Daniel Defoe
Gadir, 2011
ISBN: 978-84-9697-488-3
120 páginas
11 €
Traducción de Celia Recarey Rendo y Carlos Valdés García
Ilya U. Topper
No es verdad que la Historia la escriban siempre los vencedores. A menudo, la versión que perdura es la de los vencidos. Busquen ustedes en internet el término “genocidio armenio”, por ejemplo, y verán que Turquía, el país que salió victorioso de los embistes de aquellos convulsos principios del siglo XX, aún hoy no tiene oportunidad alguna de hacer valer su versión contra la de aquel pueblo que fue destruido y casi exterminado y dispersado por el mundo.
O los piratas. Cualquier crío aprende desde las primeras fiestas de disfraces en la guardería que los piratas son tipos admirables, malos, sí, pero de este tipo de malos al que todos nos queremos parecer, con su pata de palo y su catalejos. Y en la literatura, desde la Canción del Pirata de Espronceda a la del gran Quiñones y su capitán Amaro Bonfim, pasando por el Corsario Negro de Salgari, ya me dirán. Hasta tal extremo llega la cosa que el otro día, concretamente en 2003, los de Spielberg & Cía, en un clarísimo acto de piratería intelectual, convirtieron al venturoso marino mercante Sindbad en un pirata aventurero, confundiendo de paso el Mediterráneo con el Índico y el culo con las témporas. Pudieron hacerlo impunemente, porque todos sabemos que los piratas, en el fondo, son los buenos.
Esto no era así en las épocas en las que realmente había piratas, claro. Entonces, los ciudadanos como usted y yo creían que los piratas eran unos tipos malajes que se merecían la horca. Y lo curioso es que no haya durado hasta nosotros esta versión de la Historia, pese a que es la de los ganadores. Porque los piratas acabaron de hecho en la horca, antes o después, los mares se declararon limpios y ganaron los buenos, los de la estrella de sheriff en los galones. Como debe ser.
Desde luego, lo de que no quedan piratas no es cierto: los sigue habiendo, y muchos, por ambas costas del Índico y hasta las Molucas, pero como ya no llevan arpeos sino AK-47, ya no se balancean en las maromas sino que manejan fuerabordas y como ya no van a por barriles de ron sino a por los de petróleo, ni visten estos sombreros inmensos de los dibujos, pues como que ya no es lo mismo y no cuentan. Aunque los marineros y pescadores de hoy día, pregunten a uno de La Coruña, probablemente tengan su opinión sobre quienes son los buenos y los malos. (Esta opinión quizás no coincida con la de los atunes ante la costa de Somalia, que llamarían pesca pirata lo que hacen los navíos europeos).
Entonces, pongo por caso en 1725, la cosa estaba bastante clara. Al menos para Daniel Defoe, si este novelista es realmente el autor del Relato de la conducta y proceder del difunto John Gow, alias Smith, Capitán de los difuntos piratas, ejecutado por asesinato y piratería (me paro aquí, si quieren ustedes leer los restantes dos tercios del título, cómprense el libro). Que lo sea, no lo afirma ni la editorial que saca esta versión en castellano; pero se le ha atribuido con mucha frecuencia y con todo lo que Defoe, quizás uno de los primeros periodistas, solía redactar, bien puede ser suyo.
Porque periodístico es el relato: intenta reconstruir con fidelidad y detalle la conducta y proceder del difunto John Gow (etc. etc), desde el primer momento que le rebanó la garganta al capitán mercante bajo el que servía, en la rada de Agadir (Santa Cruz de Berbería), pasando por sus correrías ante las costas de Lisboa y Cádiz hasta su prendimiento en Escocia y su juicio y exhibición, ya cadáver, en las orillas del Támesis. Eso sí: con una clarísima postura moral, reiteradamente expresada, de que aquel Gow era un bellaco superlativo y que todos su cómplices hallaron su merecido fin gracias a una justicia casi divina.
Con tanto afán de dejar claro quién es el malo, lo que sorprende (y honra al autor) es la escasa sed de sangre del pirata Gow. Aparentemente, los barcos asaltados se tomaban sin combate, los marineros eran hechos prisioneros, y luego se les dejaba ir en el siguiente barco capturado, incluso “para fingir generosidad”, Gow les regalaba parte de la propia carga que no le era útil. Bien mirado, los cuatro asesinatos del principio del libro, para hacerse con el navío, y las ejecuciones al final son los únicos momentos en los que corre sangre. Me temo que los de Dreamworks se aburrirían bastante.
Además, Defoe insiste enormemente en la idea de que John Gow tuvo la idea de echarse a pirata antes de embarcarse, y que es falsa la puesta en escena de Gow: que el motín en la 'George' era un acto espontáneo de rebelión contra el mal trato y la escasa comida impuestas a la tripulación. Porque si efectivamente fuera así, si los marineros sólo se echaron a piratas porque bajo el amo no hay quien aguante, entonces tal vez no eran tan malos. Entonces hasta podría pensarse que...
Piensen lo que quieran. Aquí tienen la versión oficial. La de los vencedores. John Gow fue ahorcado el 11 de junio de 1725, junto a siete de sus hombres. Y por cierto, los caladeros ante Somalia siguen siendo territorio sin ley. Sin ley de pesca, quiero decir.
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