Cómo escribir relatos
Ring W. Lardner
Zut, 2012
ISBN: 978-84-615-7904-4
284 páginas
18 €
Traducción de Juan Bonilla
Fran G. Matute
La verdad es que hay que
reconocerle a Juan Bonilla que los
tiene bien puestos para dedicar su tiempo y esfuerzo a traducir y publicar una
obra como Cómo escribir relatos (1929)
de Ring W. Lardner. Reconozcamos que
no estamos ante un libro ni mucho menos indispensable. Se trata, si se me permite la osadía, de una simple y
honrosa nota a pie de página dentro del humorismo norteamericano, tan reacio a
hacerse valer en el mundo de la literatura. Y afirmamos lo anterior con
independencia de que Richard Ford
tuviera a bien incluir algún relato de Lardner en su canónica Antología del cuento norteamericano.
Lardner, como personaje, como
mentor de F. Scott Fitzgerald, de Ernest Hemingway, de J. D. Salinger, vale. Lo compramos. Eso
sí, el Lardner escritor nos queda ligeramente grande a la vista de los relatos
incluidos en esta colección, pues no nos han terminado de convencer en su conjunto. Es
probable que esta obra, tal y como fue ideada en sus orígenes, nos pueda llevar
a una conclusión errónea. Primero, porque no se trata de una guía para escribir
relatos -como su título en castellano así pretende, de forma jocosa, dar a entender- y, segundo,
porque este Cómo escribir relatos no
es más que una recopilación de cuentos publicados de forma aleatoria en
diversas publicaciones en prensa, de ahí que carezca, ‘a priori’, de la coherencia que se
le podría esperar. Son nueve relatos, la mayoría de
temática deportiva, más un prefacio elaborado ‘ad hoc’ por Lardner para
intentar darle cierta unidad a la colección. Pero incluso incorporando algunos de
los textos más afamados de Lardner (como “Alibi Ike” y “Campeón”, que fueron
traspasados a la gran pantalla), como obra compacta y redonda termina resultando
bastante desequilibrada. Dicho lo cual, podría parecer que la lectura de este Cómo escribir relatos carece de
interés pero resulta que es todo lo contrario.
Mencionábamos antes el humorismo
norteamericano pero queremos ceñirnos a la época en la que estos relatos de Lardner fueron
paridos, esto es, durante el primer cuarto del siglo XX. Si bien en el Reino Unido la
literatura “seria”, durante ese mismo periodo, abrazó el humor y lo convirtió casi en una seña de identidad
(ahí quedan nombres reputadísimos como P.
G. Wodehouse, G. K. Chesterton y,
ligeramente más tarde, Evelyn Waugh para
atestiguarlo), en Estados Unidos no se concibió casi en ningún momento que la
risa pudiera formar parte del santuario literario. Puede ser que la influencia
de Hollywood fuera excesivamente beligerante con los escritores cómicos, del mismo modo que empezó a serlo para los autores de novela negra que en su mayoría acabaron en la nómina de los grandes estudios. De hecho, casi todos
los miembros del mítico Algonquin Round Table -algo así como los intelectuales de la comicidad de la época- terminaron
formando parte de la industria cinematográfica, no solo escribiendo guiones en
Hollywood, sino también obras de teatro en Broadway y letras de canciones. Ahí están personalidades tan influyentes como Harpo Marx, George S. Kaufman, Dorothy Parker, Robert Benchley, Donald Ogden Stewart o Charles McArthur, que terminaron dando forma a las ‘screwball comedies’ tan exitosas en los
años 30.
Así que el humor norteamericano de
principios del siglo pasado terminó realmente plasmado en celuloide en lugar de
en celulosa. Es por este motivo que resulta interesante enfrentarse hoy día a
estos relatos de Ring Lardner pues, con la posible excepción de James Thurber (y algún otro que esté
olvidando ahora mismo), es de los pocos escritores cómicos norteamericanos que parece haber
resistido el paso del tiempo en su medio vernáculo. Quizás el motivo de esta presunta
independencia de Lardner -que desde luego no fue ajeno a Broadway, donde
colaboró con su colega George S. Kaufman- trae causa del hecho de que él
siempre se consideró, por encima de todo, periodista deportivo. No es de
extrañar, por tanto, que el grueso de su narrativa gire en torno al fútbol
americano, al béisbol, al boxeo o al golf. Ya sea porque el lector de prensa
deportiva no requiere de excesivas sofisticaciones o bien porque los
norteamericanos suelen tomarse demasiado en serio las competiciones, lo cierto
es que el deporte no ha sido nunca un ‘topic’ del que los americanos hayan
querido reírse demasiado. Existen honrosas excepciones, por supuesto. La más
emblemática, el mítico diálogo endiablado Who’s
on first?, interpretado por Abbott
y Costello. Pero en una época en la que Babe
Ruth era considerado un Dios por la sociedad norteamericana, sólo unos pocos
osaron ridiculizar esa nueva religión que se denominó “competición deportiva”.
Puede entonces que sea ahí donde resida el mérito de la obra de Ring W. Lardner. No ya en su
calidad literaria sino en esa capacidad de satirizar algo sagrado para el
norteamericano medio como es el deporte de élite. Y es en este punto en el que la lectura de Cómo escribir relatos nos aporta mucha luz sobre el particular. Destacamos, por tanto, la habilidad de Lardner para extraer lo más grotesco del deportista, convirtiéndole en una caricatura, en un ser caprichoso y bobalicón, maniático e incontrolable, en un 'freak' de feria. Por otro lado, observamos cómo, con una fina ironía, Lardner convierte, por ejemplo, al caddy en una suerte de mayordomo Jeeves para el ricachón jugador de golf. O cómo en el celebre "Alibi Ike", el más divertido de todos los relatos, se nos presenta a un jugador de béisbol obligado a poner una excusa por todo lo que hace, creando situaciones verdaderamente cómicas. Pero no nos vamos a engañar. No nos hemos reído a mandíbula batiente todo el tiempo. De hecho, algunos relatos nos han parecido algo pueriles (sobre todo los que no son de temática deportiva). Y también nos ha despistado alguna que otra errata y, ya puestos, la anodina portada no ayuda mucho a vender este libro. Pero estos relatos se nos presentan como un oasis cultural, una prueba fehaciente de que la literatura norteamericana apostó alguna vez por el humor y, si bien Ring W. Lardner no es tan gracioso como él se cree, su obra nos da la oportunidad de responder a la pregunta del millón. Resulta, después de todo, que
fue Lardner el que jugó en la primera base. Él era el "Quién" de la literatura humorística deportiva norteamericana.
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