22 febrero 2012

Un mito vivo

Los nombres

Don DeLillo

Seix Barral, 2011. Colección "Biblioteca Formentor"

ISBN: 978-84-322-0950-5

448 páginas

19 €

Traducción de Gian Castelli



José Martínez Ros

Existe una cierta tendencia casi natural por la que cuando admiras a un gran artista igualas en interés todo lo que realiza, y te cuesta admitir que incluso un grande puede producir un buen puñado de obras menores, fracasadas o, simplemente, mediocres. No obstante, ante la evidencia, hasta el fan más pertinaz tiene que rendirse. Un ejemplo elocuente sería Woody Allen: dudo que ningún director del mundo haya realizado en los últimos treinta o cuarenta años tantas películas excelentes; no obstante, sería de necios no reconocer que Vicky Cristina Barcelona o Midnight in Paris no resisten ni de lejos la comparación con Manhattan, Otra mujer o Desmontando a Harry.

Los nombres no puede situarse al mismo nivel que las obras cumbres de su autor. Don DeLillo es, indiscutiblemente, uno de los más grandes del panorama literario mundial y tiene unas cuantas novelas de calidad estratosférica. La más popular y accesible, sin duda, es Ruido de fondo, una comedia familiar negrísima y una sátira implacable de la sociedad de consumo. Pero también habría que destacar la monumental Submundo, que recorre la historia norteamericana desde los años cincuenta a la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, mezclando personajes reales -Frank Sinatra, el cómico Lenny Bruce o el sibilino director del FBI Hoover- y otros ficticios, como una artista conceptual empeñada en convertir los bombarderos atómicos B-52 en obras de arte, un directivo de una firma de reciclaje de basuras con un oscuro pasado o un psicópata que asesina a familias en las carreteras de Texas. Libra, una novela política y social mayúscula que convierte la paranoia en técnica literaria y al asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald, en un fenomenal personaje literario. Mao II, mi favorita, un electrizante estudio acerca de la fricción entre el individuo -representado por un escritor- y los colectivos que tratan de anularlo, de convertirlo en un integrante anónimo de una masa sometida a un ideal superior, “programado” como los terroristas y los fanáticos religiosos que llenan sus páginas. O la más reciente, Punto Omega, que ofrece una certera y terrible imagen de la oscura época que vive su país, un imperio enfrentado a su declive interior y a una guerra interminable, a partir de tres únicos personajes que apenas hacen otra cosa que charlar al borde del desierto. Todas ellas son magníficas y han ejercido una tremenda influencia sobre la narrativa norteamericana más reciente, de Foster Wallace a Bret Easton Ellis, George Saunders, Jonathan Franzen y Jennifer Egan.

(Por cierto, me voy a adelantar a una reseña futura, pero qué demonios importa: El mundo es un canalla de Jennifer Egan es una de las mejores novelas que se han publicado en los últimos tiempos, y todos ustedes harían bien en ir corriendo a la librería más próxima a por ella. Si no lo hacen, no esperen que les vuelva a dirigir la palabra.)

Los nombres, recuperada por Seix Barral, es una obra de principios de los ochenta, previa a todas las novelas citadas, en la que el característico estilo de DeLillo -cerebral, envolvente, gélido- aún se está configurando. Ambientada en la década anterior, nos presenta una curiosa mezcla de 'thriller' y novela de ideas protagonizada por James Axton, un analista de riesgo de una multinacional asentado en Grecia y dedicado a estudiar los conflictos de una época convulsa -terrorismo, crisis del petróleo, revolución islámica-, por lo que la acción se traslada por distintos puntos del Mediterráneo y Oriente Medio. No obstante, los elementos de “suspense” que sirven de hilo conductor -una secta que realiza unos extraños asesinos rituales, unos cuantos personajes que no son lo que parecen- se hallan diluidos entre un montón de pasajes descriptivos acerca de los escenarios griegos y orientales, un sinfín de observaciones sociológicas y una serie de conversaciones interminables en la que todos los participantes son extraordinariamente inteligentes y brillantes, incluso el hijo de nueve años del narrador. DeLillo comete el error de tratar de mostrarse elevado, “visionario”, sin interrupción, lo que le lleva a mezclar apuntes geniales (“Norteamérica es el mito vivo de este mundo. No existe sentido alguno de culpa cuando matas a un norteamericano o cuando echas la culpa a Estados Unidos de quién sabe qué calamidad local.”) con una ingente cantidad de cháchara seudofilosófica.

Los nombres es una novela en la que un arqueólogo, sin venir a cuento, comenta “para un escritor, la locura es la destilación última de sí mismo, una versión final”, por lo que resulta casi imposible recomendarla. En resumen, lean a DeLillo. Lean Submundo, Ruido de fondo, Mao II, Libra. Merece muchísimo la pena. Pero no empiecen por aquí. El que avisa…

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Aj, mirad, voy a dejar de entrar en esta página por culpa de este gecetillero "elevado" que escribe desde las alturas y nunca reconoce una equivocación. No se puede pretender que se sabe de todo.
Fdo: un necio que piensa que Medianoche en París (traduzcamos los títulos traducibles por lo menos) está a la altura de las mejores de W.A., al menos de los últimos tiempos.

José Martínez Ros dijo...

Estimado anónimo: no se enfade conmigo. No pretendo saber de todo, sólo expongo mi opinión y usted es muy libre de darle el valor que prefiera; hay películas del gran W. A. que he visto ocho o diez veces –como Desmontando a Harry, por ejemplo-, pero, a pesar de toda mi admiración por su genio, no soporté Medianoche en París. Tengo buenos amigos a los que le encantó esa película, pero tanto yo como mi señora esposa la odiamos desde casi el primer fotograma. Excomúlgueme a mí, y pase de mis reseñas, pero tenga en cuenta que este es un blog colectivo y perdone a mis compañeros, que no tienen la culpa de mi incomprensión. Un cordial saludo.

Fran G. Matute dijo...

A más INRI, yo también detesto "Midnight in Paris", pero lo que es peor: suelo detestar al amigo Woody Allen -con independencia de que tenga alguna que otra película suelta meritoria- y no por ello voy a excomulgar al amigo Martínez Ros por haberlo comparado (cada uno en su ambiente) con el gran Don DeLillo...

Anónimo dijo...

Pecaría de oportunista -unas horas después de que la peli en cuestión haya obtenido el Oscar al mejor guión adaptado- si sacara pecho precisamente ahora, pero mucho más de ingenuo si, como interpreta F.G.Matute, guardaespaldas a la sazón de J.M.R., yo hubiese arremetido contra su protegido porque no le gusten las mismas pelis que a mi. Ahora bien, una cosa es que no le guste y otra que llame necios a los que opinan de otro modo. Con lo joven que es, no se puede pretender sentar cátedra siempre.(sólo es un anónimo, no se molesten en contestar)

José Martínez Ros dijo...

Sr anónima, quizás tiene razón y la frase a la que se refiere es excesiva. Tuve muchas discusiones con amigos por dos películas en concreto, la de Allen, y Melancolía, que me parecían absurdamente sobrevaloradas, y por eso estaba algo picadillo… En fin, si le he ofendido, no me duelen prendas disculparme. Mis películas favoritas del año pasado fueron Winter´s bone, Animal Kingdom, El árbol de la vida, Incendies, 30 minutos o menos y El topo. Si alguna de ellas le parece malísima, no se corte en ponerme a parir. Un cordial saludo.

Fran G. Matute dijo...

Sin duda, un argumento infalible, el haber ganado un Oscar. Ese premio tan prestigioso...

Anónimo dijo...

Tema zanjado. Mis preferidas, "Nader y Simin, una separación", y "El artista". Hablando de premios, L. Alberto de Cuenca, A.Rivero Taravillo, en fin, no se lo pensaron mucho ustedes. La relación entre premiador y premiado está sujeta a muchos intereses, lo dejo en puntos suspensivos...

Fran G. Matute dijo...

Jojojo... Golpe bajo, querido Anónimo. Golpe bajo...