Robespierre
Javier García Sánchez
Galaxia Gutenberg, 2012
ISBN: 978-84-8109-918-8
1.192 páginas
27,90 €
Antonio Rivero Taravillo
Una narración, ya sea novela o, más recientemente película, ha de ser
un objeto verbal, o fílmico, en que el protagonista llega al final convertido
en una persona diferente a la que era en el comienzo. Javier García Sánchez se
ha dejado aquí el resto y no es en absoluto caprichoso afirmar que es un hombre
distinto al que emprendió la escritura de este libro allá por el año 1980.
De allí a hoy han transcurrido 33 años, que es la edad de Cristo, de José
Antonio Primo de Rivera, de Alejandro Magno, figuras carismáticas (con Cristo,
con su pasión, tiene semejanzas el final de Maximilien Robespierre). Es decir,
en ese tercio casi exacto de un siglo cabe suficiente pálpito vital como para
que alguien exprima una vida entera y saque de ella una obra, un legado, no
necesariamente cincelado en palabras escritas. Una vida así cabe en la más
prolongada felizmente de García Sánchez, quien en las pocas ocasiones en que ha
hablado de este magnus opus ha confesado que hoy ya no lo escribiría, o no lo
haría así, de esta forma. Confiesa su decepción.
Pero veamos, ¿cuál es el contexto de aquel año en que concibe la idea
casi descabellada de hilar esta novela que aunque alcanza las 1.200 páginas
rozaría las 2.000 con otra maquetación y más aún si no hubiera licenciado su
general a dos o tres centurias de otras, vestidas con las ropas de faena del
borrador, alistadas antes de entrar en combate? Pues el de una España que un
lustro atrás ha dejado la dictadura del general Franco y el debate,
particularmente agitado entre la izquierda, de si reforma, lo que hubo, o
revolución. Indudablemente, el autor era partidario de la segunda, y su
malestar de entonces, prolongado durante bastantes años se fue quintaesenciando en este Robespierre
que él mismo reconoce es una novela “tan extensa como beligerante”.
La tarea de documentación ha sido ingente, pero no al uso del autor de
novela histórica que hace concienzudamente su “producto”, sino a partir del
apasionamiento. Y libros como este solo se pueden hacer con pasión y cuando ese
acarreo de materiales, y su asimilación, vienen acompañados de un genuino y me
atrevería a decir que intransferible interés. Porque este grandísimo relato
solo lo podía haber escrito su autor, que ha ido escribiendo, sí, tres decenas
de libros entre tanto, pero que nunca ha dejado de laborar en este: la obra de
su vida.
Utilizando a un narrador apócrifo, Sebastien, que
llega a París en 1793, García Sánchez nos lleva a la capital de la Revolución
Francesa, a un momento único en la historia del mundo, cuyas consecuencias
llegan de un modo u otro hasta nosotros. E, inclinado siempre a las teorías
conspirativas, y aquí se ve que con razón, ha querido, y conseguido, desenredar
lo que él considera una mixtificación, una falsificación interesada de la
figura del llamado El Incorruptible (Robespierre) y de su inspirador y 'alter
ego' complementario Saint-Just.
¿Que es demasiado larga? Probablemente lo sea y eche para atrás su
extensión. Tampoco ayuda a la lectura rápida la densidad del párrafo, la
dilatación de los capítulos (lo digo no gratuitamente, porque aquí hay mucho
calor y hasta acaloramiento), esta prosa muy trabajada y exigente en la que hay
contadísimas líneas de diálogo, apenas respiros. Pero la ambición del autor y
la osadía del lector tienen su premio: este irse a vivir los dos o tres meses
de lectura que precisa no solo a la ciudad del Sena, sino, convertida la
carroza viajera en máquina del tiempo, a los años del Terror. Las descripciones
de ambientes, los detalles, están casi miniados, por no hablar del uso del
lenguaje: el léxico, las expresiones. Además, y por si esto no fuera bastante, Robespierre
ofrece los mejores ingredientes de una novela de espías: asistimos desde dentro
a los secretos, a los conciliábulos, a las intrigas, a las traiciones.
Saint-Just es, de todos, el personaje del que más cerca se siente García
Sánchez, pero este logra su propósito, y bien que lo tenía difícil, de vindicar
al maltratado protagonista que da título a la obra.
Apasionante no menos que los doce capítulos o partes que ostentan los
nombres de los meses del nuevo calendario de la revolución, de Vendimiario a
Fructidor, es absolutamente recomendable el Post Scriptum que en sus casi 70
páginas da cuenta de esta indagación, de cómo historiadores y músicos,
politólogos y narradores, dramaturgos y cineastas han tratado a Robespierre.
Dice el novelista que hubiera deseado hacer algo parecido a lo que
logró James Boswell con su Vida de Samuel Johnson, que se publicó en Inglaterra
durante la Revolución francesa, obra también muy voluminosa como lo son, e
igualmente deliciosas, por cierto, las Memorias de ultratumba de Chateaubriand,
quien por su linaje aristocrático fue un pertinaz antirrevolucionario (Álvaro
Cunqueiro, rendido admirador del vizconde, consiguió la más deliciosa fábula
española ambientada en la Revolución Francesa en sus Crónicas del sochantre).
García Sánchez ha sido meticuloso hasta el extremo de que todas las
frases puestas en boca de Robespierre o Saint-Just están documentadas.
Naturalmente, rellena los intersticios de sus pensamientos y de los hechos
conocidos (aunque iluminados frecuentemente desde otro ángulo y con una luz
distinta) con la ficción, en lo que no afecta a la verosimilitud, sino que lo
potencia.
Desde muy joven García Sánchez vio como propia cierta estrofa de Antonio
Machado (tocayo de Saint-Just), en especial ese verso en el que el de Sevilla analiza
su estirpe sin marearse y aun sin agujas: “Hay en mis venas gotas de sangre
jacobina.” Es innegable su empatía con estos dos hombres, ese Jano con el que
pudo haber comenzado un tiempo nuevo (en parte así fue) y que murió decapitado
en la guillotina como de un solo tajo. El testimonio de todo ello es esta
estupenda si ardua, y vuelvo a robarle al autor sus palabras, “narración lírica
con voluntad de epopeya.”
4 comentarios:
¿Primo de Rivera carismático?..lo sería en su casa a la hora de comer, ponerlo y colarlo junto a otros nombres es ridículo. Sí fue el abanderado del facismo, la mejor invención de la incansable apología y propaganda de algunas almas cándidas.
“carisma s. m.
1 Cualidad o don que tiene una persona para atraer a los demás por su presencia o su forma de hablar:
“
Como ve, el significado de la palabra no indica nada acerca de la moralidad o las consecuencias de tal cualidad. Luego, de acuerdo a los testimonios de la época, Jose Antonio Primo de Rivera si era un tipo carismático. Como Churchill, Azaña, La Pasionaria o Hitler, por citar unas cuantos personajes coetáneos. Por el contrario, ni Stalin ni Franco eran nada carismáticos, con independencia de los otros adjetivos que añadamos a los personajes en cuestión.
Por otro lado, sobre la Revolución francesa, me permito recomendar una grandísima novela/estudio, A place of greater safety de Hilary Mantel, traducida absurdamente al español como A la sombra de la guillotina.
Pues yo le recomiendo los escritos de ese aprendiz doméstico de fascista que fue el marqués Primo, seguro que la mención de su presencia le va a quitar el carisma. Su lectura será una buena penitencia.
Gracias por la aclaración, José. Y tomo nota del libro de Mantel, que no conocía.
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