Faïza Guène
Funambulista, 2012
ISBN: 978-84-9398-551-6
168 páginas
17 €
Traducción de Alicia Huici Montagud
Ilya
U. Topper
Por
fin un libro que sirve para llevárselo a la playa. Porque es pequeñito, cabe en
el bolso de rafia, el sol de agosto contrarrestará su humor marrón oscuro
tirando a negro, y casi ocurren cosas, esa insuperable definición de la novela clásica
que le debemos a Luque.
Digo
casi, porque en realidad no ocurren. La novela no tiene narrativa, entendida en
el sentido de enlazar acciones, sino que se compone de una serie de monólogos
de diferentes personajes que van componiendo algo así como un álbum familiar de
instantáneas. Desde luego, de ese álbum se desprende una acción, o más bien una
serie de acciones que conducen hacia
el muerto, ahogado en su sangre en el suelo de su propio bar, al que nos
encontramos en el primer capítulo.
¿Un
arranque bastante negro? Sí. Sirve para aglutinar alrededor del muerto -Joël
Morvier, alias Jojo, alias bola de billar: todos los personajes disfrutan de un
nombre y dos motes en este libro- una serie de personajes que se nos revelan
sospechosos del asesinato, y tanto más sospechosos cuanto más avance la
historia. Todos tienen derecho a
tres pases -una presentación, una declaración y una puntualización, para
aportar lo que se han callado -ante un supuesto comisario que es la figura
ausente de la novela.
Y
vaya fauna: Madame Yéva, a la que su hijo desprecia porque es una mujer
moderna, impropia de su edad (piensa el hijo); el hijo: Taniel, al que su madre
trata como un inútil, porque lo es y al que los demás llaman Quetur, o sea El
Turco, porque es armenio; el padre, que es aún mucho más inútil y además
ludópata; el otro hijo que es inútil
de verdad, porque resulta que es deficiente mental... El cuadro familiar va
completado por la rubia del barrio, alias la chati de Quetur, una tipa que se
las da de pija sin recursos para serlo, y el amigo de ambos, un tal Alí de
Marsella (y su hermana).
Sí,
sí, lo han adivinado: en el fondo es una sarta de clichés. La típica rubia, el
típico inmigrante, el típico chaval macarra de barrio, el típico
padre-pegado-a-un-televisor, el típico dueño de bar racista. Desde luego, la literatura
es otra cosa. La literatura es trazar personajes, no clichés, categorías. En
una novela de verdad, el macarra ése, Taniel, tendría, aparte de su mote Quetur
y su procedencia armenia, algo único, algo que lo convertiría en personaje.
Aquí es figurante: en todos los barrios hay un macarra, y aquí
se llama Taniel. En todas las barriadas hay una adolescente rubia que se cree
una niña bien, y consumada seductora y vive a través del lenguaje de Facebook y
SMS, con sus abreviaturas inglesas... y aquí le ha tocado a Magalie hacer de
tonta. Sin más explicaciones. Cuando
se hacen caricaturas, no se puede matizar mucho: las caricaturas consisten en dibujar
un cliché. En eso reside la gracia. Y la novela de Faïza Guène no pasa de ser
una caricatura, divertida, mordaz, sin llegar a ser despiadada.
Eso
sí, hay profesionalidad en el trazo. Cada figurante tiene su voz personal, su manejo del argot. No sé si en la traducción queda muy normal, es un decir, el del deficiente
mental, pero en general, la traductora, Alicia Huici, ha resuelto con bastante acierto el desafío de trasladar al español el casi cheli de
una barriada francesa. Hasta donde
se pueda. En español queda raro meter palabras inglesas en medio sin necesidad, pero parece ser
la moda en Francia (hasta el punto de que se ha prohibido por ley,
fíjense). Y a juzgar por mi uso
personal del Facebook, casi ningún español escribe "lol" ('laughing out loud': me troncho de risa),
pero entre franceses (o magrebíes
que hablan en francés) es tan habitual como cierre de comentario como el "joé"en una
conversación de bar español.
Muy
bien resuelto no está el final, no, todo sea dicho. Es más: no me lo llego a creer como novela de
whodunnit, de quién ha sido. Pero a estas alturas, qué
importa. Ya hemos recorrido el álbum de familia de un pueblo suburbano de París, en esa frontera gris en la que un núcleo urbano deja de ser un barrio de la ciudad pero aún no alcanza ser un pueblo. Hay un único bar. Con eso se lo digo todo.
El
escenario recuerda, en este sentido, un poco las novelas de Daniel Pennac y el ambiente en el que vive
Benjamine Malaussène, este detective
involuntario al que las circunstancias siempre le arrastran a las desgracias. Si bien Pennac trata a
sus personajes con bastante más cariño. Guène procura que nadie nos
caiga bien. Aunque yo tengo simpatía
por Madame Yéva, alias la cacatúa. Aunque sólo sea por aguantar a semejante hijo. O hijos. Y
marido. Y novia del hijo. Y a semejante dueño de bar. A semejante
barriada. Joé.
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