Aquí y ahora. Cartas (2008-2011)
Paul Auster y J. M. Coetzee
Anagrama & Mondadori, 2012
ISBN: 978-84-397-2632-6
265 páginas
18,90 €
Traducción de Benito Gómez Ibáñez y Javier Calvo
Coradino
Vega
Para cualquier seguidor de ambos o de uno
u otro, lo cual no es de extrañar dado el éxito del primero y el sólido
prestigio del segundo, esta recopilación de la correspondencia reciente entre Paul
Auster y Coetzee se presentaba a priori cuando menos prometedora. Los dos
escritores se conocieron en el Adelaide Literary Festival de hace cuatro años,
y a partir de ahí Coetzee propuso a Auster iniciar una relación epistolar en
una suerte de estimulación recíproca o juego intelectual ente colegas. Las
cartas abarcan un arco de tiempo que va del estallido de la burbuja financiera
de 2008 hasta las revoluciones árabes de 2011 y, oportunamente, comienzan
hablando de la amistad. Los demás temas —el deporte, la escritura, las
críticas, el cine, el incesto o el insomnio, por mencionar sólo algunos— van
surgiendo luego, poco a poco, con una espontaneidad no siempre atendida por el
destinatario, pues muchas propuestas quedan sin desarrollar y la primera parte
al menos, más que un análisis dialogado de un asunto u otro, adopta el aire de
una tormenta de ideas sin resolver.
Ambos emisarios cuidan con gusto el arte
de la carta como si fuera lo que realmente es: un uso en vías de extinción. Auster
las escribe a máquina. Coetzee las envía a veces por fax o, si tiene algo
urgente que comunicar, se las adjunta a la mujer de Auster, la también
novelista y ensayista Siri Hustvedt, por e-mail. A ambos parece no gustarles la
deshumanización de las nuevas tecnologías. Pero aunque compartan ciertas
opiniones y una común nostalgia por un mundo de ayer más cultivado y atento que
el de hoy, lo normal es que el diálogo se convierta en un intercambio de puntos
de vista prudentemente velado, sobre todo por parte de Auster, tras una
almibarada cordialidad de viejos caballeros que sobreviven, más que bien, entre
las ruinas del presente. De este modo, cualquier conato de dialéctica queda
erradicado por la amabilidad, la concesión, el afecto o el excesivo respeto.
Podría decirse que ambos escritores se tratan de tú a tú, aunque esa aparente
igualdad queda matizada por lo que parecen ser dos temperamentos bien
distintos. Coetzee se muestra más reservado, cautelosamente más seguro, con una
notoria inclinación hacia la referencia teórica y un ingenio menos interesante
que la inteligencia que muestran sus libros. Paul Auster, en cambio, adopta un
rol más mundano, más flexible y afable aunque trufado por una tendencia a
mencionar su propia obra que, más que un acto de vanidad, se antoja como una
especie de mecanismo de defensa. A ambos les tiran sus cosas: a Coetzee, la
lingüística, las matemáticas, los animales, la exigencia crítica y las
opiniones políticamente incorrectas, expuestas aquí de forma mucho más tosca e
inocua que, por ejemplo, en Diario de un mal año. A Auster, por su parte, le
motiva más hablar de béisbol, dejar claro su progresismo compatible con el
glamur de los festivales (“soy un firme creyente en la felicidad universal”), e
insistir en las casualidades y el azar en lo que parecen pequeñas caricaturas
manieristas de sus mejores novelas. Los dos comparten alguna afición, la debilidad
por Beckett y un ideal áurico de la figura del escritor aderezado de su
correspondiente tópico romántico.
Por lo demás, y aparte de lo
elegantemente bien que están escritas (si exceptuamos alguna indulgencia del
tipo “querido abuelito”, como se atreve a llamar Auster a Coetzee en una
ocasión), estas cartas tienen el interés que el fan incondicional o el lector
atraído por las estadísticas deportivas puedan darles. Las opiniones políticas
vertidas en ellas resultan tan vaporosas como consabidas. Y lo mismo sucede con
sus ideas sobre los críticos literarios (a raíz de un enfado de Auster con James
Wood), la escritura o las nuevas tecnologías (“los viejos somos notoriamente
ciegos a las virtudes de los jóvenes”, reconoce Coetzee). Por lo que no deja de
sorprender que un escritor tan riguroso y poco autocomplaciente como Coetzee,
en cuya obra resulta tan difícil hallar un solo lugar común y que siempre ha
parecido tener como principio “si no tienes algo diferente que decir, lo mejor
es callarse”, haya consentido la publicación de este libro que, precisamente
por ser fruto del entretenimiento ocioso y carecer de la sustancia de sus
ensayos y novelas, aburrirá en especial a sus lectores habituales.
[Publicado en La Tormenta en un Vaso]
2 comentarios:
Yo leí el adelanto y fue suficiente para decidirme a no leerlo. Ante todo, lo confieso, por el temor de que la imagen que tengo de Coetzee se me derrumbase. Yo tampoco entiendo muy bien el sentido de este libro.
feliz navidad y prospero año nuevo amigo !!!!!!!!!! buen articulo lo ley todo . !
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