25 octubre 2012

Un festín de muerte

Crímenes ejemplares

Max Aub

Calambur, 2011. Colección “Narrativa”

ISBN: 978-84-8359-220-5

96 páginas

11,40 €

Prólogo de Eduardo Haro Tecglen
 
 

José M. López

¿Quién no se ha sentido tentado alguna vez de degollar al tipo que, sentado junto a él en el cine, no para de cuchichear y hacer ruiditos durante toda la película? ¿Quién puede negar que no se le ha pasado por la mente estrangular a un amigo que le ha hecho esperar durante 45 minutos en la esquina donde debían encontrarse, y que aparece alegre y distraído, sin ni siquiera disculparse? ¿Quién, por Dios Santo, no ha sentido el irresistible deseo de asfixiar con la almohada a su propia pareja, que no para de roncar durante toda la maldita noche, y que descansa plácidamente mientras el insomne no deja de observar cómo las manecillas del reloj de su mesita se acercan cada vez más a la temida hora que marca el inicio de su jornada laboral? Pues de estas humanas tentaciones, de estos comprensibles deseos nos habla Max Aub en esta obra que la editorial Calambur ha vuelto a rescatar -ya editó la obra en 1991 y 1996- para disfrute de los incondicionales del autor, o simplemente para aquellos a los que nos gusta de vez en cuando juguetear con lo truculento.

La idea de la muerte que encontramos en el libro entronca con una amplia tradición que, en mi opinión, se acerca más a referentes extranjeros -Thomas de Quincey, August de Villiers de L´Isle-Adam, André Breton- que a los nacionales -Quevedo, Goya o el “tremendismo” de la novela tras la Guerra Civil, por citar algunos-. Y esto se debe a que los aspectos más lúgubres son tratados aquí de una manera trivial, provocando incluso cierta sonrisa culpable en el lector. Ya desde el título el autor nos deja claras la ironía y la mala leche con las que traza cada uno de los microrrelatos que forman el libro. Estos crímenes, a diferencia de las Novelas ejemplares cervantinas, no pretenden ser precisamente modelos de comportamiento a imitar por la sociedad. Es más, podemos advertir que los móviles de muchos de los asesinatos que se comenten suelen ser, si no arbitrarios, pretendidamente descabellados:

La maté porque era de Vinaroz.”

Pero, a pesar de la aparente falta de lógica que le lleva a cometer estos asesinatos, cada texto supone una confesión descarnada de las manías del narrador hacia ciertas personas cuyas molestos comportamientos no le dejan otra salida que enviarlos al otro mundo. El criminal relata sus manías con tal sinceridad, que el lector se simpatiza en todo momento con él -en vez de identificarse con la víctima-, y llega a comprender su reacción ante comportamientos tan irrespetuosos como el siguiente:

La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor.”

La situación es tan absurda, que, a veces, el criminal achaca su delito, no a su libre albedrío, sino a pequeños detalles ajenos a su voluntad, y que son los verdaderos desencadenantes del crimen. El protagonista llega a afirmar que mató al cartero por culpa del pito que no paraba de tocar, o que el origen del acuchillamiento de un familiar estuvo en lo afilado del puñal que tenía sobre su mesa. Causas absurdas que dotan en ocasiones estos textos de un profundo tono existencialista

Otras veces el homicidio no nace de motivos disparatados, sino que se origina debido a que alguien no sabe acatar las apropiadas normas de cortesía, como en el caso de una visita que prolonga inesperadamente su estancia; o, por el contrario, por un exceso a la hora de poner en práctica estas mismas normas sociales, como aquel texto en el que el personaje no tiene más remedio que asesinar a la anfitriona que le insiste en que siga repitiendo arroz, aún a sabiendas de que el invitado está a punto de vomitar. Otra situación que puede justificar la muerte del prójimo sería, por ejemplo,  que este recaiga en determinadas confusiones imperdonables:

Le pedí El Excelsior y me trajo El Popular. Le pedí Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y me la trajo negra. La sangre y la cerveza, revueltas por el suelo, no son una buena combinación.”

Una patosa pareja de baile, una criada que no para de hablar, un vendedor de lotería pesado o un alumno insolente son otras de las muchas víctimas que, por motivos obvios, se ven obligados a dejar atrás los quehaceres terrenales a manos del protagonista de estos Crímenes ejemplares.

Cuando Max Aub escribió este libro llevaba ya muchos años exiliado en México. Y la idea de trivializar con la idea de la muerte, de acercarse a ella de una manera lúdica e irreverente, viene muy influenciada por la idiosincrasia de este país. La muerte es parte de la vida, y la mejor forma de afrontarla es a través de la risa, y de un humor, que en ocasiones se torna, no negro, sino negrísimo, dando como resultados algunos crímenes de una crueldad y un lirismo muy intensos:

“Mató a su hermanita, la noche de Reyes, para que todos sus juguetes fuesen para ellas.”

A pesar de que encontramos magníficos textos que abarcan toda una página, es en los más breves donde el autor ofrece verdaderos recitales de su enorme dominio en el arte de lo breve, de lo no dicho. ¿El resultado? Microrrelatos que nada deben envidiar a otros más célebres, como el del famoso dinosaurio de Monterroso:

“¡Tenía el cuello tan largo!”

“¡Que se declare en huelga ahora!”

El libro termina con tres nuevas secciones: una de “Suicidios”, otra de “Epitafios”, y una tercera con una serie de crímenes suprimidos por el autor en una edición anterior.  La eliminación de estos textos por parte de Max Aub me resulta, por otra parte, incomprensible, pues aquí se encuentran algunos de los crímenes más divertidos del libro. También encontramos un prólogo algo insípido que Eduardo Haro Tecglen escribió para la edición de 1991, y un epílogo con mucha más chicha a cargo de Fernando Valls.

En esta época donde la hipocresía se disfraza de elegancia, donde podemos llamar perro judío a nuestro adversario político pero eso sí, siempre con chaqueta y corbata, donde los “bibianos” y las “miembras” son directrices de obligado cumplimiento, en esta época, digo, qué gusto da reencontrarnos con un libro que apuesta por lo políticamente incorrecto, por lo irreverente y transgresor, pero siempre desde la inteligencia, el talento y la calidad literaria. El buen gusto, vamos, aunque sea por lo macabro.

2 comentarios:

Gyrovago dijo...

El critico es acertado y pedante, pero lo que no sabe es que ese libro inspiro que yo me cargara de un navajazo a un jesuita en la calle Jesus del Gran Poder, hace 16 meses. Busquen en los periodicos.

ilya u. topper dijo...

a) No fue de un navajazo sino con un cojín, según consta en la prensa. b) No fue hace 16 meses sino hace 25 meses.