14 octubre 2010

Paciente laberinto de líneas

Nueva York trazo a trazo

Robinson

Electa, 2010

ISBN. 9788481564785

70 páginas

24, 90 euros




Alejandro Luque

Conozco a detractores de Londres, de Roma y de Tokio, pero no sé de nadie a quien no le guste Nueva York. A quienes he oído afirmar tal cosa se les dibuja al momento una arruga en el entrecejo que delata la mentira: o no la han visitado, o sí lo han hecho y la aman secretamente. Durante siglos fue París el paradigma de la ciudad, perdón, de la Ciudad, hasta que en el siglo XX la superó Nueva York en casi todo, principalmente en desmesura, en vitalidad y en fotogenia.

Me atrevería a decir que no hay ciudad más retratada, más filmada, más cantada y que haya hecho correr más ríos de tinta. Incluso si usted, hipócrita lector, no ha pisado nunca la Quinta Avenida o recorrido las interminables tripas del metro neoyorkino, sin saberlo su cabeza ha pasado más tiempo allí que en otros lugares más cercanos: lleva toda la vida viendo y oyendo hablar de la dichosa Nueva York.

Paul Morand, que escribió tal vez su mejor libro hablando de esta urbe, aseguraba que la madre Europa había enviado a Nueva York a los hijos a los que quería castigar, como si se tratara de un cuarto oscuro, y resultó ser la alacena de los dulces. “Nueva York no es joven”, aseveraba. “Es más vieja que San Petersburgo. Su aventura será la nuestra”. André Maurois quitaba importancia a su desproporcionado crecimiento, y aseguraba que no hay en ella distancia útil que no pueda cubrirse a pie.

Brendan Behan y Alfred Kazin contaron la ciudad desde dentro con ojos de emigrante, uno desde el prisma del irlandés y otro desde el del judío ruso, y ambos son subyugantes. Para E. B. White, el secreto de Nueva York es su capacidad de integrar a cientos de miles de habitantes sin infligirles la humillación que es costumbre en las grandes capitales, fundiendo “el don de la intimidad con la euforia de la participación”.

Echo mano de toda esta palabrería para referirme a un libro mudo. Miento: a un libro sin palabras, porque este Nueva York trazo a trazo es un maravilloso álbum de dibujos que tienen a la ciudad como modelo inagotable. Su autor, Robinson, pseudónimo del alemán Werner Kruse, se hizo famoso primero por dibujar paso a paso el Muro de Berlín. Pero muy pronto su amor por el detalle le llevaría a abordar ambiciosos proyectos en Tokio, París y Moscú. Tarde o temprano tenía que tocarle a Nueva York.

Desde Wall Street a Broadway es el subtítulo de este volumen que revela, con una mirada tan meticulosa como audaz, no sólo la formidable acumulación de líneas rectas que dibujan los rascacielos, sino también el ambiente de los garitos del Village en los años 60, el incesante ir y venir de los transeúntes en Grand Central Station, los interiores del MoMA cuando acogían El Guernica de Picasso, los palcos del Metropolitan Opera House y hasta la ventana del apartamento de John Lennon.

Lo más emocionante de este trabajo de chinos es comprobar cómo, en plena era de la popularización de la fotografía, Robinson reivindica el dibujo como un arte irremplazable, ya sea imprimiendo su personalidad en cada uno de sus trazos, ya sea poniendo en práctica lo que él llamó visión de rayos X, esa licencia para seccionar espacios y poder mostrar todos los planos del más hermoso hormiguero conocido.

Nueva York acapara su legítimo protagonismo, pero el artista no queda disuelto en la empresa. Como aquel personaje de Borges empeñado en dibujar el mundo, uno siente que “el paciente laberinto de líneas” compone la imagen de su cara.

3 comentarios:

Manu dijo...

Ganitas dan de no leer, también, cuando se te lee Ale

Alejandro Luque dijo...

Hombre, usted que tiene fresquita la visita a Nueva York y además sabe de arquitectura, puede rozar el éxtasis con esta joyita.

MaLi dijo...

Me ha encantado tu reseña, precisamente este fin de semana dando una vuelta por la librería de Fnac me llamó la atención este libro y estuve disfrutando un buen rato.