16 marzo 2011

Lo que pasa en Knockemstiff se queda en Knockemstiff

Knockemstiff

Donald Ray Pollock

Libros del Silencio, 2011

ISBN: 978-84-938531-0-5

301 páginas

20 €

Traducción de Javier Calvo

Prólogo de Kiko Amat


Fran G. Matute

Dice el cántico popular que La Habana es Cádiz con más negritos y digo yo que Knockemstiff es Las Vegas con menos bombillas. Para los que no sepan dónde está ese pueblo de nombre impronunciable deberán situarlo al sur del estado de Ohio, y para los que no sepan dónde está Ohio, que lo miren en Wikipedia. Hablamos pues del llamado 'Midwest' norteamericano, ese país imaginario al que se refería Bob Dylan en algunas de sus canciones y del que han surgido mentes prodigiosas como el artista antes llamado Prince o los hermanos Coen.

¿Y en qué se parece Knockemstiff a Las Vegas? Pues en todo y en nada, como suele ser costumbre. Pero lo que sí que está claro, tras leer a Donald Ray Pollock, es que ambos lugares representan lo peor de la cultura norteamericana. Analicemos en profundidad: Las Vegas es esa ciudad creada de la nada en medio del desierto de Nevada, poblada de depravados ludópatas y horteras que gastan sus fuerzas y ahorros en busca de una chispa de aparente felicidad, un recinto de neones creado a imagen y semejanza de los estímulos más bajos del ser humano, una especie de sueño/pesadilla del que parece imposible escapar una vez decides formar parte de su juego intrínseco y te sometes a sus ilógicas reglas.

Todo lo anterior se proyecta en la vida de los habitantes de Knockemstiff, una hondonada perdida de la mano de Dios habitada por cuatro gatos cuyas vidas cruzadas nos narra Pollock en los distintos relatos que conforman esta novela. ¿Depravados? Baste comentar que de entre las muchas anécdotas recopiladas por Pollock encontramos situaciones de abusos sexuales con menores disminuidos psíquicos y hasta aquí puedo leer... ¿Ludópatas? Sí, pero no de las ruletas o de las mesas de 'black jack', sino de esnifar pegamento, consumir esteroides, engullir cerveza Blue Ribbon y alimentarse a base de grasientas salchichas (al parecer, único alimento oficial de Knockemstiff). ¿Horteras? A rabiar, con sus cintas de música 'country', sus coches pichicateados, sus revistas de culturismo y sus concursos televisivos emitidos por la cadena regional. ¿Y qué podemos decir de la búsqueda enfermiza de la felicidad? Huelga decir que vivir en un lugar en el que no ocurre absolutamente nada estimulante puede llevar a su población a la perdición, sobre todo cuando constantemente se encuentra uno bombardeado de felicidad impostada a través de los anuncios, las películas y los pocos libros que se dejan ver por Knockemstiff. En un lugar así, la búsqueda de la felicidad se convierte en un juego al que no puedes ganar y terminas conformándote con lo que hay: dar una vuelta en tu destartalado coche en busca de algún 'mall' cercano, echar un polvo en el asiento de atrás con la lugareña más guarra y gorda que te encuentres en la gasolinera y engullir unas cuantas pastillas de oxicodona o demerol para estar lo menos lúcido posible y que se te pase el día cuanto antes. Eso es un día normal en la vida de la mayoría de los habitantes de Knockemstiff. Y no sé a vosotros, pero a mí se me antoja muy similar este 'american way of life' con el de los "habitantes" de Las Vegas, pero ya hemos dicho, con menos bombillas.

Pero hay más parecidos razonables. Sigamos analizando en profundidad: ¿Qué le ocurre a los visitantes más contumaces de Las Vegas? Que no se quieren ir de allí. Ya no digo a dormir, sino a abandonar el casino o el hotel en el que estén alojados. Aquel cúmulo de despropósitos genera tal fascinación que los pobres diablos que caen subyugados bajo sus encantos pierden la razón. Y es que en Las Vegas uno puede hacer lo que no le dejan en su casa y ese halo de libertad resulta difícil de abandonar.

En Knockemstiff ocurre algo parecido, pero a la inversa. Los habitantes de la hondonada son incapaces de abandonar su pueblo. Todos lo intentan, todos imaginan una vida mejor fuera de ese cuchitril en el que no parece existir un futuro próximo y mucho menos prometedor. Todos se esfuerzan por abandonar su decadente rutina. Pero ninguno lo consigue. Es como en el Hotel California de Eagles (por cierto, canción que por su idiosincrasia suena a perfecta banda sonora de cualquiera de los relatos que compone la novela) ¿Qué motiva, pués, esa fuerza de atracción tan descomunal hacia un lugar como Knockemstiff? Pollock no termina de darnos una respuesta clara a este interrogante, pero al margen de la falta de voluntad y agallas de sus habitantes, la verdad es que en ese lugar tan desvencijado uno puede hacer lo que le sale de los cojones sin temer consecuencia alguna. A lo sumo un vecino te podrá meter un palo por el ojo, pero cualquier acción contra la naturaleza termina quedando verdaderamente impune. Es la ley del salvaje Oeste. Es, en definitiva, la Segunda Enmienda. La que permite autogobernarse a una comunidad aplicando su propias reglas. Es el motivo por el Knockemstiff es un lugar digno de una novela.

Pero no se vayan todavía, amigos, que aún hay más. Porque ahora vamos a hablar del valor literario de una obra como Knockemstiff (2008), ya que su lectura también supone lo mismo que ir, mira tú por dónde, a Las Vegas. En la capital mundial del entretenimiento podemos encontrar una réplica de la Torre Eiffel o de las pirámides de Egipto. Leer la ópera prima de Donald Ray Pollock nos retrotrae a una literatura muscular cultivada por autores del perfil de Hubert Selby Jr., Raymond Carver o Chuck Palahniuk, pero aquí nos encontramos también con un facsímil. Pollock se apoya en la fuerza de su relato, en la creencia de que lo que leemos son anécdotas con mayor o menor grado de autenticidad, y embadurna a sus protagonistas con un halo de tristeza y nostalgia que los hace más creíbles, más humanos. Pero Pollock carece de la dureza de Selby Jr., de la incisiva analítica de Carver o de la clarividencia de Palahniuk. Leyendo Knockemstiff hemos disfrutado, sí; pero se trata de un disfrute parecido al de echar moneditas en una máquina tragaperras del Bellagio y darte cuenta, tras varias horas, de que no sólo no has ganado ni un dólar sino que además te han timado.

4 comentarios:

José Martínez Ros dijo...

Estoy bastante de acuerdo con tu lectura. También me ha parecido entretenido, pero que no llega al nivel de los relatos de, por ejemplo, Richard Ford o Tobias Wolff ni de lejos. Y una de las cosas que he echado en falta en la ausencia de perspectivas femeninas, en todos los cuentos las mujeres son paisajes al fondo, pero muy muy al fondo.

Fran G. Matute dijo...

Efectivamente. Y no es que se trate de comparar a los autores noveles (que todavían no han desarrollado una carrera literaria sólida) con los ya consagrados, es simplemente que Pollock carece todavía de una voz propia y su temática resulta un tanto manida.

El "realismo sucio" es hoy día casi un cliché y ya se ha contado casi todo en literatura por lo que se escriba ahora sobre el particular se espera poco sorpresivo y muy reiterativo, como termina siendo en muchos de sus pasajes esta novela...

Porerror dijo...

Inquietante reseña, no sé si el libro es para leerlo o para tirarlo a la basura. Probablemente no lo otro, pero ¿lo uno?

No sé si os habéis parado a pensarlo, al principio creí que se trataba de una localidad ficticia, ya que el nombre es bizarro a más no poder: en inglés significa "Déjalos tiesos", por lo visto es que hay una especie de whisky o destilado ilegal con ese nombre, no quiero pensar el efecto que tendrá sobre quien lo bebe...

Fran G. Matute dijo...

Al parecer, el nombre del sitio viene de una anécdota que ocurrió allí.

El libro es para leerlo o no, según te apetezca. Jamás diría que es una de esas obras "que hay que leer"...