Ana María Shua
Páginas de Espuma
ISBN: 978-84-8393-032-8
894 páginas.
29 euros
Javier Mije
El microrrelato es un género fascinante. El microrrelato es un refugio de perezosos aficionados a las letras y tahúres del pensamiento. Contar una historia en pocas palabras exige un esfuerzo de condensación lingüística y habilidad expresiva superior al de la poesía -cuya vocación primordial no es narrativa-. Cualquiera puede escribir un par de líneas con cierto ingenio y etiquetarlas como literatura. La exaltación de lo breve, lo indefinido, lo fugaz, no es más que el producto de una sociedad que no tiene al trabajo –el de bueyes necesario para levantar obras más sólidas- entre sus valores. El microrrelato no es fruto de la haraganería sino reflejo de una época -¿posmoderna?- que ha desarticulado sus valores tradicionales en favor de otros sentimientos como la inconsistencia, la fugacidad, lo lúdico y lo intrascendente. No sé qué pensar de los microrrelatos, salvo que son como las novelas: excelentes o mediocres según quien las perpetre (¿Hace falta añadir que, en ambos casos, la sublimidad es minoritaria?). Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) suele escribirlos con acreditada solvencia.
Este volumen de casi 900 páginas y más de 800 textos reúne las minificciones completas de la autora, originalmente incluidas en los libros La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos y Temporada de fantasmas, publicados entre 1984 y 2004, y el inédito -y en estado de elaboración- Fenómenos de circo. Para los no familiarizados con el género cabe aclarar un posible malentendido: escritura breve no equivale a lectura rápida, y enfrentarse a estos textos exige un esfuerzo de concentración que hace desaconsejable su ingesta masiva (lo contrario, ciertamente, termina fatigando). Pocos géneros requieren como éste de la colaboración del lector, en pocos –dado lo desamueblado de estas obras- la instancia lectora contribuye con su conocimiento, experiencia, intuiciones y cultura literaria a la creación de significado. Una técnica similar, afirma Shua en una entrevista reciente, a la de las artes marciales, “donde se aprovecha la fuerza del adversario”.
Los mejores textos de Cazadores de letras son los que cumplen con una de las reglas fundamentales de toda ficción -ya sea a lo Monterroso o a lo Balzac-: la de contar una historia. Es comprensible que a lo largo de tan dilatada carrera la autora no haya sido siempre fiel a ese compromiso, y algunas de estas minificciones resultan ilustrativas de los peligros de contaminación del microrrelato con otros géneros como la prosa poética, la greguería o el chiste, cuyos juegos de ingenio – no confundir con algunos valiosos ejercicios de exploración lingüística que contiene este libro- Shua sortea casi siempre. Pero es justo señalar que el grueso de su producción une a la virtud de la narratividad la aspiración de alcanzar ese otro lado cortazariano –predominan lo onírico, lo fantástico y lo absurdo sobre lo realista- en fábulas que exploran las relaciones –insospechadas, humorísticas, inquietantes a veces- que mantienen entre sí objetos y personajes disímiles, como el hombre lobo y el dentista reunidos en uno de los cuentos de La sueñera. Bajo este título –primero de la colección- Shua explora acertadamente los intercambiables pasadizos entre la vigilia y el sueño en textos arracimados en torno a una misma línea argumental, que sin embargo se torna algo limitada y reiterativa –en este caso el hilo conductor es el mundo de la prostitución- en Casa de geishas. Pero el libro recupera en seguida su excelencia con Botánica del caos y Temporada de fantasmas - este último contiene uno de mis relatos preferidos: Los chicos crecen-, y constituye un muestrario impagable de las posibilidades expresivas de un género que hace precisamente de quienes lo practican –en busca de una ajustada obra de ingeniería en la que cada palabra que no contribuye al sentido debe eliminarse- auténticos cazadores de letras.
Este volumen de casi 900 páginas y más de 800 textos reúne las minificciones completas de la autora, originalmente incluidas en los libros La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos y Temporada de fantasmas, publicados entre 1984 y 2004, y el inédito -y en estado de elaboración- Fenómenos de circo. Para los no familiarizados con el género cabe aclarar un posible malentendido: escritura breve no equivale a lectura rápida, y enfrentarse a estos textos exige un esfuerzo de concentración que hace desaconsejable su ingesta masiva (lo contrario, ciertamente, termina fatigando). Pocos géneros requieren como éste de la colaboración del lector, en pocos –dado lo desamueblado de estas obras- la instancia lectora contribuye con su conocimiento, experiencia, intuiciones y cultura literaria a la creación de significado. Una técnica similar, afirma Shua en una entrevista reciente, a la de las artes marciales, “donde se aprovecha la fuerza del adversario”.
Los mejores textos de Cazadores de letras son los que cumplen con una de las reglas fundamentales de toda ficción -ya sea a lo Monterroso o a lo Balzac-: la de contar una historia. Es comprensible que a lo largo de tan dilatada carrera la autora no haya sido siempre fiel a ese compromiso, y algunas de estas minificciones resultan ilustrativas de los peligros de contaminación del microrrelato con otros géneros como la prosa poética, la greguería o el chiste, cuyos juegos de ingenio – no confundir con algunos valiosos ejercicios de exploración lingüística que contiene este libro- Shua sortea casi siempre. Pero es justo señalar que el grueso de su producción une a la virtud de la narratividad la aspiración de alcanzar ese otro lado cortazariano –predominan lo onírico, lo fantástico y lo absurdo sobre lo realista- en fábulas que exploran las relaciones –insospechadas, humorísticas, inquietantes a veces- que mantienen entre sí objetos y personajes disímiles, como el hombre lobo y el dentista reunidos en uno de los cuentos de La sueñera. Bajo este título –primero de la colección- Shua explora acertadamente los intercambiables pasadizos entre la vigilia y el sueño en textos arracimados en torno a una misma línea argumental, que sin embargo se torna algo limitada y reiterativa –en este caso el hilo conductor es el mundo de la prostitución- en Casa de geishas. Pero el libro recupera en seguida su excelencia con Botánica del caos y Temporada de fantasmas - este último contiene uno de mis relatos preferidos: Los chicos crecen-, y constituye un muestrario impagable de las posibilidades expresivas de un género que hace precisamente de quienes lo practican –en busca de una ajustada obra de ingeniería en la que cada palabra que no contribuye al sentido debe eliminarse- auténticos cazadores de letras.
1 comentario:
Me gustan especialmente las variaciones (sobre lugares comunes, cuentos clásicos, etc.) que son de la escuela de Monterroso y Denevi. Mis preferidas, las del Golem. Muy grande, la Shua, y muy constante.
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