Poesía a contragolpe. Antología
de poesía polaca contemporánea (autores nacidos entre 1960 y 1980)
VV.
AA.
Prensas
Universitarias de Zaragoza, 2012
ISBN:
978-84-15274-52-0
396
páginas
30
€
Selección
y traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Xavier Farré
Antonio Rivero Taravillo
Leer
poesía extranjera (traducida o no) en equilibrio con la lectura de la más
cercana, del propio idioma o país, es algo que amplía la perspectiva de los
aficionados al género y los enriquece; para el poeta, además, constituye un
ejercicio impagable, nunca suficientemente ponderado. Los tres responsables de
la selección y traducción de los poemas incluidos en este libro han ido
vertiendo hasta ahora a nuestra lengua a los más importantes poetas polacos del
siglo XX, entre los que descuellan Tadeusz
Różewicz, Cesław Miłosz, Wisława Szymborska
y Zbigniew Herbert (este en flamante
traducción de su Poesía completa a
cargo de Xaverio Ballester, reseñada
hace pocas semanas en Estado Crítico). Ahora dirigen su atención a los
herederos de aquellos, muchos de los cuales no han aceptado la testamentaría e,
hijos y nietos díscolos, han salido del despacho del señor notario para
codiciar los bienes de otras familias, particularmente, como se expone en el
bien documentado prólogo, la norteamericana.
La
lista de poetas incluidos es extensa (sesenta y uno), cada uno de ellos
representado con ocho poemas, aunque hay excepciones a esta norma, así la de Wojciech Bonowicz (1967), autor de
poemas en su mayoría breves, como el estupendo “Dos movimientos”, o la de Jolanta Stefko (1971). Quizá sean
demasiados los elegidos; los poetas, quiero decir, no el cupo de textos por
cabeza. Hay algunos autores de los que agradeceríamos una muestra más amplia,
pues dejan tan excelente sabor de boca que uno desea seguir paladeándolos. Se
echan por otra parte en falta voces femeninas, de las que solo hemos contado trece,
sorteando la dificultad de los nombres. Algo podrá decir sobre ello la
sociología. Y por no abandonar lo sociológico, produce asombro la gran cantidad
de poetas de Cracovia, que aporta a la antología la cuarta parte de los
integrantes de esta, pese a que su población es como la de una ciudad hermanada
con ella, Sevilla (aunque Cracovia tiene más habitantes, es cierto, en su área
metropolitana).
Pero
entremos en materia. Como sucede con cualquier poema, en el cual la elección del
primer verso es siempre decisiva, la antología se abre con “La colchoneta”, del
muy premiado Jarosłav Mikołajewski
(1960), una elegía que es a la vez muchas otras cosas. Estos son sus primeros
versos: “Mi padre la inflaba todos los
veranos. / Tiene treinta años, quizá incluso más. / De entre los pliegues sigue
cayendo arena./ En las cavidades todavía
respira el aire de sus pulmones. // Mientras yo no la tire, mientras las ratas
no la mordisqueen, / mi padre seguirá yendo a la playa.” Del mismo autor es
el brillante “En el fragor del juego”, con su sabia interrogación sobre las
identidades, y, volviendo al tema paterno-filial, el soberbio “Poema de
cumpleaños en el decimoquinto aniversario de la muerte de mi padre”, donde el
hijo se permite dar consejos al progenitor como si de un quinceañero –vivo– se
tratara. En su más breve “El pingüino”, por otro lado, los traductores se han
atrevido con la rima (quizá hubiera sido preferible optar por otro poema).
Marcin Baran
(1963) escribe en “Inscripción copta”: “Bendito
sea el desgaste del cuerpo, / gracias a él lo imperfecto no dura.” Jarosłav Klejnocki (1963) firma “A
Tadeusz Różewicz”,
con su estupendo final: “habito en mi
rostro Lo importante habita /fuera de él.” Krzysztof Koehler (1963) está muy atento a la geografía y la
historia en composiciones como “Cracovia”, “Martin Heidegger predice el Gran
Reich”, “Fukuyama’s Song” o “God’s Playground. A Historical Outline for the
Beginners”, donde habla así de Polonia: “cuando
el sol de la hostia consagrada / se ponía sobre la nación.” A otro poeta
nacido en el mismo año que los que lo preceden en el párrafo, Piotr Maur, que elude los títulos en
los poemas así como en general las mayúsculas y la puntuación, debemos dos de
los mejores textos de la antología: uno que resulta ser un tétrico juego de
escondite y otro, redondo, que comienza “esto
pudo haberle sucedido a cualquiera / pero me sucedió justo a mí”. También
de 1963, Anna Pikowska, autora de
una magnífica sinestesia (“los tintineantes colores de las bicicletas”), nos
entrega “El río Moscova”, con su historia de amor en medio del hielo: “hasta que se entrecrucen las marcas de sus
patines, líneas del destino, / caminos y constelaciones, cualquier cosa menos /
la soledad, la muerte prematura o el tedio del alma.”
De
Mirosław Dzień
(1965) destacaría
“Esta gota de agua” (“Esta gota de agua, que
corta / el aire y entre como el / frío escalpelo de un cirujano / en el cuerpo
turbio del charco”, comienza); de Darek
Foks (1966), “Tormento y éxtasis”, con su afilada repetición prosaica,
factual, permutatoria. Michał
Sobol (1970) resplandece
en “Vida cotidiana” con una escena íntima que tiene el correlato histórico de un libro sobre los
etruscos y “Jabón blando”, con su indagación sobre la realidad y la impostura.
Hay poetas inclinados a la experimentación, como Tomasz Majeran (1971) o, menos, Marta Eloy Cichocka (1973), quien asegura que “la poesía acaba allí donde yo empiezo” y titula uno de sus textos
“No tengo tiempo de escribir poemas”. “La goma de borrar” de Rafał Rżany (1974) es otro poderoso poema, tan
simple como eficaz, imborrable.
He
ido anotando las referencias a España en esta antología, y constato que Grzegorz Wróblewski (1962) ha escrito el
poemario Noche en el campamento de
Cortés, al que pertenece el antologado “La noche triste (1520)”, donde
muestra la misma fascinación por Hernán Cortés que ya acreditaran John Keats en “Al asomarme por vez primera al Homero de Chapman” o Luis Cernuda en “Quetzlacóatl” y en la correspondencia que permanecía inédita
con Salvador de Madariaga. Miłosz Biedrzycki (1967) recuerda a Federico García Lorca en “Homenaje
(agosto de 1936)”, donde el tricornio de la Guardia Civil mejor hubiera sido
traducirlo como “charolado” en vez de “laqueado”. Marcin Kurek (1970), que sitúa el fragmento seleccionado del largo
poema “Adelfa” en “una casa alquilada /
hace quince años en la parte alta del Albaicín”, ha traducido a Joan
Brossa. Y ya que cito al poeta catalán autor de tantas sextinas, uno de los más
jóvenes polacos, Adam Zdrodowski
(1979), exhibe aquí dos ejemplos de esa composición y en una de ellas (la “Sestine
Mon Amour”) engasta los nombres de Guadalajara, Sevilla y Pamplona. Majeran
habla del “sueño en brazos de una
española lasciva”. Edward Pasewicz
(1971) ofrece un “Diario del Prat de Llobregat”. Doctora en Filología Hispánica
y traductora de Roberto Juarroz, Cichocka,
por su parte, evoca “la catástrofe del
prestige en las costas españolas”. Ignoro hasta qué punto esta presencia de
lo español se manifiesta espontáneamente en la poesía polaca contemporánea o si
los antólogos han potenciado de algún modo la presencia de poemas en los que se
dan estas referencias. En cualquier caso, gratifica ver que las culturas no
caen en el solipsismo y que la polinización literaria es bienvenida.
Se
pueden contar con los dedos de una mano los descuidos y erratas en las casi 400
páginas del volumen,
tan sobria como elegantemente diseñado y sabiamente presentado y traducido en
autoría conjunta de Murcia, Beltrán y Farré, más que merecedores de nuestra
gratitud. Hubiera sido deseable un índice de poemas, y salvo para el especialista
o bilingüe, que los extrañarán, el lector de estos pagos no echará en falta los
textos originales. El polaco es una lengua tan aparentemente impenetrable que
gusta de engañar: por ejemplo, Planeta
de Ewa Sonnenberg (1967) se puede
traducir como Planeta; pero el libro
de Darek Foss Misterny tren, pese a
lo que un osado podría intuir, incluso asegurar, no significa Tren misterioso, sino Treno refinado.
1 comentario:
Interesante, mi opinión de la poesía es que son los versos del alma en su más pura esencia y que no todos podemos expresarnos de esa manera. Gracias por tu aporte.
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