Rive Gauche, siente la llamada del terruño y escribe con el corazón y la memoria este delicioso cuaderno.
Digo cuaderno, y no libro, porque tal es lo que sugiere su carácter misceláneo y la brevedad de muchos de sus pasajes. Ésa es su limitación, y también su encanto. En sus páginas cabe todo, el diálogo, la cita, la ocurrencia, la reflexión, la traducción, el relato, bajo un único elemento común: ese viaje griego al que remite el título, y que se desarrolla en dos direcciones: el inevitable horizonte que supone la independencia del imperio otomano y ese camino hacia atrás que el pueblo deberá emprender para reconocerse en sus más arraigadas señas de identidad, léase el esplendor de la Grecia clásica.
El texto, trufado de claves –la mayoría despejadas gracias a la intensa tarea de anotación, por momentos abrumadora, del traductor Javier Vela- describe escenas soldadescas de gran intensidad (“He visto las manos de las mujeres más hermosas pincharse al coser para los soldados”) como recreaciones mitológicas, versos propios junto a otros traducidos de Kostis Palamas, Miltos Malakassis o Andréas Kalvos, evocaciones de niñez, consideraciones sobre la lengua o bellos apuntes sobre los ríos de Europa...
Dispersión y ligereza, ese aire de tarea inacabada, trabajan en este caso a favor de la lectura, al menos como metáfora: todo seguía estando por hacer en la misión de refundar la patria: tarea en la que resultaba tan crucial ganarle las fronteras al turco como salvar del olvido a Sócrates o Platón, y en la que tanto valor tenía empuñar el fusil como la pluma desde las orillas del Sena.
Hermoso libro éste, por fuera –como es vieja costumbre en el sello Pre-Textos– y por dentro. Pero no se trata de la hermosura de las obras cerradas, en las que no parece faltar ni sobrar una coma, sino de la seducción de lo escrito casi a vuelapluma, como si a pesar de los decenios transcurridos -un siglo largo- la tinta siguiera fresca. Al parecer, cuando vio la luz por primera vez en Éditions de la Plume, podía leerse en sus primeras páginas esta advertencia: “Esta edición jamás será reimpresa”. Esta ambición sería por suerte traicionada mucho después por Transbordeurs, y ahora se hace accesible por primera vez en español.
Antes de abordar la obra, hablemos un momento de su autor: Jean Moréas, pseudónimo de Ioannis Papadiamantopoulos (Atenas, 1856-París, 1910), fue escritor afrancesado y crítico de cine, pionero del simbolismo y posteriormente fundador de la llamada Escuela Románica, para acabar entregado con armas y bagajes al clasicismo decadentista. Podría decirse que es un puente entre Verlaine, que ejerció sobre él notable influencia junto con Baudelaire, y Valéry. Algún dibujo y alguna fotografía lo representan con rostro orondo bajo el bombín, monóculo y mostacho frondoso, con las puntas curvadas hacia arriba: la imagen del hombre del XIX que, como Chesterton o Twain, ya ha puesto un pie en la modernidad.
El contexto de El viaje de Grecia es el del largo proceso de emancipación del dominio turco por parte de la República Helénica. Hace mucho que Byron ha encontrado su fin en las ciénagas de Missolonghi, pero todavía se libraban combates para liberar Tesalia o el Epiro. Y he aquí que el elegante Moréas, sombra familiar de los cafés parisinos, agitador de la Rive Gauche, siente la llamada del terruño y escribe con el corazón y la memoria este delicioso cuaderno.
Digo cuaderno, y no libro, porque tal es lo que sugiere su carácter misceláneo y la brevedad de muchos de sus pasajes. Ésa es su limitación, y también su encanto. En sus páginas cabe todo, el diálogo, la cita, la ocurrencia, la reflexión, la traducción, el relato, bajo un único elemento común: ese viaje griego al que remite el título, y que se desarrolla en dos direcciones: el inevitable horizonte que supone la independencia del imperio otomano y ese camino hacia atrás que el pueblo deberá emprender para reconocerse en sus más arraigadas señas de identidad, léase el esplendor de la Grecia clásica.
El texto, trufado de claves –la mayoría despejadas gracias a la intensa tarea de anotación, por momentos abrumadora, del traductor Javier Vela- describe escenas soldadescas de gran intensidad (“He visto las manos de las mujeres más hermosas pincharse al coser para los soldados”) como recreaciones mitológicas, versos propios junto a otros traducidos de Kostis Palamas, Miltos Malakassis o Andréas Kalvos, evocaciones de niñez, consideraciones sobre la lengua o bellos apuntes sobre los ríos de Europa...
Dispersión y ligereza, ese aire de tarea inacabada, trabajan en este caso a favor de la lectura, al menos como metáfora: todo seguía estando por hacer en la misión de refundar la patria: tarea en la que resultaba tan crucial ganarle las fronteras al turco como salvar del olvido a Sócrates o Platón, y en la que tanto valor tenía empuñar el fusil como la pluma desde las orillas del Sena.
[Publicado en http://www.mediterraneosur.es/]
1 comentario:
Qué hermosa reseña, Alejandro. Me toca a mí ahora hablar de este libro para otra revista -y de La Grecia eterna, de E. Gómez Carrillo- y no encuentro un modo mejor. Enhorabuena.
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