Charles L. Granata
Libros de Ruido, 2013
ISBN: 978-84-616-4123-9
223 páginas
23,50 €
Traducción de Julio Fajardo
Fran G. Matute
No se espera de un ensayo, así a primera vista, que le ponga a uno la
piel de gallina. Mucho menos que su lectura te obligue, en más de una ocasión,
a tragar saliva. O que te lleve a suspirar lánguidamente con determinados
pasajes. Desde luego que hay ensayos que, por su naturaleza, pueden provocar
reacciones de este tipo. Por la dureza de los hechos narrados. Por el ímpetu
con el que están contados dichos hechos. Pero un libro que describe de forma
aséptica el proceso de grabación de un disco de música popular a mediados de
los años 60 y que está escrito por un tecnócrata, ¿cómo puede generar tal
aluvión de sentimientos encontrados? Bueno, ya saldrá alguno diciendo que
como aquí el estadista presente es un fan acérrimo de la grabación en
cuestión, pues se le ve el plumero. No andará muy desencaminado el que afirme lo
anterior. Pero tampoco creo equivocarme mucho si dijera que
presenciar el proceso de creación artística de una obra maestra tan
incuestionable como es el álbum Pet Sounds (1966) de The Beach Boys
es capaz de tumbar hasta al más cínico de vosotros, pérfidos lectores. Sólo hay
que arrimar el oído...
Siempre me ocurre que a la hora de reseñar un ensayo termino
preguntándome sobre qué debería realmente comentar. ¿Consigue el autor su
propósito? Esto es ¿nos enteramos de cómo se grabó este disco? ¿Se realiza algún tipo
de valoración, alguna aportación novedosa, respecto a la significación cultural
del Lp en cuestión? ¿Es técnicamente viable su lectura, teniendo en cuenta que
hablar de música es harto complejo sobre todo si te diriges a un lector no
educado musicalmente? ¿Maneja bien las fuentes, está bien documentado? Yo qué sé,
la verdad. Podría hablar de todo eso pero mejor lo despacho de un plumazo: Wouldn’t
It Be Nice, de Charles L. Granata es el mejor libro escrito jamás
sobre el proceso de creación de Pet Sounds. Básicamente porque se encarga de investigar, con hondura, en
todas las fases del citado proceso: concepción, composición, grabación, postproducción,
comercialización y recepción. ¿Qué más queréis saber de un disco? Yo he quedado
sobradamente satisfecho. Y con todo, personalmente, no he aprendido casi nada
nuevo leyendo este ensayo porque para eso, como alguien ha recordado en el
párrafo anterior, soy un fan irredento de los Beach Boys y de este disco en
particular.
¿Y entonces? Si los fans no van a descubrir casi nada nuevo -bueno, tomen esta afirmación de forma subjetiva pues todo
dependerá del grado de fanatismo de cada uno, claro- ¿por
qué hay que leer este libro? ¿Sólo lo deben leer los neófitos? Pues veréis.
Este libro hay que leerlo porque es la excusa perfecta, una vez más, para
introducirse en la cabeza de ese genio absoluto, ese niño grande, triste y
acomplejado, frágil y lúcido, que fue (y sigue siendo) Brian Wilson. Y los que han intentado
entrar ahí dentro alguna vez a través de sus canciones ya saben que la travesía
te puede llegar a cambiar la vida (¿verdad, Dani? ¿Moraga?). Insisto, sólo hay que arrimar el oído, que
es lo que vamos a hacer a continuación.
¿Qué es Pet Sounds? Sí, es el título de un disco. Pero
conceptualmente, digo. ¿Dónde reside el interés por esta grabación? ¿Por qué es
unánimemente reconocida como una obra maestra sin parangón? ¿Por qué muchos lo
consideran el mejor álbum de la historia de la música popular? Por si alguno no
lo sabe, el disco Pet Sounds de los Beach Boys se publicó el 16 de mayo
de 1966, en el sello Capitol Records. Era el undécimo disco del grupo. Contenía
originariamente trece canciones, todas compuestas por Brian Wilson salvo una,
que era una adaptación de un tema ‘folk’. Las letras de la mayoría de las
canciones están escritas por Tony Asher, un auténtico desconocido.
Temáticamente, dichas letras suponían un cambio de registro con respecto al
repertorio habitual del grupo que, como muchos sabéis, estaba formado por
canciones que hablaban de surf, playas, chicas y coches. En Pet Sounds
se habla, fundamentalmente, del amor. Del amor adolescente, pero desde una
perspectiva distinta al chico-gusta-chica. Son letras que hablan de
sentimientos profundos. Que abarcan todo el proceso de enamoramiento febril que
padecen los jóvenes (y los no tan jóvenes, para qué nos vamos a engañar). Desde
la ilusión primigenia al dolor por la pérdida. Son letras verdaderamente
introspectivas. Que hablan de susurros al oído. De confesiones a medianoche. De
nudos en el estómago. De noches sin dormir. Y ofrecen, al que así lo quiera
ver, una poética completa del ‘falling in love’ sin caer en ñoñerías o
sentimentalismos. Podríamos afirmar que es la primera vez que la música popular
se toma en serio las inseguridades del adolescente. Nadie, y digo bien alto
esto, con un mínimo de sensibilidad puede salir ileso tras la escucha de Pet
Sounds. Y si encima estás enamorado o desenamorado, amigo… este disco te va
a desgarrar literalmente por dentro.
Pero si uno lee estas letras a palo seco no le dirán nada. Son letras
que sólo funcionan en el lugar para el que fueron concebidas. Dentro de una
carcasa sonora compleja y fascinante. Y es que musicalmente, Pet Sounds
es también un punto y aparte. Tanto la composición como la instrumentación
alcanzan unos grados de sofisticación que no se habían visto hasta la fecha. Es
un punto de inflexión en la forma de grabar discos. Se emplean varios meses en
su facturación, varios estudios de grabación, con decenas de músicos de sesión
que trabajaron sin apenas partituras. Porque el disco estaba entero metido en
la cabeza de un chiquillo, y de ahí tenía que salir. Es también revolucionario porque puso de manifiesto la potencialidad de la canción ‘pop’ como
vehículo para la experimentación. Es un punto de inflexión en la historia de la
música, sí, pero más que nada porque el responsable de todo el proyecto no dejaba de ser es un chaval con el pelo lacio, retraído y sordo de un oído que
contaba por aquel entonces con apenas 23 años.
Hablamos con pasión de ese maridaje tan brillante que se da entre
letra y música en Pet Sounds, en cómo confluyen ambos elementos para
mostrar, en todas sus tonalidades sonoras, esa paleta de sentimientos tan
confusos que ofrece el amor. Pero Granata hace una confesión dolorosa hasta
para el más fan de los Beach Boys: no todo el álbum refleja esa conexión que
tanto nos impacta. De hecho, si obviamos los dos instrumentales que se incluyen en el disco (“Let’s Go Away For A While” y “Pet Sounds”) y dejamos fuera el
‘single’ “Sloop John B.” que nada tiene que ver (al menos, temáticamente
hablando) con el “concepto” del Lp, lo cierto es que, en realidad, estamos
hablando sólo de diez canciones. Y eso hace que el disco no sea perfecto. Pero ay qué diez canciones. De ellas únicamente son
conocidas de forma universal dos: “Wouldn’t It Be Nice” y la joya de la corona “God
Only Knows”. Las más festivas. Las que engrandecen el estar enamorado. Pero para
que la cosa empiece a escocer un poco los ojos habrá que sumergirse en la melodía
infinita e infantil de “You Still Believe In Me”, en esa lección del ‘coming-of-pain’
que es “Here Today”, en la quebradiza “Don’t Talk (Put Your Head On My
Shoulder)” o en la demoledora tristeza de “Caroline, No”.
Quizás, la única pega que podamos imponer a este exquisito ensayo musical es la de siempre. Tristemente, Granata no cuenta con la colaboración de Brian Wilson para poner en pie los acontecimientos. Qué duda cabe de que Tony Asher, quien prologa a su vez esta edición con un texto sentido como pocos, es capaz de ofrecer una visión más que satisfactoria del proceso de composición de las canciones. Y que los músicos entrevistados que tomaron parte en las sesiones de grabación son testimonios igualmente válidos para montar este complejo edificio de la memoria. Pero siempre le queda a uno la insatisfacción de no ver involucrado en estos ensayos a los principales responsables del proceso creativo (ya expusimos la misma queja al hilo del libro de Andy Miller sobre el disco The Kinks are The Village Green Preservation Society). La realidad es que Pet Sounds no debería contarse sin Brian Wilson pues son la misma realidad. Y aún así, Granata consigue que esta lamentable ausencia no sea echada demasiado en falta.
Con independencia de lo anterior, la
publicación de este Wouldn’t It Be Nice de Charles L. Granata es un regalo para los oídos. Pues, como hemos señalado antes, nos ha servido de excusa -la verdad es que no necesitábamos ninguna- para desempolvar de la estantería el
‘box-set’ Pet Sounds Sessions (1997), y en él hemos perdido las horas de sueño -este ejercicio de inmersión es ya
para mayores; los niños que no hagan esto sin vigilancia, por favor- escudriñando las diferentes tomas de cada canción, vibrando con el avance de los arreglos, con el proceso creativo, con esa atmósfera que se capta en los comentarios entre los cortes, los diálogos de Brian Wilson con los ingenieros, con los músicos, los matices entre las versiones en mono y en estéreo. Si no es por la publicación de este ensayo seguro que no hubiera vuelto a sentir tantas cosas. Porque sumergirse en Pet Sounds es como ir en una montaña rusa y uno no se encuentra en el momento más estable de su vida. Así que, sí, hemos vivido un montón de cosas leyendo a Granata, escuchando el disco de marras, buceando en las sesiones. Cosas buenas y malas, da igual. De eso se trata, al fin y al cabo. Para eso está la música, ¿no? Para dar por buena la dicotomía que exponía Nick Hornby en esa biblia que es Alta fidelidad (1995): "¿Escucho música pop porque estoy triste o estoy triste porque escucho música pop?" Pues eso...
6 comentarios:
No veo yo al estadista Fran G. Matute con la piel de gallina leyendo este libro. Es mi opinión, humilde, pero opinión.
Las gallinas son el animal más absurdo que existe. ¿No había otro posible? Ein?
Con independencia de lo anterior, la publication del Este, ¿No sería agradable por Charles L. Granata es un regalo Para Los Oidos. Pues COMO HEMOS los antes señalado nuestra Servido ha de excusa-la Verdad es Que No necesitábamos Ninguna-para el Estantería desempolvar el Pet 'box-set' Sounds Sessions (1997), hay HEMOS perdido las horas el sueño de-este Ejercicio de Inmersión hay párr Mayores, Los Niños que No Hagan ESTO pecado Vigilancia, please-escudriñando las Diferentes tomas Cada Canción, con el avance vibrando los Arreglos, con el Proceso Creativo, con la ESA Atmósfera que se captura en los comentarios entre los cortes, los Diálogos Brian Wilson con los Ingenieros, con Los Musicos de Los matices entre las VERSIONES mono son Estéreo.
Joder, el tercer comentario refleja a la perfección cómo estaba el cerebro de Brian Wilson cuando se puso a grabar "SMiLE"...
Un disco que roza la divinidad. Como dice Moraga, Wilson es el Bach del siglo XX.
http://malastestas.blogspot.be/2011/09/brian-wilson-y-la-musica-divina.html
Así es, Tirso. Música divina...
De hecho esta reseña estuvo a punto de titularse "Una sinfonía juvenil dedicada a Dios". Ya sé que esa es la definición que Brian Wilson dio a "SMiLE" (1967) pero yo creo que el verdadero intento por alcanzar la divinidad fue en "Pet Sounds", porque al fin y al cabo: ¿Qué es Dios? Dios es amor. Y "Pet Sounds" es el cántico definitivo a ese sentimiento.
Gracias por comentar.
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