Guerrilleros
V.S. Naipaul
Mondadori, 2010
ISBN: 978-84-397-2247-2
280 páginas
23,90 €
Traducción de Daniel Gascón
José Martínez Ros
Hace años leí una de las novelas más épicas publicadas durante el siglo XX, La condición humana, de André Malraux. Para los que no la recuerden, está ambientada en la convulsa China de la época de entreguerras, cuando el Kuomingtan de Chiang Kai-shek intentaba reunificar un país en manos de señores de la guerra desde la caída de la dinastía imperial, aliado con los primeros activistas del comunismo chino. Esa alianza quedaría rota con la toma de Shangai: las diferencias entre las dos facciones estallaron, y los nacionalistas se volvieron contra sus antiguos aliados y los reprimieron con salvajismo, lo que dio origen a la larga guerra civil entre la China “roja”, que acabaría triunfando, y la “azul”. Malraux, que fue testigo directo de los hechos, se centra en el efímero triunfo y el posterior martirio de un grupo de militantes comunistas. Como afirma Mario Vargas Llosa en un prólogo que escribió para esta novela, los protagonistas, más que seres de carne y hueso, son santos laicos, héroes de una tragedia digna de Esquilo. Es una obra maestra absoluta de la literatura, pero es una novela de otra época, en la que sólo hay buenos y malos. Probablemente esa es la razón por la que me vino a la cabeza mientras leía a Naipaul.
Ahora, en el descreído y desideologizado inicio del siglo XXI, seguiría recomendando la lectura de esa novela, acompañada en un pack doble, junto a esta obra de Naipaul. Guerrilleros también está ambientado en un lugar donde reina la injusticia y la corrupción, una isla del Caribe que no se nombra, pero que, sin duda, es Trinidad, donde nació Naipaul. Es una novela política y social, pero que no se acoge, como la de Malraux, a una línea ideológica. No hay buenos y malos. No hay vencedores. Una estructura política y social corrupta acaba generando la putrefacción de toda la sociedad. Todos pierden.
El premio Nobel ha recaído algunos años en genios deslumbrantes y otros en absolutas mediocridades con fecha de caducidad, pero V.S. Naipaul, que pertenece, sin dudas, a la primera categoría, podría recibir otro título: el de peor carácter. Increíblemente arrogante, desdeñoso y malhumorado, éste hindú nacido en el Caribe, educado con una beca colonial en Oxford y nombrado por la reina caballero de la Orden del Imperio Británico, ha recibido a lo largo de su muy distinguida carrera literaria tantos premios como insultos, además de reunir un buen número de acérrimos enemigos, entro los que cabe destacar al otro Nobel caribeño, el poeta Derek Walcott, y su antiguo discípulo, Paul Theroux y, especialmente, Edward Said, que quedó muy enojado por el retrato que hace de los movimientos de “liberación” que tanto proliferaron durante los sesenta y setenta. Lo cierto es que pocas personas en el mundo pueden presumir de tener unos enemigos tan distinguidos.
Hay una razón fundamental que explica esto: el gran tema de la obra de Naipaul, íntimamente vinculado a su propia biografía, es el choque entre el mundo occidental y los habitantes de las sociedades que fueron colonizadas por él y su principal virtud es no dejarse adormecer por las verdades preconcebidas, que más bien suele demoler con su estilo seco y preciso, a veces irónico, pero siempre sin la más mínima concesión a lo que Roberto Bolaño –que lo admiraba enormemente- llamaba “la canalla sentimental”. Ejemplo de esto son sus magníficos reportajes acerca de los países islámicos, que ha llevado a algunos a considerarlo anti-musulmán cuando se limita a escribir –con una prosa extraordinaria- lo que ve y lo que oye. Es complicado etiquetar como enemigo del Islam a quien ha escrito frases como la siguiente: “Y en la poesía del hijo del médico, en su titubeante reacción ante la civilización universal, en su interés por lo básico, creí ver cómo el fervor islámico podía llegar a ser creativo, revolucionario, y llevar a los hombres a un humanismo más allá de la doctrina religiosa: un verdadero renacimiento, abierto a lo nuevo y enriquecido por él, como los musulmanes en sus gloriosos comienzos” (Entre creyentes). Precisamente en uno de sus reportajes –Los crímenes de Trinidad- está basada Guerrilleros.
Naipaul se basó para escribirla en un desagradable accidente ocurrido en la isla de Trinidad, cuando el grupo de activistas 'Black Power' se atrincheró en una comuna próxima a Puerto España, su lugar de nacimiento. Su líder, Abdul Malik, sería condenado a muerte por el asesinato de una joven inglesa simpatizante del movimiento. La mirada de Naipaul es inmisericorde: la población aparece postrada por la ignorancia, un grupo de industriales norteamericanos llegan a la isla leyendo “pornografía dura”, los “revolucionarios” tienen más frustraciones que auténticos proyectos, los políticos locales sólo aspiran a medrar... La editorial la presenta como su "corazón de las tinieblas", y apenas exagera (las lúgubres selvas africanas, los misioneros fanáticos y los avarientos comerciantes coloniales de Conrad tienen su exacto reflejo en el podrido mundo postcolonial de estas páginas). Si Conrad narraba el lado oculto del colonialismo, la explotación de la tierra y los nativos, la degradación moral de los explotadores, Naipaul es sin duda el que mejor y más implacablemente ha descrito lo que dejaron a su espalda, sociedades fracasadas donde los elementos indígenas y occidentales se van hundiendo poco a poco en un fango moral y físico.
En Guerrilleros, unos pocos personajes se mueven en el vacío, transfigurados en piezas de un ajedrez fatídico por una prosa acerada que atraviesa sus almas con frialdad y la exactitud. Roche es un surafricano, alguien que casi por azar se volvió un héroe de la resistencia contra el 'apartheid' y que ahora vegeta realizando un inútil trabajo de auxilio social que choca contra una realidad inmisericorde; Jane, una mujer inglesa que sueña con participar en alguna causa noble y elevada, pero que no consigue superar un largo historial de decepciones, su mediocridad personal y sus peligrosas fantasías sexuales; James Ahmed, un aprendiz de revolucionario lleno de taras psíquicas que escribe una novela donde da una imagen de sí mismo deformada a través de sus ensueños de poder; y el más desvalido de todos, Bryant, un joven del gueto que se convierte en seguidor de Ahmed en busca de algo más o menos semejante a una identidad... todos ellos son analizados y finalmente juzgados en un final devastador. Aunque en este caso, el adjetivo “devastador” se queda corto.
Es, sin duda, un libro magnífico y muestra cómo los ensueños revolucionarios pueden convertirse en pesadillas demasiado reales –hay muchos ejemplos en el mundo-, pero también uno de los más amargos que he leído jamás.
3 comentarios:
Vaya! Me he quedado muy impresionado con esta reseña, la verdad es que por lo que cuentas el libro entra de lleno en una serie de temas candentes hace 35 años que todavía lo son y la prueba la tenemos en lo que está coleando por África (léase revueltas árabes, Guerra de Libia, conflicto-invisible-para-occidente en Costa de Marfil...).
Será cuestión de leerse esta novela, sí señor.
Sobre el África postcolonial Naipaul tiene una novela aún mejor: Un recodo en el río. Y además está en bolsillo. Saludos.
Sobre colonialismo africano os recomiendo ver la película "Último tren a Katanga", auténtico exploitation del género bélico de los sesenta...
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