16 julio 2012

El más moderno

Cartas de amor a Mina Loy

Arthur Cravan

Periférica, 2012. Colección "Biblioteca Portátil"

ISBN: 978-84-92865-52-9

72 páginas

11,50 € 

Traducción de Manuel Arranz



Daniel Ruiz García

Haciendo gala una vez más del buen gusto y criterio al que nos tiene habituados, Periférica ha recurrido a reunir en uno de sus coquetos librillos de la colección Biblioteca Portátil la correspondencia que Arthur Cravan dirigió a Mina Loy durante la segunda mitad del año 1917, coincidente con el viaje que el fraudulento poeta y boxeador llevó a cabo por EE.UU. y México. Son cartas escritas sólo un año antes de que desapareciera para siempre, supuestamente en una barca de vela, en algún lugar del Golfo de México.

Todo aquel que se acerca a la vida y milagros de Cravan acaba subyugado. Es como el prototipo del Bartebly de Melville pero reflejado en un espejo convexo. El “preferiría no hacerlo” del copista, cuando renuncia para siempre a escribir en medio de sus atormentados silencios, se convierte en Cravan más bien en un “no pienso hacerlo”. Porque al esplín de Bartebly, a la inapetencia y melancolía del escribiente de Melville, Cravan opone la imagen de un personaje espídico, que se come la vida a bocados, todo un sinvergüenza que supo aprovechar la locura de la intelectualidad dadaísta para mudar la piel y convertirse en un excéntrico profesional, aunque más bien lo imagino como un camorrista, como un tipo bronco absolutamente inestable, tan desequilibrado que fue capaz de destacar incluso en el París de los excesos de la bohemia. Y todo ello sin apenas escribir. Escribió poco, y tampoco tuvo la necesidad. Salvo sus ácidos y excesivos Maintenant, auténticas vomiteras de rabia y algunas veces humor grueso hacia la intelectualidad de su época, apenas si dejó obra. Pero el eco de su actividad fue fuerte, gracias a algunas “hazañas” precursoras del ‘performance’ y sobre todo a su prodigioso talento para la publicidad, que entre otros éxitos ha provocado que hasta hace no mucho nadie supiera realmente si su autopregonado parentesco con Oscar Wilde era una realidad o un farol. 

En Cartas de amor a Mina Loy, la composición que nos hacemos de la figura de Cravan adquiere matices, se puebla de aristas, deja de ser en cierto modo un boceto para cobrar mayor solidez psicológica. La inestabilidad que barruntábamos en sus escasas muestras literarias y en lo que sabíamos de él se presenta con contundencia en las cartas contenidas en este libro, donde un psiquiatra de nuestros días encontraría un claro ejemplo de enfermedad bipolar. A veces lunático, otras veces con una euforia desmedida, en otros modos silencioso, también críptico, irascible… Por encima de los vaivenes emocionales, que Cravan intenta traspasar a su amada a través de las palabras (sin ser un verdadero escritor, tenía toda la vanidad y el egoísmo propios de cualquier escritor de fuste), se intuye a un tipo enormemente vitalista, con un punto de locura animal que lo convierte en irresistible. “El gigante exhibicionista”, como lo llamó la propia Loy, se muestra en estas cartas bastante exhibicionista a ratos, cuidándose siempre mucho de no contar más de lo que debe, ya que, a fin de cuentas, quien lo lee es su amada, que espera su regreso. Cravan es un embaucador (“Te amo, te amo, te amo. Ámame tú también”), un egocéntrico (“No hagas caso de los consejos de los mediocres. Yo soy el profeta de una nueva vida, y sólo yo vivo”) capaz de pasar en un día de la euforia más rotunda (“Me dijiste que había sido el único hombre que te había parecido un dios. Ven, si quieres probar un ángel”) a la depresión más implacable (“No hago más que pensar en el suicidio”). “Soy el hombre de los extremos y del suicidio”, afirma en otro momento, reconociendo el carácter incontrolable de su propia personalidad. Leyendo estas cartas, uno entiende mucho mejor cómo pudo acabar tomando un barco a vela y hundiéndose en el océano para siempre. Las cartas evidencian riñas en la pareja, se cruzan acusaciones de infidelidad, y paulatinamente detectamos cierto empeoramiento en las relaciones, que tienen una clara consecuencia sobre el estado anímico de Cravan. Algunas de sus expresiones tienen un fuerte aliento fúnebre; como si en realidad su tío no fuera Wilde sino más bien Allan Poe, le pide a su amada en plena crisis de pareja: “Reza por mi descanso en la tumba y no hagas que mis huesos tengan celos”. Asegura haber envejecido diez años, y se muestra incluso ridículo en la exageración de su dolor: “He llorado tanto que he pensado en enviarte un frasco de lágrimas para que mandaras analizarlo y comprobaras que sólo contenía lágrimas”. Sabemos que Loy volvió a reunirse con Cravan en México. Tenemos al menos esa certeza, porque la frase que cierra las correspondencias es una de las más demoledoras y desesperanzadas de todas: “La vida es atroz”, afirma.

Un libro sin duda imprescindible para conocer la personalidad de Cravan, el hombre de las mil caras, el impostor, el ruidoso chafador de fiestas y perpetrador de mascaradas. La mejor, la última: haberse convertido en inmortal sin apenas dejar obra. “Ni siquiera soy periodista ni publicista, ni un moderno -le dice a Mina Loy, en uno de sus arrebatos-. Pero te juro que hay algo poderoso y eterno en mí. ¡Y me convertiré incluso en el más moderno!” Es muy posible que lo haya conseguido.

2 comentarios:

Alejandro Luque dijo...

Soy de los que supo por primera vez de Cravan a través del número que le dedicó la revista 'Poesía', y conservo el famoso póster. He seguido con curiosidad lo que se ha ido publicando de él en España, pero confieso que este libro me ha llenado de contrariedades. Más que amante apasionado, Cravan parece aquí un yonqui furibundo. La actitud hacia Mina roza el chantaje y el maltrato psicológico. Bueno, son los riesgos de indagar en la vida y la personalidad de un escritor que te gusta. Pero, al menos en lo amoroso, podemos decir que cravan no fue el más moderno. Por el contrario, parecía bastante chapado a la antigua. ¡Un abrazote!

ilya u. topper dijo...

Luque: ¿Un escritor? ¿No habíamos quedado en que no dejó prácticamente obra?
A propósito: ¿quién fue ese gran poeta del 27 cuyo único poema conocido fue un verso garabateado con tiza en una pared de madrugada?