El topo
John Le Carré
Debols!llo, 2011. Colección “Best-Seller”
ISBN: 978-84-9793-048-2
432 páginas
9,95 €
Traducción de Marcelo Covián
José María Moraga
En mi desconocimiento del género de la literatura de espionaje, pensaba que una característica de estos libros era abrir una ventana al laberinto, plagado de romance y exotismo, del mundo de los servicios secretos. Apenas había leído a Ian Fleming, y conocía bien la violencia glamurosa de James Bond y su universo, y aunque colegí que la realidad habría necesariamente de distar de esas novelas, había llegado a pensar que “novela de espías realista” tendría por fuerza que ser un oxímoron. Otro (pre)juicio mal formado que tenía era el de considerar a John Le Carré un autor menor, de nota al pie de página en los manuales, muy alejado de los grandes maestros que supieron reconciliar espionaje y alta literatura: estoy pensando en Conrad o Graham Greene.
Fue por tanto mayúscula mi sorpresa al comprobar cómo Le Carré en El topo (1974, obligatoriamente reeditada debido a la película de Gary Oldman) facturaba una compleja novela más psicológica que de acción, violenta por elipsis más que por contenido explícito, pero dotada de una fuerza dramática que la hacía rivalizar con cualquiera del siglo XX. Y he sido injusto: a día de hoy Le Carré es un autor respetado en el ámbito anglosajón, cuya obra se codea en colecciones de clásicos con la de los “sospechosos habituales” del canon. No utilizo muy a menudo el adjetivo shakespeariano para referirme a personajes o conflictos, pero si el Bardo de Stratford nos enseñó algo acerca de la Duda, los Celos, el Amor o la Ambición, algo de valía universal, creo no pecar de exagerado al decir que he encontrado trazas de esos mismos temas en El topo de John Le Carré, y con ecos shakespearianos, vaya el calificativo sin complejos.
Pues, ¿cómo describir si no el desgarro íntimo de un hombre caído en desgracia (el eterno protagonista de Le Carré, George Smiley), prejubilado a la fuerza, traicionado por su esposa y amigos, acusado injustamente de intrigar, testigo de cómo todo por lo que ha dado su vida (Imperio, Corona, Servicio de Inteligencia Británico, llámalo X) está corroído por un cáncer, un hombre relegado sin embargo al papel de clamante en el desierto? De loco que debe ser apartado, pero incapaz de apartar -a su pesar- la íntima convicción de que en la Inteligencia británica hay un topo soviético, que todo es un guiñol manejado de lejos por Moscú. La profusión de escenas aparentemente insulsas, el rico elenco de secundarios, no consiguen oscurecer la fuerza motriz del libro: la búsqueda del topo a cargo de Smiley y un reducido equipo de insobornables, el juego de sombras y espejos que les es propio a los servicios de espionaje, en el sórdido contexto de la Guerra Fría.
Se nos olvida que hace 35 ó 40 años los espías de verdad serían más parecidos a Smiley y compañía que a James Bond. Que en lugar de llevar mochilas-cohete, viajar en submarinos voladores y ligarse a macizas en bikini, estos trabajadores del subsuelo (perfectamente jerarquizados -cual hormigas- en interrogadores, vigilantes, asesinos, burócratas…) se movían por Londres en autobús, montaban operaciones de escucha en cutres pisos francos y al volver a casa se encontraban a sus mujeres con otros más guapos. Porque esa ha sido para mí la segunda gran revelación tras leer El topo: que los espías pueden tener sobrepeso, ser mezquinos, -cobardes incluso-, tener ardor de estómago… al fin y al cabo (valga la perogrullada) no son sino seres humanos, unos funcionarios más. O recontextualizando el título de aquella peli de John Landis: ellos son espías como nosotros.
Establecido el contexto y salvado el escollo de aludir a la trama, quisiera centrarme en tres ejes para mí fundamentales de esta novela de Le Carré: los personajes, los diálogos y la estructura narrativa. Los personajes de El topo son los grandes pilares sobre los que se sustenta, de ahí el halo dramático, shakespeariano, al que aludí antes. George Smiley es uno de los protagonistas, el que focaliza gran parte de la narración en tercera persona, y la figura cuya psicología se explora más profundamente. Interesantísimo el continuo conflicto en el que vive el personaje: lo público y lo privado, la lealtad y la traición, la convicción y la duda, y así podría seguir desgranando dicotomías, pero baste decir que frente a todo y todos Smiley es el faro que resiste las tormentas: es la única baliza que permite que el lector no se pierda en los intrincados recovecos de la trama del libro. Porque si la fábula de El topo es simple, no lo es su trama, que Le Carré hace deliberadamente compleja. Otros personajes que arropan a Smiley son su ayudante Peter Guillam, el traicionado Jim Prideaux y los varios candidatos a traidor: Alleline, Haydon, Bland o Estherhase, todos espías (casi) como vosotros y yo, todos sobresalientemente caracterizados mediante sus acciones, sus palabras o lo que otros dicen acerca de ellos.
En los diálogos encuentro (lacónicos, económicos, como si al autor cada palabra le costase un penique) otra de las claves de este libro. Diálogos realistas hasta el tedio, aparentemente banales pero que encierran toda la información que el investigador necesita para extraer sus conclusiones, y que una vez admiten al lector en su juego, aceleran la novela de modo que ya es imposible pararla, porque el diálogo hace que las piezas encajen como en un espectacular puzzle. La flema británica se muestra en todo su esplendor en los breves pero significativos intercambios que tienen lugar entre los personajes de El topo, lástima que la traducción solo pueda esforzarse por reproducir los efectos del habla funcionarial y elitista de la Inteligencia británica, así como el riquísimo vocabulario del Le Carré narrador en inglés.
En cuanto a la estructura, esta es compleja aunque principalmente cronológica (si exceptuamos las analepsis cada vez que Smiley le saca su historia a un personaje), y poco a poco se suceden las escenas que van armando la trama que desembocará en el descubrimiento del topo, punta del iceberg de la corrupción y el estado de descomposición moral en que se encontraban los servicios secretos británicos a principios de los años setenta, los más penetrados del mundo por el enemigo. Las decenas de mini capítulos con montaje en paralelo ayudan a Le Carré a dispensar el suspense con eficacia y aunque tras un prometedor comienzo lo exhaustivo del método de espionaje pueda conducir a una parte central de la novela un poquitín densa y aburrida, el cuarto final es tan absorbente que hace olvidar cualquier sensación negativa que pueda habernos visitado durante su lectura.
En este sentido, quiero ver en El topo un equivalente de espionaje a aquellas novelas “de procedimiento policial” que comenzaron en los años cincuenta, de modo que tanto o más importante que saber quién es el culpable (a mí francamente ya me daba igual al final quién fuera el topo) es conocer cómo se realiza en realidad una investigación y cómo esta afecta las vidas de todos los implicados. Literatura “de género”, qué duda cabe, pero que excede a mi juicio unos estrechos límites para pasar a ingresar por derecho propio en el club de los que escriben bien, entretienen y además nos hacen pensar y sentir cosas importantes. Léansela.
4 comentarios:
A mí también me gusta mucho Le Carré, que tiene novelas magníficas (y otras bastante deleznables, casi todas las últimas, por ejemplo); y desde luego, es, como lo llama Harold Bloom un tanto desdeñosamente, un “discípulo obsesivo” de Graham Greene. Por cierto, que el propio Greene afirmó que “El espía que surgió del frío”, que quizás sea su obra maestra, era la mejor novela de espionaje jamás escrita, aunque no sé si es cierto. También andan por allí La máscara de Dimitrios, El agente secreto, El americano impasible y alguna otra… ;) Ah, y si no has visto todavía la película de El topo, es una maravilla. Un abrazo.
Gracias por las puntualizaciones, José, a Green sí que lo he leído y me encanta. La película de El topo me gustó muchísimo, de hecho fue lo que me impulsó a leer la novela.
Me ha sorprendido cómo, pese a haber tantos cambios (de localizaciones, de escenas), la pei conserva tan bien la esencia del libro, condensándola.
Alicante sigue siendo una ciudad dejada de la mano de dios por parte de los escritores de novela de espionaje y esto me molesta bastante. Opino que localizar estas obras en ciudades de más de un millón de habitantes las hace menos creíbles para el lector actual. Una novela de espionaje en Calatayud o en Zamora sería un puntazo. Me gustaría saber si el crítico es más de Graham Greene o de Falcones.
A mí la peli me fascinó, y tu magnífica reseña me ha animado enormemente a leer el libro.
Un simple mojaquero.
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