28 septiembre 2012

Arte de compartir


Palabras con alas
Luis Alberto de Cuenca
Isla de Siltolá, 2012. Colección "Inklings de Siltolá"
ISBN: 978-84- 15422-60-0
176 páginas
13 €




Alejandro Luque
De una recopilación de artículos publicados en Mercurio solo cabe esperar, al menos en las propias páginas de Mercurio, una reseña elogiosa. Las líneas que siguen, bajo sospecha de corporativismo, están dictadas no obstante por una sincera y hasta entusiasta aprobación. Ahora que acaba de ver la luz en Visor la poesía completa de Luis Alberto de CuencaLos mundos y los días, 1970-2005–, podemos empezar constatando que las piezas incluidas en Palabras con alas constituyen, de un modo inconsciente, un compendio de sus constantes como escritor, desde el espíritu aventurero a la pasión por las viñetas o la cultura grecolatina.
En la estela de Borges, a quien guiña en numerosas ocasiones, De Cuenca es un decidido defensor de incorporar al canon clásico géneros tradicionalmente preteridos, como la ciencia-ficción o la novela policiaca, lo que no le impide abordar lecturas más o menos sagradas, de Montaigne a Pound y de Catulo a Tanizaki. Sin embargo, lo más gratificante de estas páginas tal vez no resida en el heterogéneo espectro de sus temas y protagonistas, sino en el hallazgo de un tono desafectado y cómplice, muy alejado del lenguaje ensayístico al uso.
El autor de La caja de plata entendió muy bien que Mercurio, revista de libros para todos los públicos, no pedía voces desde el púlpito o la cátedra, sino más bien un perfil de lector generoso. Un modelo de crítico que ejerce su oficio no como un alarde de erudición –aunque la posea, siempre tendrá la elegante deferencia de dosificarla–, sino como un modo de compartir: lo que sabe, lo que ha vivido, lo que con más celo atesora en casa.
Esto da licencia a De Cuenca para salpimentar sus observaciones con anécdotas personales. Habrá quien piense que para analizar a un autor no es necesario decir quién te regaló un libro suyo, o en qué librería de viejo encontraste tal o cual edición, o si encabezaste un poema propio con una cita de éste o de aquél. El madrileño sí lo hace, y con la suficiente naturalidad como para enriquecer el texto sin distraer la atención sobre su objeto central. Esto, inadvertidamente, achica la distancia entre el crítico y el lector, hasta reducirla a las dimensiones de una virtual mesa de café. Incluso para los lectores que, como es mi caso, podemos sentirnos ideológicamente muy alejados del autor madrileño.
Pero la generosidad de Luis Alberto de Cuenca se revela en Palabras con alas en otro aspecto digno de señalar. Junto a Coleridge y a Kipling, el crítico no se olvida de ocuparse de jóvenes talentos, nombres todavía por descubrir como León Arsenal, Víctor Conde, Diego Medrano o Daniel Sánchez Pardos, como una manera de señalar que la literatura es algo más que un polvoriento panteón de antepasados ilustres, sino también algo vivo y en movimiento. Así, frente a la crítica profesoral, tan dada a las lecturas obligatorias, De Cuenca defiende la literatura como un lugar de encuentro lleno de gratos azares. 
[Publicado en Mercurio]

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