24 septiembre 2012

Llegó el barro



Paul Bowles, el recluso de Tánger
Mohamed Chukri
Cabaret Voltaire, 2012
ISBN: 978-84-938689-8-7
216 páginas
18,95 €
Traducción de Rajae Boumediane El Metni
Prólogo de Juan Goytisolo




Fran G. Matute
Siempre resulta peliagudo jugar al “¿y si…?”, pero nos cuesta creer de veras que la obra literaria de Mohamed Chukri hubiera traspasado fronteras de no ser por Paul Bowles. El propio Chukri lo califica de “segundo padre” con independencia de que el semblante que describe en este Paul Bowles, el recluso de Tánger (1996) no sea tan halagüeño como el que se esperase de un progenitor, aunque sea literario.
Así que partiendo de la premisa, indudable a nuestro juicio, de que Chukri le debe mucho a Bowles, ¿qué pretende el escritor marroquí con esta especie de ensayo desmitificador sobre la figura del autor de El cielo protector? La sensación que transmiten sus palabras son las de un mero ajuste de cuentas. Chukri hace público el abuso que sufrió respecto al cobro de los derechos de autor de su obra, que en su gran parte percibía Bowles. De ahí, a su fama de tacaño y su evidente represión sexual, para terminar con una crítica de la visión que el estadounidense ofreció al mundo de Marruecos en sus libros, apoyada sobre todo en la correspondencia que mantuvo con algunos allegados y en el análisis de las opiniones vertidas por los personajes de sus novelas.
Chukri quiere hacer hincapié en que Bowles no se llegó a integrar en la sociedad marroquí, que fue tratado siempre como un extranjero, que nunca llegó a aprender bien el idioma (de hecho entre ellos hablaban en español) y que, por tanto, no era una persona autorizada para hablar de Marruecos y mucho menos para convertirse en el prescriptor oficial de las maravillas que ofrecía Tánger en sus años dorados como ciudad con estatuto internacional.
Resulta evidente que la versión de Marruecos que ofrece Chukri en sus textos es mucho más auténtica, contundente y reveladora que la de Bowles (y me atrevería a decir que hasta superior, literariamente hablando), por muchos años que se pasara allí viviendo. Y puede llegar a resultar hasta legítimo que sea Chukri el que ponga en solfa la visión turística de Bowles. Pero el autor de El pan desnudo comete, en nuestra opinión, los mismos errores que achaca a Bowles a la hora de justificar sus opiniones en este libro. Por ejemplo, Chukri echa a Bowles en cara la imagen que ofrece de los marroquíes, a los que califica en sus novelas de vagos, timadores y pordioseros. Pero si leemos la obra de Chukri, ¿no es acaso eso lo que encontramos en Tiempo de errores o en Rostros, amores y maldiciones? Prostitutas, proxenetas, jugadores, alcohólicos, viciosos… No podemos tampoco decir que el Marruecos que describe Chukri sea muy tentador, así que no entendemos la crítica a Bowles por mostrar lo peor del país africano.
Otra incongruencia que detectamos en el rapapolvo de Chukri a su mentor surge a la hora de valorar la figura de Jane Bowles y su tortuosa relación con su marido -elemento este que utiliza hasta la extenuación para resaltar la incapacidad relacional de Bowles y su egocentrismo-. Lo más sorprendente es que Chukri reconoce que nunca la conoció en persona, por lo que su extensa reconstrucción de las filias y fobias de la escritora está basada, más que nada, en segundas opiniones. ¿Acaso no es eso lo que hizo Bowles toda su vida? ¿Escuchar historias de marroquíes para montar sus novelas? ¿Traducir al inglés dichas historias para hacer perdurar la tradición oral? ¿Introducir así en el circuito literario mundial a autores como el propio Chukri o Mohamed Mrabat? Estoy convencido de que Bowles esquilmó y se lucró a costa de dichas historias que, por derecho, no le pertenecían. Pero no vemos muy distinto lo anterior a lo que hace Chukri en este libro con Jane Bowles, con el agravante de que no pretende convertir en ficción la realidad sino sentar cátedra sobre dicha relación tempestuosa.
Con todo, Paul Bowles, el recluso de Tánger resulta un texto interesantísimo para desmitificar ese Tánger intelectual exaltado no solo por Bowles, sino por William Burroughs, Francis Bacon, Jack Kerouac, Truman Capote o el recién fallecido Gore Vidal. Y más que por el morbo de asistir a ese combate unilateral que propone Chukri contra su “segundo padre”, merece la pena ser leído por el mero hecho de haber sido escrito por uno de los grandes escritores del siglo XX, al cual no hubiésemos seguramente conocido de no ser por Paul Bowles.

2 comentarios:

ilya u. topper dijo...

No he leído el libro, pero me he leído varios de Bowles, y estoy de acuerdo con lo que parece decir Chukri: Bowles, efectivamente, se esfuerza por mostrar en sus libros un Marruecos tal y como lo ve un turista que necesita creer que todo es salvaje, exótico, cruel, religioso. No sé si él mismo lo vivió así, o era lo que su público anglosajón quería leer. Pero así lo dibujó.
Que debemos agradecer a Bowles la existencia literaria de Chukri es cierto en cierta medida. Pero no es justo: el hecho de que las editoriales europeas no tengan ningún interés en qué ocurre en el panorama de países de habla no inglesa, no es justo. Ni es justa la cobardía de los editores marroquíes que no se atrevieron a publicar el Pan Desnudo. Desde luego, Bowles tiene el mérito de haber puesto fin a ese doble boicot. Pero mirándolo bien, era de justicia.
Y por cierto, aunque gracias a Bowles, el Pan Desnudo ha tenido varias ediciones incluso en español, el escritor "de cabecera" al que recurre el gran público cuando habla de Tánger o Marruecos sigue siendo Bowles, no Chukri. Hagan la encuesta. Es como si siempre se citara a Hemingway para hablar de España y nunca a Camilo José Cela.

Fran G. Matute dijo...

Correcto total, amigo Ilya.