Tusquets, 2012. Colección "Andanzas"
ISBN: 978-84-8383-434-3
320 páginas
19 €
Jesús Cotta
Me pasé todos Los juegos de la edad tardía con ganas de abofetear al protagonista por lo mal que se montaba la vida y por lo mal que sus estupideces y su poca sabiduría vital se lo hacían pasar a quienes lo querían y para que pusiera de una maldita vez los pies en el suelo y la cabeza sobre los hombros.
Lo mismo me ha pasado con Absolución, porque el prota de esta novela tiene mucho del prota de la otra, es decir, del propio Landero. Este prota tiene menos pájaros en la cabeza que aquel, pero también menos iniciativa, menos vitalidad, menos espíritu propio, o quizá habría que decir que su espíritu propio consiste en sentirse extraño en su papel y en la vida. El prota le dice “Te quiero” a una muchacha porque se lo gritan a su alrededor todas las cosas y porque es lo que había que decir en ese momento del galanteo, pero tiempo después corta con ella porque la ve comerse un huevo duro. Lo accidental va haciendo su vida. Soporta en su espaldas listas de propósitos incumplidos, sueños de grandeza (¡el afánnnnn!) que lo llevan a despreciar la poesía y la belleza de lo pequeño y cotidiano. Intenta probar a ver si encaja en el papel de hijo, amigo, novio, profesional en varios gremios, pero todo lo acaba cansando, porque él no es el protagonista de su propia vida, sino un espectador pasivo. Está en un sitio, pero con la cabeza en otro. Y un sitio solo le cuadra si es nuevo y nada lo ata a él. No es que la vida le aburra. Es que lleva el aburrimiento en las venas.
Pero no es ni mucho menos un personaje aburrido, porque lo interesante no es lo que le pasa por fuera, sino lo que le pasa por dentro, la manera que tiene de asumir lo exterior y encajarlo en su universo particular e interior. Eso es lo bueno.
El protagonista es un joven que no se adapta al ritmo vital de los demás, un prófugo de la vida con alergia a la permanencia, a las ataduras, al compromiso. Las palabras que rigen su vida son contingencia, destino, ironía, tedio. Es un Ulises al revés: naufraga evitando el regreso (por cierto, el único error que he detectado en el libro es que llama Antínoo a Alcínoo, el rey feacio que acogió a Ulises). La palabra de Ulises es nostalgia (cuya etimología es precisamente "dolor del regreso"). La de nuestro protagonista es hastío. Cuando parece que por fin ha encontrado un sitio fijo y un corazón que lo comprende, de nuevo vuelve a huir, abrumado por la enormidad de unos sucesos que él no ha buscado pero que ha protagonizado casi sin querer.
El libro está escrito en una tercera persona que no es un narrador omnisciente, porque solo cuenta lo que el protagonista siente, hace o piensa, no lo que piensa o sienten los demás. Gran parte de la novela fluye entre dos planos temporales: un presente que relata el inminente encuentro con la amada y el encontronazo con lo peor del ser humano; y un pasado que sale a relucir una y otra vez a propósito de ese presente. Y la tercera parte del libro es un peregrinaje, un libro de huida y de peregrinaje, de búsqueda de la paz, de absolución, de sentido, de redimirse de la culpa contraída, como un Orestes huyendo de las Furias. El protagonista se ve abrumado por el pecado cometido. La culpa lo corroe, como al personaje encarnado por Robert De Niro en la película de La misión. El mundo actual está presidido por la idea de que la culpa es mala y ha desterrado el concepto de pecado. Pero al protagonista esa idea, lejos de liberarlo, lo esclaviza. Necesita absolución y penitencia. Pero no cree en Dios, así que tiene que recurrir a un tribunal humano. Se da cuenta de que la inercia huidiza de su carácter ha provocado un daño a quienes menos quería él provocarlo y de que tiene cambiar el rumbo de su vida, pero esto no se puede hacer con un simple acto de voluntad, sino que necesita de un ritual, de un confidente, de una ceremonia para que sea un hito en la vida, para que el perdón sea efectivo y se traduzca en actos.
Lo mejor de la novela es la radiografía de las almas, la descripción, con trazo sutil y brillante y hondo, de los pensamientos, de los sentimientos, de los recuerdos y, sobre todo, de ciertos personajes que jalonan la obra y que son una verdadera delicia: el amor del señor Levin, Moisés, el vitalista señor Gálvez y su concepto místico-filosófico de "aparición", el peculiar misántropo Olmedo, el padre del prota y su “cohorte de afectados” y el Comediante, un perro que debería figurar en la antología de perros literarios, junto con Orfeo, el perro de Niebla de Unamuno y los extraordinarios y cervantinos Cipión y Berganza.
En la novela no ocurre casi nada extraordinario: lo extraordinario es la pluma del Landero, rica en matices e ideas imprevistas y detalles sorprendentes y reveladores, todo lo cual devuelve a la realidad el relieve, la belleza y la dimensión que nuestro apresuramiento le quita. Mientras que otros escritores intentan compensar con hechos extraordinarios lo ordinario de su prosa, Landero se puede permitir el lujo de contarnos cualquier cosa, porque lo hace de maravilla, sin ser prolijo ni erudito, sino solo vivaz y oportuno.
Recomiendo, en fin, la novela, porque, construida con los sucesos más contingentes, acaba siendo una unidad de lo más necesaria.
11 comentarios:
He leído este libro y me pareció un tostón de dimensiones considerables. Las conversaciones entre el camionero y el prota (como diría usted, señor Cotta) son tan ridículas que tuve que hiperventilar varias veces con una bolsa vacía de Doritos...
Por cierto, para publicidad encubierta la que hace el amigo Landero con el grupo Pascual.
Aprovecho la ocasión para recomendar mi bar (Coletos Dreams, en c/ Merequetengue, nº 134 de Zamora). Gracias.
¿Y sale el famoso Círculo Cultural Faroni (de Juegos de la edad tardía?
Saludos a tod@s desde Granada (España).
Landero me gusta mucho como escribe. Espero leerla pronto.
Señores de Estado Crítico: ¿no les parece vergonzoso que, en nombre de la libertad de expresión, alguien que la prostituye dirija sus dardos hacia uno de sus críticos utilizando no ya una identidad anónima, sino directamente ofensiva, que hace referencia a unos supuestos "familiares" del Sr. Cotta, con fotito y todo? Ya está bien. No es la primera vez que le aguantamos sus chorradas que nada tienen que ver con la crítica literaria. Si no le gustan los artículos de este señor, que no los lea o haga una apreciación seria y razonada, adulta, de ellos. Lo que es de 3º de primaria son sus pamplinas, y una página como esta no debería prestar su espacio al insulto y la arrogancia más descarada.
Estimado anónimo, ssi me pregunta si me gustan las apariciones de los trolls en el blog, mi respuesta es obviamente que no. Pero le informo de que en EC sólo moderamos comentarios si un estadista siente una ofensa personal grave, cosa que ha sucedido alguna vez, pero no en este caso. Señal de que el camarada Cotta goza del buen humor que todos conocemos para encajar esas puyas, o quizá que le resbalan tanto que ni las lee. Sea como fuere, le agradezco su defensa del debate razonado, que es en lo que estamos todos. Un saludo cordial.
PS.- Eso sí, reivindicamos tanto la libertad de cada estadista para hacer la crítica que crea oportuno, como el derecho de los lectores a exigir (con guasa o sin ella) lo mejor de nuestras capacidades. No es que nos moleste, es que es precisamente lo que da sentido a nuestro blog. En cada una de nuestras firmas está esa responsabilidad.
Si hay algo que no podemos echar en cara a los estadistas es falta de sentido del humor. Lo que no quita que, en ocasiones, se excedan ciertos límites en la "jocosidad" que hagan que se pierda de vista el verdadero debate que están poniendo sobre la mesa algunos trolls de esos.
Y ojo que me parece que la cuestión de fondo tiene mucha importancia, como ya he dejado caer esta mañana en los comentarios a la excelente reseña que ha hecho hoy Cora. Aunque también soy de la opinión de que la ropa sucia se debe lavar en casa...
Me parece muy triste que este individuo no entre en razón y siga haciéndose el gracioso. Los administradores del blog tendrían que estar más atentos y censurar tanta estupidez humana. La crítica pierde con estos casos de memez.
Estimado Álvaro, estoy de acuerdo en que esos sarcasmos no aportan nada a los debates, y amenazan desvirtuarlo. Pero insisto, no es una cuestión de atención, sino de protocolo: EC no modera (la palabra censura no nos gusta tanto) salvo a petición del estadista, más que nada para evitar en un excesivo celo. De todos modos, no creo que la crítica pierda: sigue ahí, con sus aciertos y sus errores.
Publicar un comentario