Mario
Levrero
Libros
del Zorro Rojo, 2012
ISBN:
978-84-9403-360-5
163
páginas
22,90
€
Sara Mesa
“Fuimos a cazar conejos. Era una expedición
bien organizada que capitaneaba el idiota. Teníamos sombreros rojos. Y
escopetas, puñales, ametralladoras, cañones y tanques. Otros llevaban las manos
vacías. Laura iba desnuda. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una
mano y dio la orden de dispersarnos. Teníamos un plan completo. Todos los detalles
habían sido previstos. Había cazadores solitarios, y había grupos de dos, de
tres o de quince. En total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes”.
Así comienza Caza de conejos, un brillante
conjunto de cien microrrelatos en los que los admiradores de Mario Levrero encontrarán su particular
estilo condensado en pildoritas de ingenio, sensibilidad, ironía y un sutil y
bienhumorado erotismo. Además, encontrarán también las ilustraciones de Sonia Pulido, que se fusionan
plenamente con el espíritu irreverente y juguetón del texto, en una edición tan
bella que es carne de regalo -o de autorregalo-.
Un
grupo de cazadores, un idiota lascivo y sus sensuales primitas, un castillo, un
bosque plagado de conejos -que a veces son conejos y a veces no-, guardabosques
y osos camuflados: este es el escenario en el que se sitúan las pequeñas
historias de Caza de conejos, en
ocasiones solo imágenes que se esbozan en unas pocas líneas, siempre
impregnadas de talento y de fuerza. Levrero, fiel a su tendencia a dinamitar
las convenciones literarias, explora como pocos las posibilidades de la
brevedad: más allá del ingenio, se zambulle también en el cuestionamiento de
las instancias literarias. Personajes, narradores, estructuras,
interpretaciones: todo es susceptible de ser dado la vuelta en cualquier
momento con contradicciones, desdoblamientos y falsedades, en apariencia -y
solo en apariencia- inocentes.
Los
conejos han dado mucho juego en la literatura, y Levrero hace homenaje a esta
tradición recogiendo citas de Cortázar
(de su Carta a una señorita en París) y de Lewis Carroll, entre otros. Hay en los conejos de Levrero rasgos
que los hacen graciosos, pero también repulsivos: su suavidad y ligereza por un
lado, y al mismo tiempo el continuo roer, la reproducción sin freno, su astucia
maligna. Las estampas conejiles de Levrero recuerdan en parte las infinitas
variaciones de los conejitos suicidas de Andy
Riley, porque no consiguen agotarnos y porque la crueldad siempre provoca
la sonrisa. Los conejos son el enemigo, pero también el amigo, la excusa, el
motivo, el disfraz, el sexo, el anhelo, el miedo, la risa. No hay nada forzado
en los relatos, ninguna impostura. Puedo imaginarme a Levrero obsesionado de verdad
con los dichosos conejos, del mismo modo que se obsesionó con las palomas que
veía desde su ventana cuando escribió La
novela luminosa. Escritor de obsesiones, Levrero escribe bajo la única
premisa de la libertad -“la literatura
es, quizá, lo único que me está permitido”, dejó dicho-. “Yo hablo de cosas vividas, pero en general no
vividas en ese plano de la realidad con el que se construyen habitualmente las
biografías”, dijo también en su famosa entrevista ficticia. Es decir, otro plano
de realidad, pero realidad al fin y al cabo.
La
realidad resulta dislocada bajo la lupa de Levrero, y sin embargo no se trata
de una dislocación caprichosa: es el resultado de una estética, de una manera
peculiar de entender la literatura. Los que conozcan bien la original obra del
uruguayo sabrán ver en este libro algo más que un divertimento. Hay en estas
historias el mismo impulso creativo que en la sorprendente y muy recomendable “trilogía
involuntaria” (formada por las novelas La
ciudad, París y El lugar), en las que, según admitía el
propio autor, importaban, y mucho, las imágenes extraídas de sus propios sueños.
Caza de conejos, de 1973 -más o menos
la misma época que esta trilogía-, es un libro que indaga en lo onírico, sin
por ello dejar de ser un juego. Y al mismo tiempo, es un juego sin dejar por
ello de ser puro Mario Levrero, el mismo escritor reflexivo y perturbador que se
revelaría más tarde con su maravillosa ¿novela? El discurso vacío. Ser escritor, dijo en una entrevista, “no significa escribir bien, sino estar
dispuesto a lidiar toda la vida con tus demonios interiores”. Y qué duda
cabe, después de leer este libro, de que los conejos son representaciones de
ciertos demonios ‘levrerianos’ que también asoman en el resto de sus libros.
1 comentario:
Hola Sara:
Me sorprendió que me mostraran este libro en la librería Iberoamericana de Madrid. No lo compré en ese momento por dos motivos: porque no tenía ninguna referencia sobre él y porque aún tengo en casa dos libros de Levrero sin leer.
Creo que lo acabaré comprando y leyendo los tres seguidos.
saludos
Publicar un comentario