Mempo Giardinelli
Alianza, 2009
ISBN 9788420651866
168 pág.
15 euros
Alejandro Luque
A la vieja colección Novela Negra que Bruguera lanzó en los años 80 le debemos muchas lecturas felices: el descubrimiento de Sciascia, las primeras lecturas de P. D. James, las descarnadas ficciones de Pérez Merinero... Y, por supuesto, la revelación de Luna caliente, la pequeña obra maestra de Mempo Giardinelli. Con motivo de la adaptación cinematográfica que en breve estrenará el director Vicente Aranda, el sello Alianza acaba de reeditarla en edición casi de lujo, y es una alegría comprobar que, tantos años después resiste airosamente una relectura sin perder su potencia ni su vigencia.
El argumento es sencillo: Ramiro Bernárdez, un joven argentino recién llegado a su tierra desde París, acude a cenar a casa de un veterano amigo de su padre. Allí quedará prendido de la hija, Araceli, alevosa lolita de trece años que prende en él toda clase de lúbricos impulsos. Buena o mala, la suerte querrá que Ramiro se quede a pasar la noche en casa de sus anfitriones. Y entre el calor sofocante y los ardores eróticos, se deslizará hasta la habitación de la niña, la violará y, fuera de sí, la golpeará brutalmente.
Si la mata en el acto o no, resulta en principio irrelevante: Ramiro está convencido de haberse convertido en criminal en un puro arrebato, sube a su automóvil y se dispone a emprender una huida desesperada que pondrá a prueba sus propios límites morales.
No revelaré muchos más detalles: me limitaré a señalar que la obra, estructura en cuatro partes divididas en 24 capítulos breves, narra en resumidas cuentas la súbita conversión del protagonista, de hombre respetable y lleno de futuro a animal acosado y en fuga. Y lo hace con un ritmo trepidante, adictivo, que obliga a saltar con avidez de un capítulo a otro, poniendo hábiles trampas al lector para que literalmente se beba la novela en una noche, de tal suerte que a ratos parece más un guión de los hermanos Coen –con esos fulminantes golpes de efecto, con ese modo de retratar a los personajes con cuatro eficacísimos trazos– que una narración al uso.
La fuerza de Luna caliente descansa, no obstante, sobre dos elementos que al cabo son uno: el miedo y el poder. El miedo es lo que empuja a Ramiro a cometer su ominosa agresión –“Por desearlas y necesitarlas, les tenemos miedo. Nos causan pavor”, dice de las mujeres–, el miedo será la fuerza que le arrastre a incurrir en otros fatales errores sucesivos, y no aflojará su cepo hasta el final.
En cuanto al poder, cabe destacar que la acción se desarrolla en el territorio del Chaco, en la Argentina de finales de los 70, sometida a la dictadura militar del abyecto Videla, aunque la lectura crítica de aquella coyuntura se antoja enormemente sutil. Es cierto que hay una autoridad despótica que anda pisándole los callos al protagonista, e incluso algún crítico llegó a señalar la poderosa sexualidad que destilan estas páginas –“Todo el país estaba caliente ese diciembre del 77”, leemos– como metáfora de la tiranía.
Sin embargo, donde más evidente se hace esta denuncia es en la atmósfera de la historia, irrespirable, febril, sofocante, llena de rabia y terror, definitivamente corrompida; en el hecho de que los salvadores, ya sea de personas o de patrias, acaben siendo más perniciosos que la amenaza que pretenden conjurar. Especialmente significativo es el modo con que los personajes principales abusan de su poder siempre que pueden: Araceli del poder que le confiere su belleza, Ramiro del que le da su fuerza y su astucia, el kafkiano inspector Almirón del poder que emana de su placa. Eso, nos dice Giardinelli, es una dictadura: un espacio delimitado por la violencia, la amenaza y la simulación, donde las garantías más elementales son suspendidas y la impunidad una moneda de cambio; un espacio en el que se entra a veces, como en el crimen de Ramiro, por un calentón, pero del que no parece posible salir sin pagar un alto precio moral.
Exiliado en México durante diez años, Giardinelli (Resistencia, 1947) publicó otros títulos como El cielo con las manos, Santo oficio de la memoria o Final de novela en Patagonia, también recientemente editada. Sin embargo, será recordado por este prodigio de condensación e intensidad que ojalá salga bien parado en el salto a la pantalla grande, siempre temerario.
15 euros
Alejandro Luque
A la vieja colección Novela Negra que Bruguera lanzó en los años 80 le debemos muchas lecturas felices: el descubrimiento de Sciascia, las primeras lecturas de P. D. James, las descarnadas ficciones de Pérez Merinero... Y, por supuesto, la revelación de Luna caliente, la pequeña obra maestra de Mempo Giardinelli. Con motivo de la adaptación cinematográfica que en breve estrenará el director Vicente Aranda, el sello Alianza acaba de reeditarla en edición casi de lujo, y es una alegría comprobar que, tantos años después resiste airosamente una relectura sin perder su potencia ni su vigencia.
El argumento es sencillo: Ramiro Bernárdez, un joven argentino recién llegado a su tierra desde París, acude a cenar a casa de un veterano amigo de su padre. Allí quedará prendido de la hija, Araceli, alevosa lolita de trece años que prende en él toda clase de lúbricos impulsos. Buena o mala, la suerte querrá que Ramiro se quede a pasar la noche en casa de sus anfitriones. Y entre el calor sofocante y los ardores eróticos, se deslizará hasta la habitación de la niña, la violará y, fuera de sí, la golpeará brutalmente.
Si la mata en el acto o no, resulta en principio irrelevante: Ramiro está convencido de haberse convertido en criminal en un puro arrebato, sube a su automóvil y se dispone a emprender una huida desesperada que pondrá a prueba sus propios límites morales.
No revelaré muchos más detalles: me limitaré a señalar que la obra, estructura en cuatro partes divididas en 24 capítulos breves, narra en resumidas cuentas la súbita conversión del protagonista, de hombre respetable y lleno de futuro a animal acosado y en fuga. Y lo hace con un ritmo trepidante, adictivo, que obliga a saltar con avidez de un capítulo a otro, poniendo hábiles trampas al lector para que literalmente se beba la novela en una noche, de tal suerte que a ratos parece más un guión de los hermanos Coen –con esos fulminantes golpes de efecto, con ese modo de retratar a los personajes con cuatro eficacísimos trazos– que una narración al uso.
La fuerza de Luna caliente descansa, no obstante, sobre dos elementos que al cabo son uno: el miedo y el poder. El miedo es lo que empuja a Ramiro a cometer su ominosa agresión –“Por desearlas y necesitarlas, les tenemos miedo. Nos causan pavor”, dice de las mujeres–, el miedo será la fuerza que le arrastre a incurrir en otros fatales errores sucesivos, y no aflojará su cepo hasta el final.
En cuanto al poder, cabe destacar que la acción se desarrolla en el territorio del Chaco, en la Argentina de finales de los 70, sometida a la dictadura militar del abyecto Videla, aunque la lectura crítica de aquella coyuntura se antoja enormemente sutil. Es cierto que hay una autoridad despótica que anda pisándole los callos al protagonista, e incluso algún crítico llegó a señalar la poderosa sexualidad que destilan estas páginas –“Todo el país estaba caliente ese diciembre del 77”, leemos– como metáfora de la tiranía.
Sin embargo, donde más evidente se hace esta denuncia es en la atmósfera de la historia, irrespirable, febril, sofocante, llena de rabia y terror, definitivamente corrompida; en el hecho de que los salvadores, ya sea de personas o de patrias, acaben siendo más perniciosos que la amenaza que pretenden conjurar. Especialmente significativo es el modo con que los personajes principales abusan de su poder siempre que pueden: Araceli del poder que le confiere su belleza, Ramiro del que le da su fuerza y su astucia, el kafkiano inspector Almirón del poder que emana de su placa. Eso, nos dice Giardinelli, es una dictadura: un espacio delimitado por la violencia, la amenaza y la simulación, donde las garantías más elementales son suspendidas y la impunidad una moneda de cambio; un espacio en el que se entra a veces, como en el crimen de Ramiro, por un calentón, pero del que no parece posible salir sin pagar un alto precio moral.
Exiliado en México durante diez años, Giardinelli (Resistencia, 1947) publicó otros títulos como El cielo con las manos, Santo oficio de la memoria o Final de novela en Patagonia, también recientemente editada. Sin embargo, será recordado por este prodigio de condensación e intensidad que ojalá salga bien parado en el salto a la pantalla grande, siempre temerario.
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