Rostros
Valentín Roma
Periférica, 2011
ISBN: 978-84-92865-46-8
208 páginas
18,50 €
Alejandro Luque
Ustedes recordarán un juego, llamado imaginativamente de los ceritos, con el que matábamos el tiempo en el siglo pasado. Para quienes no habían nacido entonces o no vivían en este planeta, diremos que consistía en una serie de ceros ordenados en filas, que los jugadores iban uniendo con líneas según su turno. Cada vez que uno lograba completar un cuadrado, marcaba el interior con su inicial. Una vez cubierto el panel, quien más iniciales contara resultaba vencedor.
El debut de Valentín Roma tiene algo de aquel divertimento. Parte de dos anécdotas casi simultáneas en el tiempo, el estreno de Faces, de Cassavetes, y el inicio por parte de Picasso de la serie Rafael y la Fornarina observados por el Papa: dos puntos unidos por una primera raya, el rostro como elemento común. Lo que sucede a continuación, salvo contados pasajes, es un abrumador encadenamiento de analogías, asociaciones, parentescos o simples aires de familia que tratan de explicar la proteica realidad actual a partir del poder iconográfico de la cara.
La propuesta no es un caso aislado. Sin ir muy lejos, a los ceritos han jugado –con felices resultados– dos críticos tan diferentes entre sí como Vicente Luis Mora, con sus Pasadizos, o Manuel Gregorio González con El arte inútil. Ambos nacidos, como Roma, en 1970, y como éste interesados en todos los campos de la creación. Pareciera que el ensayista de la era del zapping y el hipertexto, convencido de que el arte es hoy tan poliédrico o atomizado que cualquier intento de sistematizarlo resultaría vano, pudiera aspirar a lo sumo a detectar conexiones, cerrar cuadrados y poner su inicial en el centro. Por ejemplo, a partir de unas fotos del encuentro del papa Wojtyla y Ali Agca, señala:
"Si estuviesen más pulcramente iluminadas podrían haber sido hechas por Sebastião Salgado y si hubieran tenido un narrador, éste sería, sin duda, John Berger. A pesar de que hay algo en ellas que recuerda a Fray Angelico y a Tiépolo (…) viene enseguida a la memoria aquella Annunciazione (1440-1445) de Filippo Lippi, exhibida en el Palazzo Barberini de Roma…"
La portada de Rostros, con esos retratos dispuestos a modo de foto-mosaik o de tablero de Mahjong, es ya una invitación al juego. Abundan los nombres socorridos, fáciles de enlazar: Benjamin, Foucault, Derrida, Baudrillard, Sloterdijk... Otras vinculaciones son más osadas, e incluso hay dos capítulos, titulados "Injertos", que se limitan a enumerar morosamente iconos más o menos heterogéneos. ¿Se ha descompuesto la uniformidad de los ceritos (y quién sabe si de su nueva estructura resultaría uno de aquellos rostros ocultos que antaño proponían las revistas de pasatiempos), o hemos cambiado, sin previo aviso, de juego?
"…el perfil de elfo enfadado de Mortiis; Dee Snider, vocalista de los Twisted Sister, con los ojos pintados como Charlie Rivel; la calavera de The Misfits; las capuchas antigás de los Musroomhead; Alice Cooper con sangre de color negro en los lacrimales y en las comisuras de la boca; Koyi K Utho escapados de una pesadilla de Kokoschka… "
Si ustedes vivieron en los años 80 del siglo pasado (y en este planeta), recordarán el videojuego llamado Frogger: en él, una rana debía atravesar la pantalla, ora brincando, ora dejándose arrastrar sobre el caparazón de una tortuga o un tronco flotante, pero evitando en todo caso a camiones y cocodrilos. Así Roma, ensayista desconfiado de las teorías totalizadoras, más que aseverar conjura voces, salta de una cita a una conjetura, de una pregunta retórica a una licencia lírica, porque en medio del caos flotar es ya una victoria.
Hay que ser muy audaz, sin duda, para relacionar a King Diamond con Robocop, a Bioy Casares con Kantor, a Hitler con Cernuda u Onetti. Y más aún para confiar en que el lector, en el caso de que alcance a identificar estos y otras docenas de nombres que zumban en el libro como en un avispero, esté en condiciones de seguirle el ritmo. Puede que, más allá de eventuales conclusiones sobre estética o política, la intención de Roma sea construir una obra más poética que divulgativa. No instruir al lector, sino jugar con él. Ponerle en las manos un cubo de Rubick de mil colores, o un absorbente laberinto de erudición, como aquellos en miniatura, con su bolita de plomo, de nuestros recreos de los 80.
El debut de Valentín Roma tiene algo de aquel divertimento. Parte de dos anécdotas casi simultáneas en el tiempo, el estreno de Faces, de Cassavetes, y el inicio por parte de Picasso de la serie Rafael y la Fornarina observados por el Papa: dos puntos unidos por una primera raya, el rostro como elemento común. Lo que sucede a continuación, salvo contados pasajes, es un abrumador encadenamiento de analogías, asociaciones, parentescos o simples aires de familia que tratan de explicar la proteica realidad actual a partir del poder iconográfico de la cara.
La propuesta no es un caso aislado. Sin ir muy lejos, a los ceritos han jugado –con felices resultados– dos críticos tan diferentes entre sí como Vicente Luis Mora, con sus Pasadizos, o Manuel Gregorio González con El arte inútil. Ambos nacidos, como Roma, en 1970, y como éste interesados en todos los campos de la creación. Pareciera que el ensayista de la era del zapping y el hipertexto, convencido de que el arte es hoy tan poliédrico o atomizado que cualquier intento de sistematizarlo resultaría vano, pudiera aspirar a lo sumo a detectar conexiones, cerrar cuadrados y poner su inicial en el centro. Por ejemplo, a partir de unas fotos del encuentro del papa Wojtyla y Ali Agca, señala:
"Si estuviesen más pulcramente iluminadas podrían haber sido hechas por Sebastião Salgado y si hubieran tenido un narrador, éste sería, sin duda, John Berger. A pesar de que hay algo en ellas que recuerda a Fray Angelico y a Tiépolo (…) viene enseguida a la memoria aquella Annunciazione (1440-1445) de Filippo Lippi, exhibida en el Palazzo Barberini de Roma…"
La portada de Rostros, con esos retratos dispuestos a modo de foto-mosaik o de tablero de Mahjong, es ya una invitación al juego. Abundan los nombres socorridos, fáciles de enlazar: Benjamin, Foucault, Derrida, Baudrillard, Sloterdijk... Otras vinculaciones son más osadas, e incluso hay dos capítulos, titulados "Injertos", que se limitan a enumerar morosamente iconos más o menos heterogéneos. ¿Se ha descompuesto la uniformidad de los ceritos (y quién sabe si de su nueva estructura resultaría uno de aquellos rostros ocultos que antaño proponían las revistas de pasatiempos), o hemos cambiado, sin previo aviso, de juego?
"…el perfil de elfo enfadado de Mortiis; Dee Snider, vocalista de los Twisted Sister, con los ojos pintados como Charlie Rivel; la calavera de The Misfits; las capuchas antigás de los Musroomhead; Alice Cooper con sangre de color negro en los lacrimales y en las comisuras de la boca; Koyi K Utho escapados de una pesadilla de Kokoschka… "
Si ustedes vivieron en los años 80 del siglo pasado (y en este planeta), recordarán el videojuego llamado Frogger: en él, una rana debía atravesar la pantalla, ora brincando, ora dejándose arrastrar sobre el caparazón de una tortuga o un tronco flotante, pero evitando en todo caso a camiones y cocodrilos. Así Roma, ensayista desconfiado de las teorías totalizadoras, más que aseverar conjura voces, salta de una cita a una conjetura, de una pregunta retórica a una licencia lírica, porque en medio del caos flotar es ya una victoria.
Hay que ser muy audaz, sin duda, para relacionar a King Diamond con Robocop, a Bioy Casares con Kantor, a Hitler con Cernuda u Onetti. Y más aún para confiar en que el lector, en el caso de que alcance a identificar estos y otras docenas de nombres que zumban en el libro como en un avispero, esté en condiciones de seguirle el ritmo. Puede que, más allá de eventuales conclusiones sobre estética o política, la intención de Roma sea construir una obra más poética que divulgativa. No instruir al lector, sino jugar con él. Ponerle en las manos un cubo de Rubick de mil colores, o un absorbente laberinto de erudición, como aquellos en miniatura, con su bolita de plomo, de nuestros recreos de los 80.
[Publicado en Mercurio, ampliación]
1 comentario:
La verdad es que el buen Alejandro Luque -cuyas opiniones no siempre comparto- tiene la difícil habilidad de conseguir que me entren ganas de leerme todo lo que reseña.
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