Donde la eternidad envejece
César Antonio Molina
Destino, 2012
ISBN: 978-84-2331-787-5
344 páginas
23,90 €
José Martínez Ros
César Antonio de Molina quizás sea conocido por ser el Ministro de Cultura más elegante que ha tenido este país y, sin duda, el mejor considerado. Nombrado por Zapatero, fue elogiado hasta en el ABC (lo que tal vez explique que no duró mucho en el cargo). Pero, además de haber ocupado tan distinguido cargo (y muchos otros) es un relevante poeta y -como cualquiera puede comprobar en este Donde la eternidad envejece-un brillante memorialista. Un memorialista original en el que el elemento biográfico se reduce al mínimo, ofreciéndonos un texto cuajado de citas, personajes y lugares que tienen en lo inmutable e imperecedero su principal cualidad.
Así, de la mano (o, más bien, gracias a la pluma) del autor visitamos la Alejandría de Cavafis y Durrell, la Concord de Emerson, Hawthorne o Whitman, la Capri de Greene y Neruda… Y al mismo tiempo, Roma, Tebas, El Valle de los Reyes, Chartres, un monasterio en Toro, el Camino de Santiago, México, Xi´an y tantas otros parajes donde el hombre con sus hechos o monumentos ha dejado una huella para el futuro. Donde la eternidad envejece nos lleva precisamente allí, a eternidades literarias o de piedra. Y como libro de geografías, también libro de viajes y para viajeros. Viaje y viajeros, que como distingue César Antonio Molina, citando a Baudelaire son aquellos que parten “por el simple hecho de partir”,se diferencian del turista, que es, “un viajero sin objetivo, su único fin es viajar por hacer el viaje y poder contarlo después”.
Precisamente, Donde la eternidad envejece no es un libro que invite a una lectura compulsiva -aunque sí amena, el autor es un compañero de viaje erudito y simpático-, un libro que se aprecia al ir saboreándolo poco a poco, en el avión, el tren o el coche, resignados al prosaico destino del turista que tanto despreciaba el gran Baudelaire. Y, probablemente, después, una vez en casa, también encontrará su lugar en nuestra biblioteca para que al hojearlo nos ilumine el comentario curioso o la cita inesperada con la que desde un remoto tiempo, otro hombre nos habla, ahora. Y para tratarse de un ex ministro, admitamos que no escribe nada mal.
Así, de la mano (o, más bien, gracias a la pluma) del autor visitamos la Alejandría de Cavafis y Durrell, la Concord de Emerson, Hawthorne o Whitman, la Capri de Greene y Neruda… Y al mismo tiempo, Roma, Tebas, El Valle de los Reyes, Chartres, un monasterio en Toro, el Camino de Santiago, México, Xi´an y tantas otros parajes donde el hombre con sus hechos o monumentos ha dejado una huella para el futuro. Donde la eternidad envejece nos lleva precisamente allí, a eternidades literarias o de piedra. Y como libro de geografías, también libro de viajes y para viajeros. Viaje y viajeros, que como distingue César Antonio Molina, citando a Baudelaire son aquellos que parten “por el simple hecho de partir”,se diferencian del turista, que es, “un viajero sin objetivo, su único fin es viajar por hacer el viaje y poder contarlo después”.
Precisamente, Donde la eternidad envejece no es un libro que invite a una lectura compulsiva -aunque sí amena, el autor es un compañero de viaje erudito y simpático-, un libro que se aprecia al ir saboreándolo poco a poco, en el avión, el tren o el coche, resignados al prosaico destino del turista que tanto despreciaba el gran Baudelaire. Y, probablemente, después, una vez en casa, también encontrará su lugar en nuestra biblioteca para que al hojearlo nos ilumine el comentario curioso o la cita inesperada con la que desde un remoto tiempo, otro hombre nos habla, ahora. Y para tratarse de un ex ministro, admitamos que no escribe nada mal.
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