Agustín Fernández Mallo
Editorial Anagrama
ISBN: 978-84-339-6292-8
176 páginas
15 €
Daniel Ruiz García
Daniel Ruiz García
He de confesar que abordé el ensayo que nos toca con bastante curiosidad, incluso con intriga. No en vano, hablamos de Fernández Mallo, autor que ha sido encumbrado a la gloria –efímera o no, eso ya se verá- de las letras españolas contemporáneas logrando eso que probablemente muchos escritores hayan soñado alguna vez, dar título con su propia obra a una generación artística de criterios, gustos y preocupaciones compartidas. La Generación Nocilla parecía tener, pues, en Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, su gran manual de uso, su vademécum definitivo, suscrito para colmo por el propio padre espiritual, por el inspirador de todo el movimiento, con el refrendo adicional del Premio Anagrama de Ensayo, en el que la obra de Fernández Mallo resultó recientemente finalista.
Particularmente, mi curiosidad venía reforzada por otra consideración adicional: de qué manera un autor como Fernández Mallo, pensaba, tan dado a la floritura estilística, al ejercicio literario más bien experimental, siempre extremadamente formal y de apariencia epidérmica, donde no tienen por lo común cabida elementos estructurales de la tradición narrativa como la trama, la pintura de personajes o el ritmo, se plegaría a los designios de un género tan duro y complicado como el ensayo –para el que escribe, sin duda, el género literario más dificultoso y loable que existe-, con unas reglas y leyes internas especialmente rígidas, y donde cualquier chirrido se convierte en un error ostensible, sin posibilidad de que esos errores puedan ser ocultados bajo la cosmética de la gracia estilística, que en este caso tan bien le va a Fernández Mallo.
Lo cierto es que, sin medias tintas, el resultado final resulta tremendamente decepcionante. Porque a Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma le viene tremendamente grande casi todo: el propio género –a más de uno, menos condescendiente que el que escribe, tildar este libro de ensayo le parecerá una broma-, la extensión –se lee rápido, pero aun así uno tiene la sensación de que toda la obra podría haberse despachado con un artículo de prensa de una página-, el tono –emplea una grandilocuencia y una soberbia que ni Marinetti en el Manifiesto Futurista-, y la propia tesis central, que siendo atrevida resulta, en su exposición, tremendamente pobre, dando la sensación de que, probablemente, un libro como éste en otras manos hubiera dado mucho mayor rendimiento.
Vayamos a la tesis central del libro, y me atrevo a decir que la única que el lector encuentra en sus páginas: la poesía española, argumenta Fernández Mallo, es la única disciplina artística que no se ha adaptado a los nuevos tiempos, que no ha asumido los cambios que se han producido en la realidad socioeconómica del siglo XXI (“21” escribe él, en un alarde de audacia postmoderna); la única que no incorpora el lenguaje tecnológico y no ha asumido con naturalidad la potencia de otros lenguajes como el publicitario, el técnico o el sanitario; la única que, en fin, sigue encorsetada y enclaustrada bajo el dominio de las dos corrientes que, de espaldas a la realidad, aún siguen dominando en la poesía española contemporánea: la Poesía de la Experiencia y la Poesía de la Diferencia. Frente a este canon rígido, que constituye el gran grupo de la Poesía Ortodoxa Dominante, se sitúa la nueva corriente de la Postpoesía, la poesía de la “postmodernidad tardía”, un nuevo movimiento con el que la poesía asistirá a “un verdadero renacimiento”, y que se caracteriza por una concepción del arte poético como una labor “de laboratorio”, consistente en la creación de poemas mediante el empleo de todos los mimbres expresivos o potencialmente expresivos que se dan en la realidad, incluyendo las boyantes posibilidades de las Nuevas Tecnologías.
No encontrará mucho más que esto el lector en este libro. Como en una cansina corriente circular, donde todo resulta redundante hasta el cansancio, Fernández Mallo se dedica a engordar esta tesis, a través de un método de exposición que está en las antípodas del rigor del pie de página: él mismo lo define como “inducción analógica”, y básicamente consiste en abundar sobre la misma idea acercándose a ella desde distintas metáforas y nomenclaturas. Así, el autor aplica a su tesis la Teoría de Redes, defendiendo que su “Postpoesía” es una “red libre de escala”; la teoría del Rizoma de Deleuze y Guaratti, al que se asemeja la “Postpoesía” en su concepción como sistema abierto y no jerarquizado; las tesis del Internacional Situacionista de Guy Debord, encumbrando a la “Postpoesía” a una especie de derivación pulida y corregida de esta influyente teoría. Y todo en esa línea, sin que en ningún momento se perciba una pretensión de avanzar, de descubrir, de abrir nuevos ámbitos de reflexión o conocimiento sobre eso que él llama la “Postpoesía”, y que al cabo resulta una delimitación tan caprichosa como cualquier otra. Por no decir de algunas afirmaciones que parecen del todo gratuitas y arbitrarias, como por ejemplo su ataque contra la poesía recitada, que carece de cualquier fundamento, o su percepción distorsionada sobre la actividad poética que se desarrolla en nuestro país, que le lleva a asegurar cosas como que, por ejemplo, ya no existe colaboración entre los poetas y los artistas plásticos en la búsquedas de espacios creativos comunes (“la colaboración que clásicamente existía entre poetas y artistas plásticos (…), hoy es impensable debido a la distancia que separa a las dos disciplinas”). Este tipo de afirmaciones resultan irritantes por la soberbia radicalidad con que están proferidas, pero resultan aún más molestas porque en ningún caso cuentan con soporte bibliográfico, cultural o intelectual que los refrende. Y es que, salvando a la media docena de santones a los que Fernández Mallo recurre reiterativamente a lo largo de todo el texto –creo que no me dejo ninguno fuera: Wittgenstein, Nietzsche, Derrida, Barthes y un artículo de Vicente Verdú publicado en El País que debió gustarle mucho, porque lo repite al menos tres veces-, el texto es bastante ralo en referencias culturales. Hay, desde luego, mucha matemática, mucha ciencia, pero que huele demasiado a recurso de prestidigitación, a chanza de tahúr, a truco de trilero. Hubiera sido de recibo encontrar, en un ensayo sobre poesía española, muchas más alusiones a textos poéticos, a crítica literaria, a, en fin, todo eso que constituye el material con el que se trabaja una disciplina como la que nos ocupa. El ejercicio de la postmodernidad creativa y la extravagancia que lleva implícita no puede ser una disculpa para la frivolidad, por muchos bocatas de Nocilla que uno se haya comido en su vida.
4 comentarios:
Leyendo esta estupenda reseña, caigo en la cuenta de que ser de una escuela u otra no añade a un poema ninguna bondad o maldad. Un poema es bueno, sea o no posmoderno.
Jajajajaja. Genial lo del bocata de Nocilla, amigo Dani. La reseña está untada con cuchillo afilado. Le echaré un vistazo al libro a ver si aporta muchas calorías al cerebro.
Magnífica entrada, Daniel. ¡Qué desparpajo lingüístico e intelectual! Un abrazo.
Soberbio, un abrazo Dani
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