Daniela Astor y la caja negra
Marta Sanz
Anagrama, 2013. Colección "Narrativas Hispánicas"
ISBN: 978-84-339-9762-3
267 páginas
16,90 €
Fran G. Matute
Cuando fallece una diva no resulta difícil encontrar en los titulares de prensa
la expresión “juguete roto”. La primera vez que la leí me causó profunda
impresión porque me pareció enormemente elocuente. Cómo nos remite a algo bonito que ha nacido para ser usado, manoseado, golpeado y que, ya sea por
desdén o por el mero paso del tiempo, termina perdiendo toda su entidad cuando
se rompe, cuando deja de servir a su propósito que no es otro que el de
divertir y entretener, el de dar placer, en definitiva. Cuando estas características las
aplicamos a una persona la imagen se vuelve ciertamente incómoda. Y es esa incomodidad,
soterrada, la que recorre las páginas de Daniela Astor y la caja negra,
la última y potentísima novela de Marta Sanz.
Son los años del destape, del landismo y del daba-daba-da. Cuando una
España bisoña confundió la democracia con el despiporre y la libertad con el
horterismo, convirtiendo así el proceso de la Inmaculada Transición (Rafael
Reig ‘dixit’) en uno de los mayores esperpentos ‘kitsch’ que ha dado la Historia
reciente. Primero el pezón, luego la teta en su plenitud, para luego dar paso a
la pelambrera y al mejillón. Y el homínido, con cara de tonto, embobado ante la
visión de lo anterior. Se va así abriendo el diafragma de la cultura para
introducir en su producción elementos de consumo adaptados a los supuestos vientos de
cambio. Así se plantea, desde las altas esferas, que la modernización alcance a
una caterva de catetos que fantasean, valga la redundancia, con el “fantaterror”:
con vampiras lésbicas y sangre de mermelada desparramada sobre sus cuerpos de
ninfas maniatadas. Son los años de esplendor de Nadiuska y Susana
Estrada, pero también de Gracita Morales y Florinda Chico. Del
cine de León Klimovsky, pero también del de Mariano Ozores…
La pasión por el consumo de semejante producción “cultural” invita, intrínsecamente, a
que la mujer se libere. Pero, ojo, que no estamos hablando de liberación sexual
sino de liberación frente al sexo opuesto, esto es, de emancipación. A la mujer
se le indica el camino para que domine al macho cabrío. Y surgen así las musas
del destape. Las primeras que se atreven a romper los moldes de la censura. Las
más descaradas. Serán hembras por las que los hombres suspirarán. Soñarán con
ellas. Humedecerán las viejas alcobas de los españolitos, esas que todavía
están coronadas por crucifijos de madera. Darán color al blanco y negro, en esa
nueva etapa en la que España necesita acostarse con una buena erección para
poder producir al día siguiente. Estas musas heredarán la Tierra. Y por eso
Catalina, a sus doce añitos, quiere ser una de ellas. Catalina quiere crecer
para dejar de ser Cati y así poder convertirse en su ‘alter ego’ imaginario, Daniela Astor, una diosa del papel
cuché, por la que los medios beben los vientos... Mira aquí, Daniela. Estás magnífica. Qué ojazos. Pon esos morritos que
tanto nos excitan.
Esos tacones, cómo realzan tu figura, tus interminables piernas. Tienes a los
hombres rotos, Daniela. Nada te puede detener… Y en esta encantadora ensoñación
vive la niñita Catalina cuando la cruda realidad (y hasta aquí podemos leer)
irrumpe en el escenario de la vida para hacer tambalear los cimientos de su
existencia.
Pronto comenzará a sospechar Catalina que las instrucciones que les han dado a las niñas de su generación son confusas. Que la adultez no es el nicho de libertad que se promete. Que Catalina probablemente no quiera terminar siendo la diva con la que sueña, más que nada porque detrás de ese halo de permisividad que percibe lo que hay es, realmente, puro libertinaje. Catalina se percatará de que a la mujer se la está cosificando para disfrute del hombre que es quien se está realmente liberando, ahora sí, sexualmente. Será entonces cuando Catalina se enfrente a otro tipo de libertad, relacionada también con la desnudez pero no del cuerpo, sino del alma. Y es que de lo que trata Daniela Astor y la caja negra es de Libertades, así con mayúsculas. De nuevo el recato nos llama la atención para no desvelar excesivos datos de la trama, pero baste decir que un país que pretende modernizarse mostrando senos al descubierto y que luego se dedica a criminalizar los derechos inherentes a las mujeres deja mucho que desear. Y Marta Sanz plantea esta cuestión de la forma más contundente posible, apelando a una historia sentida e íntima que está contada con tanta rabia y pasión que mucho nos tememos que presenta más de un paralelismo con la vida real de la escritora.
“No hace falta exhibir partes desnudas del cuerpo porque aquí se está hablando de otra forma de desnudez”, escribe Marta Sanz. Se enfrenta así la propia autora, a la hora de plantear su novela, al mismo dilema que la protagonista, percibiéndose constantemente en sus palabras ese valiente esfuerzo por mostrarse "desnuda" ante el lector, elevando el texto a cotas de una sensibilidad y brillantez inusuales. En cualquier caso, Daniela Astor... no es una novela de la que sea fácil hablar en público si no se tiene enfrente a un interlocutor que conozca ya las claves de la misma, de ahí que me limite a ofrecer una somera reflexión temática y, sobre todo, estética acerca del impacto que me ha supuesto leer esta obra. Porque, básicamente, cómo me ha encandilado la voz que Marta Sanz ha construido para su Catalina/Daniela. Qué precisa y poética. Qué inocente e inteligente. Qué mirada más limpia. Pero también, qué dolorosa. Vuelve a la mente esa sensación de obsolescencia programada que implica ser una suerte de “juguete roto”. Es esa lucha interna por cumplir o no con las obligaciones del ser social, esa autoconsciencia de la imposición de unos estándares estéticos contra los que pelea la protagonista. Una batalla que, tristemente, sólo puede ganarse desde la Literatura. De nuevo, así, con mayúsculas. Y Marta Sanz la gana desde el primer párrafo de su Daniela Astor y la caja negra que es uno de los pocos textos verdaderamente imprescindibles que he leído en lo que va de año.
Pronto comenzará a sospechar Catalina que las instrucciones que les han dado a las niñas de su generación son confusas. Que la adultez no es el nicho de libertad que se promete. Que Catalina probablemente no quiera terminar siendo la diva con la que sueña, más que nada porque detrás de ese halo de permisividad que percibe lo que hay es, realmente, puro libertinaje. Catalina se percatará de que a la mujer se la está cosificando para disfrute del hombre que es quien se está realmente liberando, ahora sí, sexualmente. Será entonces cuando Catalina se enfrente a otro tipo de libertad, relacionada también con la desnudez pero no del cuerpo, sino del alma. Y es que de lo que trata Daniela Astor y la caja negra es de Libertades, así con mayúsculas. De nuevo el recato nos llama la atención para no desvelar excesivos datos de la trama, pero baste decir que un país que pretende modernizarse mostrando senos al descubierto y que luego se dedica a criminalizar los derechos inherentes a las mujeres deja mucho que desear. Y Marta Sanz plantea esta cuestión de la forma más contundente posible, apelando a una historia sentida e íntima que está contada con tanta rabia y pasión que mucho nos tememos que presenta más de un paralelismo con la vida real de la escritora.
“No hace falta exhibir partes desnudas del cuerpo porque aquí se está hablando de otra forma de desnudez”, escribe Marta Sanz. Se enfrenta así la propia autora, a la hora de plantear su novela, al mismo dilema que la protagonista, percibiéndose constantemente en sus palabras ese valiente esfuerzo por mostrarse "desnuda" ante el lector, elevando el texto a cotas de una sensibilidad y brillantez inusuales. En cualquier caso, Daniela Astor... no es una novela de la que sea fácil hablar en público si no se tiene enfrente a un interlocutor que conozca ya las claves de la misma, de ahí que me limite a ofrecer una somera reflexión temática y, sobre todo, estética acerca del impacto que me ha supuesto leer esta obra. Porque, básicamente, cómo me ha encandilado la voz que Marta Sanz ha construido para su Catalina/Daniela. Qué precisa y poética. Qué inocente e inteligente. Qué mirada más limpia. Pero también, qué dolorosa. Vuelve a la mente esa sensación de obsolescencia programada que implica ser una suerte de “juguete roto”. Es esa lucha interna por cumplir o no con las obligaciones del ser social, esa autoconsciencia de la imposición de unos estándares estéticos contra los que pelea la protagonista. Una batalla que, tristemente, sólo puede ganarse desde la Literatura. De nuevo, así, con mayúsculas. Y Marta Sanz la gana desde el primer párrafo de su Daniela Astor y la caja negra que es uno de los pocos textos verdaderamente imprescindibles que he leído en lo que va de año.
2 comentarios:
Excelente reseña. He leído este libro, y los dos anteriores de Marta Sanz, y puedo asegurar que es una de las autoras más interesantes de la narrativa actual. Inteligencia, sensibilidad y talento: en esta novela, además, se deja la piel a tiritas. Esta reseña le hace justicia a la novela, desvelando claves sin revelar la trama. Puro compactismo. Gracias al crítico.
Muchas gracias a ti por los piropos, inmerecidos, por otro lado.
La reseña no puede, en ningún caso, hacer justicia a la novela porque esta es exquisita y mis comentarios sobre la misma son bastante parcos y subjetivos si tenemos en cuenta la cantidad de "capas" que tienes esta obra.
Eso sí, me ha gustado el concepto "compactismo" que sí creo que puede aplicarse a la reseña, e incluso al crítico...
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