Gloria Fernández Rozas
Ediciones y Talleres de escritura Fuentetaja.
ISBN: 978-84-95079-55-8
213 páginas
19 Euros
Javier Mije
En ocasiones cometo la osadía y el atropello de situarme frente a un grupo de personas que desea aprender a escribir. El escenario es un taller de escritura de patrocinio y extensión variables; quien dirige la obra hace también el papel de impostor -¿puede demostrar usted mismo, acaso, que sabe escribir?-, y aunque la función se prolongue durante semanas y meses, lo fundamental del argumento es siempre desvelado antes de que el público haya terminado de acomodarse satisfactoriamente en sus asientos. Sólo necesito un minuto, el primer minuto, para transmitir aquella conocida consigna de Juan Carlos Onetti que, a mi juicio, compendia todo lo que –si alguien busca un consejo- puede honradamente transmitirse a quien aspira a convertirse en escritor: “leer mucho, escribir mucho, tirar muchas cuartillas”. Esto es, el fanatismo, la obsesión por el trabajo, la paciencia y el afán de alcanzar la forma perfecta que Gloria Fernández Rozas resume en un lema afortunado: el talento es saber esperar.
“Nada está escrito en mármol”, viene a decirnos esta profesora de los talleres de escritura Fuentetaja en un libro que atesora dos méritos no siempre garantizados –a no ser que los firme Vargas Llosa- en los manuales al uso: está bien escrito y rezuma esa virtud revolucionaria conocida como sentido común (uno está acostumbrado a leer en textos similares solemnes obviedades del tipo: “la novela corta es de menor extensión que la novela larga”). La autora parece haber actualizado la bibliografía disponible –con incursiones a la cocina de algunos autores célebres- en una guía de iniciación a la escritura de vocación totalizadora. Desde la importancia de saber titular una obra a la creación de atmósferas, el punto de vista, los personajes, la atención a los detalles o el uso artístico del diálogo, en fin, todas las herramientas necesarias para levantar ficciones de forma coherente tienen un apartado en estas páginas. Obviamente, la moderada extensión socava el análisis en profundidad. Pero es de agradecer que las lecciones sorteen el tono asertivo con que estás guías suelen tornarse en catecismos que iluminan escasamente la complejidad de los procesos artísticos.
Si la literatura es un fuego cuya intención es prender otro fuego en los lectores, ¿cómo hacer saltar la chispa que haga posible esa combustión? ¿Cómo frotar una palabra contra otra para escribir un poema, una novela o un cuento memorables? La respuesta vale un millón de dólares y el atajo para llegar a ella es imposible de enseñar. La primera misión del escritor, nos dice Fernández Rozas, es formarse como crítico: interrogar a los textos, considerarlos como yacimientos arqueológicos bajo cuya superficie yace el ánfora perfecta que es nuestra misión desenterrar. La tarea es ardua y haber interiorizado eso es haber recorrido ya buena parte del camino. Escribir es una apabullante lección de humildad y una vocación de fracaso. Un corolario posible –el más pesimista- lo vaticina Vila Matas: “los escritores acaban solos y acaban mal”. ¿Por qué dejarse entonces la vida en el empeño de una tarea que –como escribió Monterroso- “si dejara de hacerse a nadie le importaría”? ¿Alguien lo sabe? Seguro que sí.
“Nada está escrito en mármol”, viene a decirnos esta profesora de los talleres de escritura Fuentetaja en un libro que atesora dos méritos no siempre garantizados –a no ser que los firme Vargas Llosa- en los manuales al uso: está bien escrito y rezuma esa virtud revolucionaria conocida como sentido común (uno está acostumbrado a leer en textos similares solemnes obviedades del tipo: “la novela corta es de menor extensión que la novela larga”). La autora parece haber actualizado la bibliografía disponible –con incursiones a la cocina de algunos autores célebres- en una guía de iniciación a la escritura de vocación totalizadora. Desde la importancia de saber titular una obra a la creación de atmósferas, el punto de vista, los personajes, la atención a los detalles o el uso artístico del diálogo, en fin, todas las herramientas necesarias para levantar ficciones de forma coherente tienen un apartado en estas páginas. Obviamente, la moderada extensión socava el análisis en profundidad. Pero es de agradecer que las lecciones sorteen el tono asertivo con que estás guías suelen tornarse en catecismos que iluminan escasamente la complejidad de los procesos artísticos.
Si la literatura es un fuego cuya intención es prender otro fuego en los lectores, ¿cómo hacer saltar la chispa que haga posible esa combustión? ¿Cómo frotar una palabra contra otra para escribir un poema, una novela o un cuento memorables? La respuesta vale un millón de dólares y el atajo para llegar a ella es imposible de enseñar. La primera misión del escritor, nos dice Fernández Rozas, es formarse como crítico: interrogar a los textos, considerarlos como yacimientos arqueológicos bajo cuya superficie yace el ánfora perfecta que es nuestra misión desenterrar. La tarea es ardua y haber interiorizado eso es haber recorrido ya buena parte del camino. Escribir es una apabullante lección de humildad y una vocación de fracaso. Un corolario posible –el más pesimista- lo vaticina Vila Matas: “los escritores acaban solos y acaban mal”. ¿Por qué dejarse entonces la vida en el empeño de una tarea que –como escribió Monterroso- “si dejara de hacerse a nadie le importaría”? ¿Alguien lo sabe? Seguro que sí.
2 comentarios:
A veces pienso que ser escritor es una maldición. Si uno no escribe, parece que se muere. Estupenda reseña.
Tú nunca acabarás solo ni mal, Javier, a menos que propongas ir a tomarnos la última al Berlín. Felicidades y abrazos.
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