29 julio 2013

Otra estrella de Irlanda

Poesía completa

Thomas MacGreevy

Bartleby Editores, 2013

ISBN: 978-84-92799-45-9

166 páginas

15 €

Traducción y notas de Luis Ingelmo

Presentación de Michael Smith

Epílogo de Anthony Cronin


Antonio Rivero Taravillo

Se nos dice que el autor de estas poesías es prácticamente un poeta desconocido. Doy fe. No lo había leído hasta hoy. Naturalmente, lo había encontrado paseándose por el segundo tomo de la monumental biografía de W.B. Yeats a cargo de R. F. Foster y también en algunas páginas sobre Joyce o Beckett. Pero su obra me resultaba desconocida. No viene representada, por ejemplo, en mi muy baqueteado ejemplar de la antología de Thomas Kinsella New Oxford Book of Irish Verse ni en el más flamante An Anthology of Modern Irish Poetry de Wes Davis (que se inicia con un poeta anterior, Padraic Colum). Aunque es cierto que abre la de Patrick Crotty (Modern Irish Poetry: An Anthology) y también figura en el Faber Book of Irish Verse de John Montague. En cualquier caso, como se ve, ha quedado eclipsado a menudo por otros poetas.

Thomas MacGreevy (1893-1967) fue muy parco con su poesía, hasta el punto de que solo publicó un libro en vida, de título igualmente lacónico (Poems, 1934). Aquí se le suma un puñado de otras composiciones, una de las cuales permanecía inédita. Su labor se decantó más hacia el arte (llegó a ser director de la National Gallery dublinesa) y firmó una valiosa monografía sobre el pintor e ilustrador Jack Yeats (para quien escribió un homenaje aquí incluido). Conoció muy bien la pintura española y escribió ensayos sobre Murillo, Velázquez y Zuloaga. También tradujo: además de a Valéry, una docena larga de poemas de Alberti, Jorge Guillén, JRJ, Lorca y Antonio Machado. Y gozó de la amistad y el trato de importantísimas figuras literarias del llamado modernismo anglo-norteamericano (nada que ver con el nuestro de Darío, aunque en esta Poesía completa no falten los cisnes), del cual fue prácticamente el único representante en Irlanda. No en vano se ha señalado la influencia de T.S. Eliot en “La otra Dublín” o en “El crepúsculo de los dioses” (donde veo más al Ezra Pound de The Cantos, incluidas esas reproducciones de partituras). En su epílogo, Anthony Cronin afirma que “si se exceptúa el que escribió Eliot, aunque no necesariamente imitándolo, el verso libre de MacGreevy es el más proporcionado y mejor modulado de todos cuantos se compusieron en aquella época no solo en Irlanda, sino también en Gran Bretaña y EE.UU.” ¿Barre para dentro Cronin? Desde luego, suena muy bien.

Muy de Eliot es ese 'barren place' del primer verso del libro e, indirectamente, el título y todo el muy breve contenido de “Otoño de 1922”, el año en que precisamente aparece The Waste Land: “El sol se consume, / el mundo se marchita // y el tiempo se amedrenta ante el triunfo del tiempo.

Nacionalista republicano (su pacifismo le estorbó apoyar al IRA), llevó a sus versos las muertes de la Guerra de Independencia y la siguiente Civil, cuyo resultado fue la partición de la isla. Tras las ejecuciones que aquí se glosan y otras hubo “paqueo” y bombas. Son las fechas en que una tarde, al salir del cine, a donde había ido con la mujer de Yeats, tuvo que esquivar los tiros en plena Grafton Street. También la noche siguiente de la concesión del Nobel a Yeats cenó en el hotel Shelbourne con este y su esposa (de la que fue uno de sus principales amigos y apreciada fuente de cotilleos).

La amiga lo llamó “un cura desperdiciado… que vive en un magnífico vórtice de placeres vicarios”. Richard Aldington abundó en la idea: “El hombre más paradójico que uno pueda echarse a la cara. Un cura con ropas de seglar”, observó. Según Colm Tóibín, como muchos antes que él y aún después, fue homosexual en el extranjero y célibe en Irlanda, por guardar las apariencias. Se refiere a las temporadas que pasó en Londres y París (en cuya École Normale antecedió en el puesto al autor de Waiting for Godot, con quien mantuvo una importante correspondencia).

Su catolicismo se sobrepone a lo político en “Los seis que ahorcaron”. Refiriéndose a los siglos de dominación inglesa, escribe: “¡Estrella del alba, ruega por nosotros! // ¿Y durante estos setecientos años / qué le ha importado Irlanda / a la estrella del alba? // Aun así, siempre yo digo: / Ruega por nosotros.” Quizá el mejor MacGreevy sea el de la concisión, el imaginista. “Promenade à trois” es un buen ejemplo de ello, como también Giorginismo, con su punzante sensación de soledad, expuesta con una destacable economía de medios.

De los textos no recogido en Poems, y aún de todo este volumen, es preciso destacar la belleza emocionante de Moments musicaux, cuyo tema es la esterilidad, la incapacidad para volver a escribir poesía, felizmente conjurada en el propio poema (“Pensaste que te había abandonado”…). También resulta de una gran belleza “Oráculos bretones”, que se desarrolla en un ambiente de calveros y brumas del Finisterre que recuerdan a Castelao, inventariador de esas cruces de piedra, y Cunqueiro, a cuya cofradía se une el también celta MacGreevy (“Pertenezo a Irlanda”, declara, recordando un poema medieval citadísimo).

El volumen se adereza con diversos elementos (presentación, notas del autor y del traductor, tabla cronológica y el citado epílogo). Acertando en el tono y el ritmo, Luis Ingelmo ha realizado un loable trabajo al verter todo ello al español, una lengua, con su arte y su historia, que MacGreevy amó y conoció, y cuya trabazón con lo irlandés quiso resaltar en su poema “Hugh O’Donnell el Pelirrojo” (Ingelmo simplifica el original, que es el nombre en gaélico Aodh Ruadh Ó Domhnaill), ese aliado nuestro en la batalla de Kinsale. Solo he advertido un error, el de los colores de la bandera de Irlanda, cuyo orden correcto es verde, blanco y naranja. La franja blanca quiere representar la paz entre las comunidades católica y protestante, y su plata en “Los seis que ahorcaron” es la de las estrellas que, como escribió Wallace Stevens en el poema que dedicó a MacGreevy, tachonando el cielo americano “vienen de Irlanda”.


[Publicado en Nayagua, 19]

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Antonio, ¿tienes alguna pista de por qué este poeta ha caido en el olvido casi total? Yo tampoco lo conocía así que me he puesto a indagar y me he encontrado con que es dificilísimo hacerse con su poesía completa en inglés -hay una edición de 1971 (Dillon) con prólogo de Beckett, y otra de 1991 (Schreibman)pero ambas están descatalogadas. Por suerte, puedo consultar estos dos libros en la librería de Queens University, en su "Special Collections", reservada para libros y manuscritos antiguos o raros... Así que bravo a esos editores españoles que se dedican a rescatar este tipo de libros!

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Pues no sabría decir la razón, Sara. El caso es que escribió poco y se dedicó más al mundo del arte. Además, estar a la sombra de Yeats (fue gran amigo de George y su confidente) tampoco ayudaría. Un abrazo y buen verano.