21 septiembre 2012

Sotanofsky y el ardor



Un jamón calibre 45

Carlos Salem

RBA, 2011. Colección “Serie Negra”

ISBN: 978-84-9006-110-7

304 páginas

18 €





José María Moraga
Que Carlos Salem es un autor polifacético y prolífico es algo sabido que no merecería mayor comentario en este blog. Pero la memoria es corta, y a lo mejor muchos lectores no recuerdan sus anteriores novelas, poemas, relatos e incluso obra de teatro de 2011, reseñada aquí. También es un escritor de talento, aunque su condición de prolífico pudiera amenazar con restarle credibilidad, baste recordar el refrán castellano “Quien mucho habla mucho yerra”, que me permito sacar a colación a cuenta de la fascinación del autor argentino afincado en España por las variedades de nuestra lengua de ambos lados del charco.
Un jamón calibre 45 es la última novela de Salem: novela negra, se publica en la Serie Negra de RBA, lo que le asegura el sambenito/marchamo (táchese lo que no proceda) del género policial. Alguien más cínico que yo se atrevería a decir que lo mejor de la novela es el título, al menos lo más ingenioso. Verdaderamente, este tipo de hallazgos lingüístico-conceptuales son muy del agrado de Carlos Salem, y los narradores de sus novelas usan a menudo de ellos, igual que de muletillas o estribillos que sirven para dar continuidad (Recordemos el excelente “Si hay miseria, que no se note”, ‘leitmotiv’ de Camino de ida, 2007, acaso heraldo de la actual crisis).
Nicolás Sotanofsky, protagonista narrador de Un jamón calibre 45, no es una excepción, se trata de una conciencia cínica, atormentada en sus condiciones de argentino emigrado a España (“falacia biografista”, 'anyone'?) y de bohemio de la vida. Se trata de un mujeriego con una brillante capacidad lingüística (no en vano es periodista, y novelista, y poeta…), capaz de describirte un polvo tórrido con divertida precisión a la vez que extrañamiento. El problema no es que se dedique a contar polvos en vez de a reflexionar sobre, digamos, el Sentido de la Vida, el problema es que en la novela nos cuenta muuuuchos polvos. Y no crea el lector, también hay filosofía en las páginas de Un jamón…, pero es de marca blanca, baratita, como el whisky que consume en cantidades industriales Sotanofsky, este detective a medio camino entre Philip Marlowe y “El Nota” Lebowsky.
La referencia al personaje de los Coen no es ociosa (¿he querido ver un guiño en el apellido?), Sotanofsky es un detective a su pesar, de esos que se ven envueltos en una trama que ni ellos mismos medio terminan de entender, un 'amateur' endurecido a base de palizas y encuentros fatales con mujeres o polis corruptos, que investiga como quien necesita sacar la cabeza de debajo del agua, para seguir viviendo. Los engaños se superponen, las identidades falsas dan lugar a otras caretas, y así se desarrolla la novela en una rueda de borracheras, revelaciones y escenas de sexo más cercanas a Sangre a borbotones (2002) -por lo ibérico, se entiende- que a El sueño eterno (1939) o El halcón maltés (1930), por citar a dos de los puntales del ‘noir’.
Para ser sinceros, a los dos tercios del libro ya me daba igual quién era el malo, cuál era el misterio o dónde estaba Noelia (enigmática y sugestiva chica cuya desaparición pone en marcha la trama). Lo realmente importante era disfrutar con la prosa de Salem, con las ocurrencias de Sotanofsky y con la galería de personajes secundarios, ayudantes o antagonistas del protagonista, que dotan a Un jamón calibre 45 de su mejor fuerza cómica, a base de protagonizar situaciones disparatadas, de comedia absurda. Empezando por el causante del título de la novela, un sicario sentimental apodado “Jamón” y de apellido Serrano. Otro secundario en que se deja ver el homenaje al ‘noir’ clásico es el detective-perdedor Felipe Mar López, cuyo nombre levantará una sonrisa en los lectores de Chandler, aunque el personaje más parecido a Philip Marlowe (por lo irónico, por lo borracho, por lo filosófo, por lo poeta) siga siendo Nicolás Sotanofsky, quien al empezar la novela se define a sí mismo como “jodido pero contento”.
Detecto en Salem una apuesta fuerte por presentar una reflexión sobre la argentinidad, el exilio y otros temas de hondo calado difícilmente casables con el lanzamiento de mierda de vaca, los polvos en la piscina y los gatos parlantes. O tal vez sí, esa chufla sea la única manera posible de acercarse a tan sesudas cuestiones en estos tiempos de cambalache, y de “Biblia junto al calefón”, pero yo -sintiéndolo mucho- no se lo compro. Salem lleva en España una burrada de años, pero por mucho que lo intente, tampoco me creo el lenguaje castizo de algunos de sus personajes. En cuanto a la Cuestión Argentina, supongo que será un tema candente, pero la verdad disfruté más con Camino de ida y aquellos pasajes sobre Carlos Gardel (bueno, aceptamos “Gardel” como argentino, ¿no?).
La yuxtaposición de tonos es una cualidad netamente postmoderna, pero en Un jamón calibre 45 en ocasiones la falta de transición entre lo cómico y lo serio, entre un polvo y una bofetada, entre una borrachera y un poema me resulta un poco desconcertante, mejor tomar la novela como un entretenimiento que como una obra seria, y si la recomiendo es en este sentido. Pensad en una película divertida, pensad en una lectura para pasar el rato, que también hacen falta. Pensad en coños. Pensad en dinero. Pensad en Madrid con acento porteño. Pensad en Carlos Salem. Mientras tanto, yo me quedaré pensando que me encanta Salem, pero que a lo mejor me gustaría ver en los anaqueles menos productos suyos, pero más depurados.

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