José María Moraga
Durante la primavera de 2008 nos
desayunábamos con una fascinante noticia: Horst Ripper, oficial de la Luftwaffe,
confesaba después de 64 años que el mismo día en que desapareció el
escritor/aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, él iba pilotando un caza Messerschmitt
Bf 109 y que derribó a un
P-38
Lightning (el avión del francés) en el teatro del Mediterráneo. “Blanco y en
botella”, vamos. Algún bloguero se hizo eco entonces de lo que debió suponer
para el abuelete alemán la carga moral de saberse el verdugo del buen rollo,
pero yo tengo que decir -dijimos que íbamos a ser políticamente incorrectos,
¿no?- BRAVO, y que salvo la muerte de Exupéry (que deploro, como todas las
muertes, y más en guerra a manos de un nazi), a lo mejor aquel fatídico día la
Humanidad se salvó de tremendos bodrios literarios ulteriores.
Sé que el anterior párrafo me condena
automáticamente al infierno literario, humano y social. Quería hacer mi
anti-reseña de la novela Stone Junction (1990) de Jim Dodge y advertiros que no
la leyeseis bajo ningún concepto, pero la atracción de los clásicos es
demasiado poderosa (“clásico” según el DRAE: “Que se tiene
por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia”) es demasiado
poderosa, ejercen un influjo tenaz cuando se nos presentas como modelos a
seguir y como guías de vida, espejos, brújulas, hojas de ruta (inserte aquí su
metáfora). Demasiado poderosa, digo, para desperdiciar mi anti-reseña con una
obra tan reciente, habiendo como hay en el canon contemporáneo atrocidades como
ciertos pasajes de James Joyce y Thoreau, o sin ir más lejos el tan cacareado El Principito (1943) de Saint-Exupéry. Lo mejor que se puede decir acerca de El
Principito es que no es Vuelo nocturno (1931) -otro del mismo autor sobre sus
soporíferas peripecias como aviador- y esto ya es decir algo. A partir de ahí…
Estoy sujeto a vuestra
discrepancia: tengo una alfombrilla de ratón con el pajizo muchacho de los ojos
de búho, vivo rodeado de marcapáginas con su efigie, confieso que me compré el
libro en francés y todo, para poder practicar (y comprobar si en el original
era más pasable). Si os gusta la papilla, lo engulliréis con deleite. Si os
ponen Paulo Coelho o Jorge Bucay, no busquéis más, amigos: este será sin duda
vuestro libro. Estoy sujeto a crítica y a que me vilipendiéis. Porque… ¿a quién
no le ha salvado la vida El Principito? Con su candor, con sus anécdotas sobre zorros,
rosas, locos en planetas y faroleros… Uno de mis primerísimos recuerdos de la
infancia es el de tener 3 años, estar hablando con mi padre durante una de
aquellas interminables siestas estivales sevillanas y que él me enseñara los
afamados dibujos de Exupéry del elefante engullido por una serpiente, el
cordero en una caja, etc. Recuerdo no haber entendido nada y haber pensado
“¡Menuda gilipollez!” Claaaaro, son cosas de mayores, de espíritus cultos (en
el sentido etimológico), todavía no lo puedes entender.
La buena noticia es que
más de tres décadas después aquí sigo, y aquello continúa pareciéndome la misma
gilipollez. Otro “trauma” infantil: mi profesor de 4º de EGB leyéndonos el
dichosito libro en clase (íntegro, en voz alta) durante las tutorías, supongo
que para rellenar el tiempo. ¡¡¡Pues que se hubiera puesto a leernos el listín
telefónico!!! No soy insensible a la belleza ni a la poesía. No soy persona que
rehúya las metáforas; antes bien, en mi vida cotidiana ando a la caza de esas
oportunidades especiales que nos hacen comprender las cosas más allá de las
formas de conocimiento racionales. Pero no se debe confundir “profundo” con
“vacío” ni “original” con “poético”, y -aquí me zambullo de lleno en el ámbito
de la opinión personal- poco o nada descubro en El Principito que lo haga
merecedor del estatus clásico del que disfruta.
Recuerdo infinidad de
libros infantiles que me marcaron mucho más (y me han sido más útiles para la
vida): cómo olvidar la saga de Fray Perico y su borrico, iniciada en 1979 por
Juan Muñoz Martín, Las aventuras de “La mano negra” (1965) de Hans Jürgen Press
o aquel Robi, Tobi y el aeroguatutú (1967) de Boy Lornsen –y as del aire por as
del aire, Lornsen también había sido piloto de la Luftwaffe-. Pero El
Principito me falla como literatura infantil (pedante, fatuo, falto de acción,
incomprensible sin resultar misterioso) y como obra alegórica (deslavazado,
pretencioso, excesivamente edulcorado). No voy a negar que haya pasajes
memorables, aunque sea por su absurdez, como el del sombrero-elefante, pero
nada que no pueda ser igualado o superado por el típico chiste visual de “un
picador montando en bicicleta”.
De esta manera, un
librito más o menos amable, que de carecer de pretensiones hubiera pasado por
una lectura deliciosa e insustancial para una tarde de verano se convierte en
una “biblia del Buen Rollo” (Porerror dixit) y trata de remontar el vuelo, se
eleva, se eleva… cual Ícaro alado surca los cielos en pos de las más altas
cotas de excelencia, pero allá entre las nubes se encuentra -¡ay!- con los cañones
de 20 mm de un Bf 109 alemán y entonces el sueño de la bonhomía universal se
desmorona.
5 comentarios:
¡Esto sí que es romper el hielo! Yo nunca entendí tampoco ese libro y me pregunto si el empeño por considerarlo un libro paradigmático de la literatura infantil obedece más que al gusto de los niños al de los adultos.
Suscribo el Bravo por el arrojo. Aunque a) compararlo con Coelho me parece excesivo, porque Coelho es cristianoide espantoso y al menos Saint-Ex no mete a Dios por ninguna, pero ninguna parte, ni nada que se le parezca ni de lejos. b) Lo del elefante y la serpiente sí es de antología, pero claro, una frase no sirve para salvar un libro. c) No creo que nunca haya sido un libro infantil, sino siempre un libro para adultos que pide romper la seriedad del adulto que se cree obligado a no tener actitudes infantiles. d) Recuerdo sólo vagamente Vuelo nocturno, pero a los 15 años a mí sí me impresionó bastante, en el buen sentido, "Terre des Hommes", una serie de anécdotas de su vida a aviador que para mí sí que tienen un pase, al menos para incitar a adolescentes a soñar con mundos lejanos, cosa que no está mal. e) Probablemente, lo que le pierde al Principito es la fama y esa espantosa manía de citar lo de la rosa por todas partes: si fuera menos famoso, sería más agradable. En este sentido, el libro no puede sino empeorar con el tiempo: nuestra capacidad de soportarlo disminuirá en relación inversa a la expansión de Facebook...
De libros es dificil hablar, asi me maten a mi no me gusta Borges, me es completamente indigesto, Cortazar si es bueno, mucho, es mi opinión. No veo al principito como un libro para niños, es para adultos, es simple, me suena a los delirios de alguien que se muere de sed en el desierto, pero tiene su encanto.
Esperaba tu anti-reseña con avidez y no me ha defraudado. Muy de acuerdo en todo. A Exupéry lo metemos definitivametne dentro del club del "queo", junto a Adriá, El Cigala, Sergio García... ¿Eh?¿ he escuchado Dalí?
Un simple mojaquero
Siempre he creído que "El principito" es un libro para adultos. Tampoco creo que sea un libro de píldoras para crecer espiritualmente y eso.
En el libro aparecen reflejados todos los tópicos que tenemos los adultos: el "moro" que hace una demostración astronómica pero nadie le hace caso porque el científico va vestido de "moro". Cuando hace la demostración vestido de "occidental", entonces sí se le hace caso.
Poner nombre a las cosas es apropiarse de ellas, quererlas, hacerlas únicas ¿por qué los nazis ponían números a las pesonas?
Un día el principiot vio nosecuantas veces la puesta de sol porque estaba melancólico ¿quién no ha eschado diez veces seguidas una canción porque nos recordaba algo triste?
Salu2.
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