02 julio 2013

'Fight Like A Girl'



Uno de nuestros estadistas más indómitos, José Martínez Ros, nos confiesa su fascinación por la Trilogía Millenium de Stieg Larsson y por el personaje de Lisbeth Salander, en particular. Producto de consumo muy alejado de los gustos naturales del Sr. Martínez Ros pero que, en un ejercicio de malabarismo crítico, se nos justifica su valía cultural, no vinculada estrictamente con la literaria. ¿Os convencen sus palabras?

José Martínez Ros


Si esta reseña estuviera acompañada de una banda sonora, de un tema musical, elegiría en primer lugar la canción que le da título de la muy particular cantante, escritora y actriz norteamericana Emily Autum. Mi segunda opción sería bastante más castiza, el pequeño clásico de Def Con Dos A.M.V. (Asociación de mujeres violentas): “Llora Susana cuando viene del metro / por las barbaridades que le grita siempre un viejo. / Hoy son guarradas, mañana tocamientos. / ¡Es que vas provocando con esos vaqueros! /  "Los hombres son así, no les hagas mucho caso, / nunca cambiarán y hay que soportarlos", / le dice su madre, ¡mamá felpudo!, /  mientras se maquilla los hematomas /que firma su marido cuando llega un poco / bebido. "Y debes aprender /  a bajar la mirada y asumir como normal / el acoso y la humillación cotidiana / del mundo hombruno, mundo peludo, /  y aguántales, que el universo es suyo". / Pero hay mujeres que ya están hartas…”.

Los hombres que no amaban a las mujeres no era, 'a priori', una novela que despertara mi interés. Es probable que nunca lo hubiera leído si no llego a encontrar un ejemplar en casa de mis padres, durante una visita estival. Quizás se lo había dejado olvidado una de mis hermanas, pero el caso es que tenía una tarde libre y nada que leer, así que lo abrí, un poco por azar; y finalmente, esa tarde, absorto en la folletinesca historia tramado por el sueco Stieg Larsson, descubrí a un nuevo ídolo literario.

No nos equivoquemos: la mayor parte de los grandes personajes de la historia de la literatura proceden de grandes novelas; por lo menos, casi todos mis favoritos. Dan (de Mientras agonizo), Ana Karenina, Kim, el periodista afroamericano Fate de 2666… Pero hay unos cuantos casos particulares que no se corresponden a esa regla. Por ejemplo, a pesar de su fama, ningún lector atento de Julio Verne puede llegar a considerarlo algo más que un simpático muñidor de fábulas científicas, sobre todo si se le compara con los titanes literarios del XIX. Sin embargo, ¿no resultan inolvidables el tenaz y valiente correo ruso Miguel Strogoff o el enigmático capitán Nemo? ¿Quién osaría comparar a Conan Doyle con Charles Dickens? Pero, ¿quién no pondrá a Shelock Holmes a la altura de cualquiera de los más célebres personajes dickensianos?

Stieg Larsson, por lo que sabemos, fue un hombre bueno y honesto, un periodista convencido de que su profesión tiene una responsabilidad ante el resto de la sociedad, la de denunciar los aspectos más sucios, las desigualdades, crímenes y ofensas que la mayoría se niega a ver. También era un acérrimo defensor de los derechos de la mujer. Según su viuda, cuando era apenas un adolescente vio como algunos muchachos que conocía abusaban, violaban, a una chica. No se atrevió, por miedo, a denunciarlos, no hizo nada. Luego, buscó a esa chica, le pidió perdón inútilmente; los remordimientos le acosaron toda su vida. La vergüenza, según Karl Marx, es un sentimiento revolucionario. Tal vez no sea capaz de convertir en un gran escritor a alguien que no lo es, pero, al parecer, en el caso concreto de Larsson, hizo que creara a un gran personaje: Lisbeth Lasander.

Porque Stieg Larsson, digámoslo desde ya, fue un escritor mediocre. No sé qué tal redactaba los famosos reportajes de denuncia que lo hicieron bastante conocido en su Suecia natal, pero como prosista literario no merece ni un aprobado bajo. La mayor parte de la famosa trilogía (en su plan original, iban a ser diez novelas: lamentablemente, una temprana muerte lo hizo posible) está escrita con una prosa granítica, rutinaria, carente de personalidad; la estructura es defectuosa y repetitiva; asimismo, el autor parece desconocer la más mínima noción de elipsis y abruma al lector con páginas y páginas de datos e información prescindible.

Y sin embargo, Millenium funciona. Y el mérito pertenece a su protagonista, la joven Salander, a la que no dudo en considerar uno de los grandes personajes de la literatura reciente. Aunque su compañero de aventuras, el periodista Mikael Blomkvist -un obvio autorretrato idealizado del propio Larsson- se gana de inmediato las simpatías de lector,  aunque la variada gama de malvados, corruptos y psicópatas que recorren las novelas resultan tan odiosos como divertidos, es Lisbeth quien lo hechiza y lo hace pasar página tras página. Menuda, inteligentísima -a pesar de sus problemas para comunicarse con el resto de seres humanos, poseedora de una memoria fotográfica, bisexual, llena de piercings y tatuajes, incluido el famoso dragón de su espalda, una de las muchas razones por las que resulta memorable es por su obstinada defensa de su propia dignidad e independencia; pase lo que pase, Lisbeth no se deja pisotear, ni dejará nunca que lo hagan con otros si ella puede hacer algo para impedirlo. Si hay que citar un claro precedente literario, deberíamos recordar a la (también fantástica) señorita Smila de La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, de otro novelista escandinavo (muchísimo mejor escritor que Larsson), Peter Hoeg, igualmente audaz, compleja, ensimismada y brillante; y mucho más atrás, a los cientos de personajes de ficción, desde nuestro señor Don Quijote de la Mancha, pasando por tantas creaciones de de autores como Víctor Hugo, Dumas, Orwell o Malraux, que se han negado a aceptar la injusticia cotidiana, el abuso de los poderosos, la opresión y la crueldad y han decidido aceptar la responsabilidad de restablecer la justicia, aunque con ello pongan en peligro su propia existencia. Lo que convierte a Lisbeth en un personaje aún más reivindicable y transgresor, cuando los últimos éxitos literarios dirigidos al público femenino -y os señalo a vosotras, sosas, bobas y, sobre todo, pasivas protagonistas de Crepúsculo o 50 sombras de Grey-, parecen retroceder hacia modelos femeninos que ya deberían estar más que superados, hacia la princesita indefensa a la espera de un caballero andante.

Por cierto, aunque la versión cinematográfica de David Fincher es muy superior, en los aspectos técnicos, que la sueca, para mí Lisbeth Salander siempre tendrá los rasgos de la actriz Noomi Rapace.

2 comentarios:

Molina de Tirso dijo...

Los personajes de Crepúsculo y Grey no te van a oir, más que nada porque son personajes, no personas. Es como si yo me dirigiera a esos personajes masculinos incosistentes de noveluchas de cuarta, películas y videojuegos... Si te diriges a las mujeres que leen eso tampoco creo que se asomen a este blog nunca.

La crítica, creo yo, debería ir dirigida a las autoras -autores, que no tengo ni idea de quienes son- de esas (llamémosle) obras. Y ni siquiera merece la pena, están en otra dimensión y me temo que van a permanecer allí mucho tiempo, ellas y las continuadoras/es del bodrio.

Saludos

Anónimo dijo...

He contado en la reseña hasta ocho errores lingüísticos de concordancia, acentuación, repetición o impropiedad léxica. ¿Ésa es la mejor manera de criticar a un escritor?