De entre la riquísima literatura italiana sobresale un nombre en el capítulo dedicado al siglo XX. Con permiso de Pavese, Pirandello, Croce, la figura italiana del pasado siglo que considero más universal es la de Italo Calvino (1923-1985). Calvino dejó al menos media docena de obras canónicas, relatos, novelas, ensayos. Ahí quedan la trilogía de Nuestros Antepasados (1952, 1957, 1959), sus Seis propuestas para un nuevo milenio (1985) o la alucinante Las ciudades invisibles (1972). Pero como se trata de hacer una reseña “especial”, ligada a la vida de uno, he optado por hablar aquí de Los amores difíciles, volumen de relatos aparecido en 1970.
Existe una razón poderosa por la que esta obra supera en currículum a otras de Calvino: es el único libro que poseo en italiano (además de en traducción, naturalmente). Lo compré en Palermo hará cuatro veranos, y para entonces ya hacía tiempo que se había convertido en un clásico personal. Gli amori difficili, uno de los libros que más he comentado, recomendado y regalado, uno de esos a los que hay que volver una y otra vez para refugiarse, como los buenos bares. Aunque debo admitir que no es un libro para mí formativo, llegué a él en la edad adulta, con la carrera terminada, gracias a una novia de entonces que me lo prestó para explicarme ciertas cosas. Para contarme, por ejemplo, cómo el profesor de un taller de creación literaria se lo había regalado con la intención –poco o nada disimulada- de conquistarla (a día de hoy, este profe es un mediático escritor de éxito, cuyo nombre la prudencia aconseja velar).
La principal razón del préstamo, empero, fue que mi ex novia quiso ilustrarme acerca de lo que ella consideraba excelentes relatos, y a fe que todos los que componen Los amores difíciles no hay duda de que lo son. El libro tiene dos partes bien diferenciadas: “Los amores difíciles” y “La vida difícil”, lo que obedece a que en realidad el volumen recopila cuentos aparecidos con anterioridad entre 1949 y 1967, que aquí son agrupados temáticamente (algunos previo cambio de título, si no recuerdo mal).
La primera parte, “Los amores difíciles”, consta de trece relatos todos ellos titulados “La aventura de…”, en los que se narran historias de amor truncadas, fallidas, no natas: amores difíciles. Así, encontramos “La aventura de una bañista” que pierde la parte de arriba del bikini en el mar, “La ventura de un matrimonio” que apenas se ven debido a la incompatibilidad de sus horarios, o “La aventura de un fotógrafo” obsesionado por capturar el mundo con su cámara, que acabará haciendo fotos de las fotos de las fotos. Otras dos piezas merecen una detallada atención, la esquemática “La aventura de un automovilista”, en que alguien al volante se convierte en una gráfica de la noche y la incertidumbre, y “La aventura de un viajero”.
“La aventura de un viajero” tal vez sea mi relato favorito de todos los tiempos (ahora que no nos escuchan Borges, Carver ni Cortázar), pues condensa en unas pocas páginas toda la experiencia de un hombre que viaja en tren para encontrarse con su amante. El cuento ilustra a la perfección la máxima de “Cuidado con lo que deseas…” y describe cómo lo mejor de una expedición amatoria puede ser (a menudo es) el viaje en sí: el trayecto, por la anticipación y el goce retardado que supone. Antes de ir a mojar, el viajero tiene ante sí un romance perfecto, un talonario de posibilidades todavía en blanco que solo la presencia real del ser amado de carne y hueso alcanzará a estropear. Vale la pena detenerse en los múltiples rituales de que se envuelve el viajero, una liturgia de la pre-pasión , y sirva este perfecto relato como epítome de la maestría cuentística de Calvino.
Para cuando aparecieron estos Amores difíciles, Calvino ya había militado en el Partido Comunista Italiano (y se había quitado), ya era un veterano de la editorial Einaudi y quedaban bastante lejos los años del neorrealismo en lo cinematográfico. Si bien todavía era la edad de oro de la ‘Commedia all’italiana’, y es que las piezas de Los amores difíciles en ocasiones recuerdan a pelis de Dino Risi, sin olvidar que en 1962 Nino Manfredi llevó a la pantalla “La aventura de un soldado”. Los relatos de la segunda parte del libro, “La vida difícil”, -más largos y menos deslumbrantes a primera vista aunque no por ello necesariamente inferiores- son plasmación fehaciente de la faceta de Calvino como escritor comprometido (algo tan en boga en estos tiempos de crisis feroces).
En “La nube de smog”, auténtica novela corta de 1958, se traza un panorama de desolación y desidia: es esa mierda que se pega a todo, el humo, la pringue, la grisura… Es esa parálisis del Dublín joyceano acaso aquí como enfermedad moral de la convulsa Italia de posguerra. “Las hormigas” es otra fábula kafkiana, también con fuerte carga simbólica de corte social. Una costa invadida paulatinamente por estos insectos de los que resulta imposible desembarazarse. La extensión del texto, con pasajes bastante realistas aunque imaginativos, recompensa al lector con uno de los finales más brillantes que recuerdo: una “catarsis provisional” (el autor ‘dixit’) que cierra el relato sin cerrarlo, en un ejercicio magistral de ‘opera aperta’. ¿Metáforas extendidas de una sociedad en vías de podredumbre? Calvino no era precisamente burdo, pero es innegable que la tentación existe de leer estos dos relatos más sociales en clave de denuncia.
Confieso aquí sin ambages que, sin caer en simplificaciones, me considero mucho más cercano al polo de la Torre de Marfil (el Arte por el Arte, el Parnasianismo…) que a la figura del autor comprometido. Esto –que me cuesta no pocos disgustos en los tiempos que corren- no está reñido con el hecho de que muchos de mis autores preferidos fueran comunistas rancios de los de carnet en la boca (Neruda, Alberti, Calvino, Miguel Hernández). Si bien es cierto que a excepción del clímax final de “La hormiga argentina” casi todos los momentos más memorables de Los amores difíciles los saco de su primera parte, no es posible sino quitarse el sombrero ante una obra que aúna imaginación y preocupación por el estado de las cosas, un libro de cuentos que se ha convertido en uno de mis volúmenes de cabecera. Ante un genio de la talla de Italo Calvino, fabulador, agitador de conciencias, creador de realidades con la palabra, la única actitud posible es la admiración. O parafraseando a aquel asesor de Bill Clinton: “¡Es la Literatura, imbécil!”
1 comentario:
Excelente crítica, queda pendiente =))
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