17 julio 2013

Buen amor, mal de amores



El buen amor

Olga Bernad

Nuevos Rumbos, 2013

ISBN: 978-84-938505-5-5

132 páginas

20 €




Jesús Cotta


El buen amor es la segunda novela de Olga Bernad. Ya que he leído casi toda su poesía y sus dos novelas, puedo decir que, siendo buena poeta como es, me gusta ella más como novelista que como poeta, porque en novela ella es más torrencial y libre, más imaginativa, más imprevista e intempestiva.

En esta novela, como en Andábata, su primera novela, lo que más sorprende es la vitalidad del narrador, en este caso, un hombre en el otoño de su vida, con poca formación, con pocos horizontes intelectuales, pero con una capacidad de análisis de los caracteres ajenos y de su propio corazón que sorprenden por lo intuitivos y agudos que son... Lo mejor de la novela es sin duda la voz del narrador, el cual expresa del modo más iletrado y popular posible los pensamientos más profundos que una persona cultivada solo podría transmitir en un lenguaje culto. Sin embargo, la autora es capaz de adaptarse al registro popular de su personaje dotándolo de la profundidad psicológica y de análisis que solo ella tiene. En la vieja disputa entre la superioridad del lenguaje sobre el pensamiento o al revés, esta novela parece demostrar que es el pensamiento el que gana, el que se las ingenia para obligar al lenguaje a decir lo que tiene que decir por muy pocas que sean las palabras con que cuenta.

El protagonista recuerda a Sancho Panza, por su sentido común, su llaneza, su bondad natural y sus impulsos primitivos y por la contundencia de su expresión... Sus valores son sencillos, pero su aplicación práctica es compleja en el día a día, algo que el protagonista analiza con frecuencia. El respeto que aprendió de niño en la iglesia, de manos de su padre, la impresión que le causa la contemplación de la belleza, el sentido de la propia dignidad, el deber para con la esposa, la indignación ante la injusticia... todo eso se mezcla con sus impulsos y su obsesión amorosa y da como resultado una bomba que es él a punto de reventar de un amor que no puede decir a nadie. En su obsesión creciente y con tal de defender al objeto de sus amores, que no sospecha nada, llega a pegarle a su mujer y a una vecina y eso no hace sino alejarlo de él.

Esta novela es la historia de un amor que comienza por los Ojos (el lector ya entenderá la mayúscula) y acaba casi matando el corazón del protagonista, el cual ni se atreve a confesárselo a la amada, en quien, no sé por qué, veo un trasunto de la autora. Ese amor es difícil e imposible porque ambos están comprometidos y los separa la edad, la cultura, el mundo, el horizonte, aunque son vecinos. La amada no sospecha siquiera el seísmo personal que provoca con solo su sonrisa, con un saludo, con el perfume que lleva. ¿Qué puede hacer un hombre cuando, cercano ya a la vejez, descubre que lo que lo unía a su esposa era solo cariño pero no amor y cuando, de pronto, a destiempo y brutalmente, es arrastrado por ese torrente universal, ese chute de Dios en vena que es la obsesión amorosa ante la auténtica belleza que lo conmueve de cabo a rabo? Él se deja arrastrar y llevar y casi matar porque, ya que no puede consumar ese amor, lo menos que puede hacer es consumirse en él, porque por las cosas grandes y verdaderas lo mínimo que puede hacer uno es eso, morirse. ¿Y qué más grande y verdadero que el amor? Aunque ese amor lo mate, es buen amor, no mal amor. Es más, precisamente porque puede matarlo de pena es buen amor.

Lástima que el protagonista no sintiera lo mismo por su esposa, que es una buena mujer, aunque algo sosa. Estaría bien saber qué piensa ella de él, porque al fin y al cabo es ella quien lo salva de la muerte, quien lo vuelve a la normalidad, a la “normalidá”, como dice él, a lo que siempre había sido su sitio, pero que nunca lo será porque ha conocido otra cosa que le impide encontrar el sitio hasta que muera.

Sin embargo, hay algo grande en esa resignación suya a vivir sin la belleza auténtica, la “de verdá”: comprender que, al fin y al cabo, por mucho que eche de menos entre sus brazos la estrella que tiene clavada en el corazón, su sitio es su sitio, aunque esté bien fastidiado, eso sí, sin perder nunca “los cojones”, que para eso los tiene un hombre, para no dejarse domesticar por médicos, horarios, viajes a Canarias, esposas diligentes y protectoras... Nada de guardar los cojones en la cajita de la moral acomodada, en el bote de las pastillas, en el bolso de la esposa. Esa parte indómita y viril que es la que conquista corazones, planetas y continentes permite al protagonista, a pesar de su hundimiento, conservar su dignidad de macho enamorado y frustrado.

15 comentarios:

El chute, camina o revienta dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ciruelillas dijo...

Estimado señor Cotta,
No haga caso. Qué bien se expresa usted, con qué llaneza, con qué vigor de macho enamorado... A mí la crítica me ha conmovido de cabo a rabo, como dice usted, y en ella veo a un trasunto de su autor, lampiño pero viril. Una peguita tan sólo, si no le importa a usted: la palabra "novela" aparece muy poco. Pero por lo demás, irreprochable. Tanto, que le he pegado un poco a mi mujer (desde el respeto para con ella) y la vecina. Sin dejar al mismo tiempo de ser Sancho y de ser Panza. Y todo bien.

Más chutes no dijo...

Estimado Ciruelillas:

Soy una buena mujer, aunque un poco sosa y enemiga de los sinónimos.

Vulevucucheavecmoisexuá?? Eh??

Frutillas del bosque dijo...

Estimado Chutes:
Le diré. No tiene gracia. Yo nunca pierdo “los cojones”, que para eso los tiene un hombre, y no me dejo domesticar por médicos de Canarias, botes de pastillas ni viajes diligentes. Sé estar en mi sitio, soy un hombre sencillo, enamorado, frustrado e, insisto, viril, sobre todo viril.
Eso sí, lo que no recuerdo es dónde compré las ciruelillas...

Mawito dijo...

Seis todos unos sinvergüenzas. Again.

Sinónimo de lucro dijo...

Como sigan ustedes con comentarios de ese jaez, Cotta se va a poner palote, palote...

Yo mismo empiezo a estarlo un poquito. Haciéndose ya.

Potorrín dijo...

Pero es que nadie va a poner orden aquí??
Ciruelillas, palotes, mawitos, lampiños y becarios...
Yo creo que ya está todo dicho. Y al mismo tiempo todo está por decir. Esta crítica está resultando una bomba que soy yo a punto de reventar. Y ayer comí caracoles. No digo más. Tampoco digo menos. Digo lo justo. Espero aplausos.
Enhorabuena por leerme.

Dios dijo...

Esta reseña es la historia de un despropósito tal que el autor haría bien en introducírsela por el Ojete(los machos ya entenderán la mayúscula)

Elefantiasis dijo...

Señores estadistas:
No se puede estar todo el día dale que te pego dale que te pego.
Hay que leer más.

Todas las langostas dijo...

¿Todos estos comentarios son en serio?
A mí me gustan todos bastante, pero no pienso volver a leerlos.
jijiji

No soy posible dijo...

Se me olvidaba. Las ciruelillas están bastante jugosas y sirven para dar bien de vientre. Eso ya lo tenemos ahí. No lo toquéis. Ahí está.

Me cabe mucho dijo...

http://www.muchoviaje.com/ofertas/canarias/

Contrate nuestras ofertas con tour operadores... Dejen su bolsa en la taquilla. No tienen obligación de hacerlo, pero como establecimiento privado que soy, os debo una explicación. Y si no, no entren.

Amoniaco perfumado dijo...

Perdonad la intromisión, pero ahora que llega el verano... ¡no olvidéis descongelar el congelador! ;-)

Mi gatito supermolón dijo...

Se ve que este blog se está viniendo arriba

Dyhego dijo...

La novela se lee con agrado, te engancha y, lo que es más importante, resulta verosímil. Sólo se oye (lee) la voz interior del protagonista, Víctor, pero la maestría de la escritora hace que con una única voz, el lector deduzca la de los demás protagonistas.
Víctor, el viejo enamorado, resulta tan verosímil, que se le llega a apreciar, como el señor Cotta; o se le llega a odiar (yo mismo).
A la misma escritora le parece curioso que su personaje despierta por igual ambos sentimientos.
Lo cual no es ningún baldón para Olga Bernad.
Salu2.