La magnitud del desastre. Memorias de un rock critic poco fiable
Oriol Llopis
66 rpm, 2012
ISBN: 978-84-939524-3-3
221 páginas
20 €
Prólogo de Alfred Crespo
Fran G. Matute
Barcelona y Sevilla siempre han compartido cierto paralelismo en
su formación cultural. Al menos, a finales de los 60, ambas ciudades
introdujeron, por motivos diversos, los necesitados vientos de cambio a una
juventud prácticamente ajena a lo que ocurría más allá de las fronteras
patrias. Smash y Máquina! se repartían el pastel de la
modernidad musical en un país que venía bebiendo de los sonidos anglosajones
pero que todavía no había participado plenamente de la vanguardia sonora. En
ambos casos es la influencia extranjera el catalizador del cambio. Las bases
militares norteamericanas y la cercanía con el país galo, la afluencia de
turistas en definitiva, sirvieron de vasos conductores de lo que se estaba
cociendo en Europa y en los Estados Unidos de América. De un lado la Gauche Divine; de otro el Grupo Esperpento. El nacimiento
del rock en Andalucía; el rock progresivo catalán. Literatura, teatro,
música... vías de escape para el ser humano. Unas basadas en la
intelectualidad, otras en la ansiada libertad.
No debería, por tanto, extrañarnos cuando llega a Sevilla un
barcelonés de la periferia como, por ejemplo, Javier Pérez
Andújar y te pregunta por Silvio o por Dogo. No debería, por tanto,
extrañar que un sevillano de adopción vaya corriendo a la librería más cercana
a engullir las memorias de Oriol
Llopis, crítico rockero catalán que, mira tú por dónde, ha terminado
afincándose a orillas del Guadalquivir.
Pero La magnitud
del desastre tiene un
problema muy serio, que es su hermano mayor -Corre, rocker (2004) de Sabino Méndez- y del que el propio Llopis es
totalmente consciente nada más empezar éstas sus memorias. Corre, rocker no es que fuese tampoco una obra
esencial pero sí que introducía, de alguna forma, una crónica válida, de primera mano, de lo que fueron los años ochenta en España. Así que, de cara a evitar repetir anecdotario, Llopis
decide centrarse en lo puramente personal para mostrar su particular odisea por
la supuesta "edad de oro del rock español". De este modo, La magnitud
del desastre se transforma no ya en una
reflexión de la época sino en una suerte de biografía fragmentada que prefiere
pivotar sobre las desgracias de este 'stoner critic' cuya vida ejemplifica, por
sí sola, lo que padecieron muchos ingenuos que confundieron la idiotez con la
libertad.
No tiene miedo Llopis en desnudar su alma y ofrecer los momentos
más patéticos de su vida como adicto para luego resurgir, no sin cierto tufo a
moralina, como converso gracias al buen hacer de una mujer. Pero no es aquí
donde reside, a nuestro juicio, la aparente falta de sustancia de La magnitud del desastre. Oriol Llopis siempre ha sido un
crítico que ha gustado de insuflar vida a sus reseñas, incorporando el elemento
subjetivo de la experiencia y utilizando un lenguaje claro y directo. Y bajo
estas premisas están escritas sus memorias. Pero con independencia de que
la vida de Llopis haya estado protagonizada por algún que otro evento curioso
(como sus años como cuidador en un zoo, su encuentro con Dalí o su estancia en el manicomio), la
verdad es que muchos de estos pasajes están narrados desde la desidia o la
obligación y, en ocasiones, Llopis no consigue dar el brillo que merece a la
narración.
Se nos antoja, pues, que no es sobre esto sobre lo que quiere, en
realidad, escribir el amigo Llopis. Él quiere hablar de música, de discos, de
conciertos... Es por ello que los momentos más interesantes del libro se
corresponden con los pasajes dedicados a la génesis de la 'inteligentzia'
critico-musical de este país. El nacimiento de Ruta 66 con Ignacio Juliá y Jaime Gonzalo, su participación en La Edad de Oro de Paloma Chamorro, su paso por Star o Vibraciones... Todo este trasfondo periodístico es de lo poquito
relevante de este libro y, honestamente, uno cree que Llopis podría haber
escrito algo más (o mejor) sobre el particular pues La magnitud del desastre nos ha sabido a
poco. Con este libro, el rocker parece que ha dejado de correr. Ahora solo camina, deambula, se
arrastra... como los disonaurios del rock.
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