Defensa
de la rima
Samuel
Daniel
Universidad
de Valladolid, 2012. Colección "Disbabelia"
ISBN:
978-84-8448-616-9
182
páginas
14,60
€
Estudio
preliminar, traducción y notas de Juan Frau
Antonio Rivero Taravillo
Las
publicaciones académicas a veces dejan de ser pandémicas (con falsa etimología,
“de una panda de amiguetes”) y llegan a interesar al lector ajeno al mundo
universitario. A pesar de los peores augurios al ver antes del texto del libro
que la colección en que se publica cuenta con un comité científico más propio
del camarote de los hermanos Marx
(no por lo humorístico sino por lo atiborrado), en el que figuran, mil arriba,
mil abajo, nada menos que ochenta personas, esta edición de Defensa de la rima, primera en nuestro
idioma, es modélica. Felicitemos, pues a los ochenta racioneros, a los once
miembros del comité de redacción, al autor de la introducción y versiones así
como a su prologuista, Esteban Torre.
En
su Biographia Literaria, Samuel Taylor Coleridge dice de Samuel Daniel que “su dicción no padece
las marcas del tiempo, ni distinción de época.” No se sabe si se refiere a su
verso o a su prosa; pero leídos ambos, no dudo que el elogio abarca tanto a uno
como a la otra. Inglés de Somerset, de 1562, pasó por el Magdalen Hall
oxoniense, donde conoció a Giordano
Bruno y John Florio, de quien
aprendió italiano y, cabe pensar, el arte del soneto, la frecuentación adaptación
de Petrarca. Daniel fue preceptor de
William Herbert, futuro tercer conde
de Pembroke y a quien precisamente dedicó esta Defensa de la rima. A los treinta años publicó la secuencia
sonetística Delia y también El lamento de Rosamunda. Luego, entre
1595 y 1609 (el año en que el impresor Thomas
Thorpe bendijo al mundo imprimiendo los Sonetos
de William Shakespeare), Guerras civiles. La obra que nos ocupa, en prosa, es de 1603;
su título completo, Contra un panfleto
titulado Observaciones sobre el arte de la poesía inglesa, en donde se prueba de manera manifiesta
que la rima es la más feliz armonía de las palabras que conviene a nuestra
lengua, y el panfleto al que se refiere uno de Thomas Campion publicado el año anterior. El título de Daniel,
naturalmente, evoca el de Defensa de la
poesía de Sir Philip Sidney.
Como
observa Frau: “Si bien Samuel Daniel es un escritor plenamente renacentista por
su formación, sus inquietudes, su ideología y sus elecciones literarias, no es
menos cierto que en su reivindicación del saber medieval, desacostumbrada en
este período, se queda prácticamente solo.” Sin embargo, ni él ni Frau prestan
atención (el segundo solo de pasada en la página 64) a la verdadera tradición
de la forma poética inglesa del Medievo y aún antes: la poesía aliterativa, que
era la tradicional forma de embellecer el verso desde época anglosajona hasta Sir Gawain y el Caballero Verde, tan
admirado por J. R. R. Tolkien, quien lo editó y tradujo. El verso anglosajón o
del inglés antiguo estaba dividido en dos hemistiquios con dos acentos cada
uno, y se producían aliteraciones en el interior de cada verso, como
profusamente muestra el más extenso de estos poemas, esa joya de muchos
quilates llamada Beowulf, cuyo
resplandor llega hasta El Señor de los
Anillos. La rima era algo raro, tanto que solo un poema anglosajón la
tiene, al que por su singularidad se ha venido en llamar precisamente “El poema
rimado”. Y ya que en la Defensa de la
rima Daniel habla en cierto momento de la las lenguas galesa e irlandesa,
cabe anotar que la aliteración fue también de uso común en ambas poesías
vernáculas, que tuvieron un desarrollo tan distinto de la inglesa, aunque
ambas, como esta –véase Chaucer–
adoptaran igualmente la rima.
La
definición que da Daniel del verso conserva ampliamente su vigencia: “Todo
verso no es sino una estructura de palabras confinadas dentro de cierta medida,
que difiere del discurso ordinario y que se presenta de la mejor forma para
expresar los conceptos de los hombres, a la vez para el deleite y la memoria.”
Y la rima constituiría, lejos de una limitación, un acicate, pues para el poeta
de talento “la rima no es impedimento para su facultad de concebir, sino que
más bien le da alas para remontar y le lleva, no fuera de su camino, sino, como
si estuviera más allá de su poder, a un vuelo de largo más feliz.” Pero la rima
ni es solución universal (ve preferible el verso blanco para las tragedias) ni
basta, pues es también necesario otro elemento de la prosodia: “el acento, el
señor principal y el grave gobernador de los números” (léase, donde dice “los
números”, “los versos”).
Daniel
no era un mero teorizador, un crítico. Lo que argumenta ya lo ha puesto él
mismo en práctica en los sonetos de Delia
y en otras composiciones; “as a defence
of mine owne undertakings in that kinde”, que no es “en defensa de mi postura en esta materia”, como vierte –por una
vez se desvía– Frau, sino “en defensa de
mis propias empresas en esta materia”; es decir, sus poemas ya escritos.
Frau
echa el resto al traducir los poemas que acompañan al tratado: en terso
endecasílabo blanco los pentámetros yámbicos rimados de Daniel (la opción que
yo mismo elegí para verter algunos de los sonetos de Delia y la poesía de Shakespeare), pero con rima el poema de Ben
Jonson, al que esta conviene por el carácter satírico del texto, para el que el
traductor se concede, frente al escueto original, la más holgada medida de
también endecasílabos y, para los versos más cortos, heptasílabos. Ha
realizado, en suma, casi aquello que Daniel declara en su poema “Al lector”: “Ved cómo una vez más, con gran esfuerzo, /
he restaurado este pequeño marco, / defectos reparado aquí y allá / y añadido
pasajes novedosos: / alargo alguna estancia, acorto otra”.
El
uso de la rima fluctúa según las épocas. En inglés y durante el pasado siglo, W. H. Auden y Paul Muldoon la han empleado a veces por la misma razón que Jonson
en el poema que se recoge en este libro (además de por un deseo de alarde
bizarro en el caso del segundo). En poetas posteriores como Glyn Maxwell ha vuelto a usarse con
naturalidad, como una forma de reacción a la laxitud de las formas, esa venia
que a sí mismos suelen otorgarse, en cualquier lengua, los malos poetas. Pero
es siempre difícil el equilibrio. Célebre es el juicio del propio Auden en La mano del teñidor: “Rimas, metros,
formas estróficas, etc., son como criados. Si el amo es lo bastante justo como
para ganarse su afecto y lo bastante firme como para obligarles al respeto, el
resultado es una casa ordenada y feliz. Si es demasiado tirano, se dan cuenta;
si carece de autoridad, se vuelven holgazanes, impertinentes, borrachos y poco
honrados.”
Para
los buenos poetas y para el interesado en los estudios literarios Defensa de la rima es un libro curioso
que Frau sitúa muy bien en su contexto histórico, una bella rareza con sus
apéndices (incluidos los párrafos de Campion que llevaron a responder a
Daniel), poemas, notas y, además, en edición bilingüe. Y puede que el lector se
codee con viejos amigos: hallará aquí a William Herbert, uno de los posibles
inspiradores de los sonetos de Shakespeare; al Campion coleccionista de
exquisitos aires para laúd; a muchos latinos; al venerable Beda, autor no solo de la Historia
ecclesiastica gentis anglorum, sino también de un Liber de arte metrica; a Montaigne…
Si no para todos, es este un manjar para ciertos paladares. Y es que como
Daniel escribe por mediación de Frau: “Y
aunque tanta abundancia soportamos / y tal presión de escritos nos oprime; /
habiendo tantos libros más queremos /, sintiendo que los buenos son escasos”.
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