Una reina en el estrado
Hilary Mantel
Destino, 2013. Colección "Áncora & Delfín"
ISBN: 978-84-233-4586-1
496 páginas
20,90 €
Traducción de José Manuel Álvarez Florez
Premio Man Booker 2012
José Martínez Ros
I
Estamos en Inglaterra, en el apogeo del reinado de Enrique VIII,
el más poderoso y enigmático de los monarcas que jamás han reinado sobre las
islas británicas. Una reina en el estrado, novela por la que Hilary
Mantel, se ha llevado su segundo premio Booker, el más prestigioso de la
literatura inglesa, y que algunos de sus entusiastas ya consideran la mayor
novela histórica desde Las memorias de Adriano de Marguerite
Youcenar es, a la vez, una maravillosa reconstrucción literaria de la
Inglaterra de los Tudor escrita con una prosa de prodigiosa intensidad y de un
ritmo feroz que atrapa al lector desde la primera línea y que nunca
condesciende a esos largos, aburridísimos, pasajes descriptivos tan habituales
en el subgénero; una apasionante (y terrible) historia de suspense en la que
conocer de antemano el truculento desenlace no resta un ápice de interés -Catalina
de Aragón, la primera esposa de Enrique VIII, ha caído en desgracia, el rey ha
roto lazos con Roma para casarse con Ana Bolena e instaurado lo que, más
tarde, se llamaría anglicanismo, enfrentándose con el Papado y con la España
imperial de Carlos V, diversas facciones cortesanas luchan por el
favor del monarca- y, por último, una tragedia sangrienta en cuyos vértices hay
tres personajes inolvidables y, al tiempo, tres seres reales, enormemente
complejos y contradictorios y, por esas mismas razones, interesantes para un
lector del siglo XXI: Ana Bolena, a la que podemos ver como una mujer enamorada,
o como un monumento a la ambición o como la defensora de la nueva fe
protestante y evangélica que acaba de surgir en Europa, Enrique VIII ,
que ya resultaba misterioso para sus contemporáneos -¿quién fue, el más culto y
caballeroso de los reyes de su época, un supremo egoísta incapaz de controlar
sus pasiones o un monstruo lujurioso y cruel?- y su valido, el astuto Thomas
Cromwell, decidido a hacer lo posible y lo imposible para que se cumplan los
deseos de su rey y que es, sin duda, el corazón y el cerebro de la novela.
“¿Por dónde empezar con Cromwell? Los hay que empiezan por sus ojillos
penetrantes, hay quien lo hace por el sombrero. Los hay que eluden el problema
y pintan su sello y sus tijeras, otros eligen el anillo que le dio el cardenal.
Empiecen donde empiecen, el impacto final es el mismo: si tuviese un agravio
contra ti, no te gustaría encontrarte con él una noche sin luna. Su padre
Walter solía decir: Mi chico, Thomas, mírale mal una vez y te sacará los ojos.
Si les pones una zancadilla, te cortará una pierna. Pero si no te interpones en
su camino, es muy caballeroso. Y le pagará un trago a cualquiera.” (página 24)
El Thomas Cromwell de Hilary Mantel es la prueba
definitiva de que nos hallamos ante una grandísima narradora. Si hay algo
complicado en ficción es ponerse en la piel y en la cabeza de un genio, y Cromwell lo
fue: hijo de un herrero, soldado mercenario en Francia y empleado de una casa
mercantil italiana, un hombre que se hizo a si mismo y que, procedente de
ninguna parte, ganó el favor del rey y se convirtió en el mayor estadista de su
época. Mantel lo describe como un individuo de tremenda ambición y
terrible lucidez, mecenas de artistas y escritores, padre y esposo devoto y
desgraciado (su mujer y sus dos hijas murieron prematuramente, crió solo a su
único hijo varón), preocupado sinceramente por mejorar la suerte del pueblo
inglés, pero, a la vez, sin ningún límite moral a la hora de actuar. Una reina
en el estrado es, como se ha indicado repetidamente, un libro sobre el poder y
su influencia sobre los que lo ejercen y lo padecen.
“Haga lo que haga, piensa, desapareceré un día y tal como va el mundo
puede que sea pronto: qué importa que sea un hombre con firmeza y vigor, la
fortuna es voluble y, o bien darán cuenta de mí mis enemigos o mis amigos.
Cuando llegue la hora debo esfumarme antes de que se seque la tinta. Dejaré
tras de mí una gran montaña de papel, los que vengan después repasarán lo que
quede y comentarán: aquí hay una vieja escritura, un viejo borrador, una vieja
carta de la época de Thomas Cromwell; pasarán página y escribirán sobre mí”.
(página 487)
Una reina en el estrado es una obra de arte y una novela que
se devora.
Y II
Sobre todo gracias a la labor de la editorial Anagrama desde finales
de los setenta y principios de los años ochenta del pasado siglo, hay un buen
número de narradores procedentes de las Islas Británicas que ya son bien
conocidos por el público de nuestro idioma: Barnes, Martin Amis, Ishiguro,
Hornby, McEwan, Doyle, etc. Sin embargo, por algún motivo, parece que hubo un
par de excepciones, dos inmensos autores y que, sin embargo, hasta fechas
desoladoramente recientes se han publicado en español de forma dispersa y
discontinua. El primero es el irlandés John Banville y, el segundo, la
autora de Una reina en el estrado -curiosa “traducción” del título
original: Bring up the bodies-, Hilary Mantel. La lectura de esta
novela intensísima y magistral ha dejado perplejo e, incluso, noqueado a quien
escribe esta reseña: ¿por qué no se ha topado antes con más libros de esta autora,
por qué no la conocía (de ese modo íntimo y extraño en el que un lector
“conoce” a un autor que admira) hasta ahora?
Lo primero que hay que decir de la señora Mantel es que no
ha tenido una vida fácil, lo que, sin duda, la ha perjudicado a la hora de
recibir los reconocimientos que merece. Nació en el norte de Inglaterra en una
modestísima familia católica de origen irlandés. No obstante, estudió, con
brillantez, Derecho y parecía destinada a ser una relevante jurista, pero nunca
llegaría a ejercer. En primer lugar, porque contrajo matrimonio con un geólogo
al que acompañó en su trabajo en África y Arabia Saudí (donde están ambientadas
algunas de sus primeras novelas); en segundo, porque se empezaron a manifestar
los gravísimos problemas de salud que la han perseguido a lo largo de toda su
vida y que la han obligado a vivir recluida, entre su itinerante hogar y el
hospital más cercano. Lo peor es que los médicos que la trataban tardaron
décadas en localizar cual era, exactamente, su problema -una forma
particularmente severa y dolorosa de endometriosis- y, durante años, la
prescribieron antipsicóticos creyendo que su enfermedad era mental, autoinducida.
Supongo que esa situación hubiera sido lo bastante dura para quebrantar el
temple de cualquiera de nosotros, al menos de la mayoría; no, al parecer, el de
una persona como la señora Mantel, que llegó a estudiar por su cuenta medicina
durante su estancia en África con el único fin de entender qué era lo que le
estaba pasando. Finalmente, fue ella la que se autodiagnóstico su auténtica
enfermedad, lo que fue confirmado posteriormente por las pruebas que los
médicos le hicieron a su regreso a Londres. Sin embargo, esto no acabó con los
problemas de la autora de Una reina en el estrado: un primer tratamiento
erróneo le provocó duraderas alteraciones físicas, deformó sus rasgos y la hizo
engordar enormemente. Eso no impidió que la señora Mantel siguiera adelante con
su vida. En Gran Bretaña, mientras se consolidaba lentamente su reputación
literaria y su salud se lo permitió, trabajó algún tiempo como enfermera en una
clínica geriátrica, experiencia que también utilizaría en varias novelas. Más
tarde, su estado físico llegó a ser tan delicado que su esposo tuvo que dejar
su propio trabajo para cuidarla. La señora Mantel, no obstante, se
recuperó y siguió escribiendo.
Luego empezaron a llegar los premios y honores.
Hilary Mantel es, actualmente, autora de once novelas de las que
sólo se han traducido tres al español, hasta la fecha: La corte del lobo, que
narra los inicios de la carrera política de Cromwell y por la que se llevó su
primer premio Booker, Tras la sombra, una comedia negrísima ambienta
en la Gran Bretaña de los ochenta protagonizada por dos médiums de escaso éxito
y La sombra de la guillotina, una monumental reconstrucción de la
Revolución francesa a través de las biografías paralelas de Robespierre, Danton y Desmoulins.
Después de leer Una reina en el estrado, no he tardado
demasiado en hacerme con ellas y puedo afirmar que todas son magníficas. Que la
autora de este libro, y de otros muchos que esperan traducción, haya pasado por
tantas dificultades a lo largo de su vida no suma ni quita nada a la ya
extraordinaria calidad de esta novela; simplemente, la vuelve aún más asombrosa
y admirable.
3 comentarios:
Un pedazo de novela, sí señor.
Tiene toda la pinta de estar muy bien.
Desde luego, es mi novela favorita de lo que llevamos de 2013. Y este año estoy leyendo una cantidad monstruosa de libros.
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